Vínculos familiares y comunitarios como base de prevención en el consumo de drogas

Los factores de protección, individuales y contextuales, que inhiben, reducen o atenúan la probabilidad de uso o abuso y el nivel de implicación con las drogas pueden clasificarse en grupos asociados a características personales, entorno familiar y educativo y contexto comunitario.
El modelo de conducta y actitudes de padres respecto al uso de drogas y el grado de involucramiento familiar son elementos principales de protección familiar que inciden en el comportamiento de adolescentes y jóvenes respecto a los usos de drogas.
¿Qué es involucrarse? Supone ser conscientes del impacto que tienen las palabras, y especialmente los actos, en el desarrollo de los hijos. No hacer nada es también una forma de hacer. Se debe tener en cuenta que cada edad tiene sus características y requiere de distintos apoyos del mundo adulto.
Las tres dimensiones que componen el concepto de “involucramiento familiar” orientan sobre cómo mejorar los vínculos familiares y comunitarios.
- Acompañamiento y apoyo - Compartir una comida, una actividad al aire libre, una dinámica deportiva, una conversación, una tarea de la escuela, liceo o centro juvenil. Compartir tiempo y diálogo promueve la salud familiar y posibilita la incorporación de recursos para la resolución de conflictos, manejo de emociones y planificación de proyectos colectivos.
- Control y puesta de límites - Conocer el grupo de pares más cercanos, los tiempos dedicados al estudio, al deporte, a las redes sociales. Lo que puede verse a simple vista como un simple “control de horarios y personas”, puede traducirse en un gesto de afecto al compartir espacios en familia o comunidad.
- Comunicación - Propiciar el diálogo desde una “comunicación asertiva” para hablar de todos los temas presentes en la vida de los jóvenes, sin anteponer los prejuicios y miradas del estilo “el tiempo pasado fue mejor”.
El concepto de “involucramiento familiar” tiene que articularse con una noción más amplia: salud familiar que implica tener en cuenta las funciones básicas de la misma: convivencia, protección, cuidado, socialización, humanización, satisfacción de necesidades.
Los esfuerzos para impulsar entornos familiares y comunitarios saludables, basados en vínculos afectivos fuertes y redes de contención y comunicación sólidas, deben concentrarse en los estudiantes de menor edad ya que retrasar el inicio del consumo, evitarlo o modificar el vínculo con las drogas en esta etapa, tendrá un efecto altamente positivo en etapas posteriores.
La VI Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas en estudiantes de Enseñanza Media, correspondiente al año 2014, arroja datos relevantes en cuanto a la relación consumo de drogas – involucramiento de los padres. En su capítulo 4 se afirma que “se verifica que aquellos estudiantes que reportan que sus padres tienen un alto involucramiento con las actividades y situaciones de su vida cotidiana, muestran un menor uso de todas las drogas, ya sea de tipo experimental, ocasional o habitual”.
Para el caso del tabaco, el estudio revela que “entre los estudiantes que declaran tener padres poco involucrados es más del doble que entre aquellos que perciben que sus padres se involucran con ellos”. Las cifras dan como resultado un 43,6% contra un 20,6% en la prevalencia de vida; y 16,9% contra 6,6% en la prevalencia correspondiente a los últimos 30 días.
En cuanto a cannabis, la encuesta indica que la prevalencia de vida del consumo es 34,8% padres poco involucrados contra 14,9% padres altamente involucrados. En tanto que para esta sustancia, en los últimos treinta días es tres veces mayor entre quienes tienen padres poco involucrados que entre los que tienen padres con alto involucramiento: 19,3% contra 6,6%.
En síntesis, el relevamiento del Observatorio Uruguayo de Drogas muestra que el riesgo relativo varía entre 2,1 y 3,7 lo que se traduce en que la presencia de este factor protector reduce la probabilidad de consumir drogas dos, tres y hasta cuatro veces según la sustancia de la que se trate.