Patrimonio nacional

Capitán Miranda: orgullo naval y forjador de vocaciones en los mares del mundo

El buque escuela, embajador de los mares, surcó los océanos de todo el mundo por más de 30 años. Durante décadas recibió a miles de tripulantes, algunos novatos con el sueño de convertirse en hombres y mujeres del mar surcando las aguas impulsadas por todos los vientos. El Miranda, mucho más que un velero, es el hogar de decenas de almas resguardadas en su regazo. En el fin de semana del Patrimonio, quienes deseen podrán visitar este tesoro de historia.

Capitán Miranda
En la mañana de un primaveral octubre en el Puerto de Montevideo reposa manso, casi quieto, un velero que al contemplarlo desde el muelle parece pequeño si se piensa que allí conviven casi un centenar de personas durante largos y solitarios meses. Cuando uno ingresa a la cubierta, descubre los 60 metros de eslora (largo) por 8 metros de manga (ancho) que mágicamente se convierten en un micro mundo en su andadura por mares y océanos, con un intransferible  sello uruguayo.

Mientras conversa con nosotros, como si fuéramos amigos de la vida, Juan Pablo mira el horizonte e imagina estar navegando. Es que el suboficial de segunda Izquierdo pasó 17 años de su existencia surcando los mares con el Capitán Miranda.

El velero escuela tiene en su historial 29 viajes de instrucción y más de 600 mil millas navegadas. “Es la nave emblemática y buque insignia de la Marina”, sostuvo el comandante al mando, Capitán Navío, Orlando Mara, en un tono que deja entrever el orgullo que genera ser el capitán del emblemático buque.  


Décadas al servicio del Uruguay
Si bien en 1978 el buque se transformó en velero escuela, su vida en el mar es más antigua. Se remonta al año 1929, cuando se planteó la necesidad de tener un buque hidrográfico, que se concretó en 1930 con el apoyo del Reino de España. Hasta 1974 realizó trabajos de relevamiento del Río de la Plata y Océano Atlántico.

Con el correr del tiempo quedó varado en el muelle por tener una tecnología obsoleta y en 1978, con manos uruguayas en el dique Mauá, se convirtió en velero escuela. Su misión, formar a nóveles guardia marinas en las artes náuticas.

Viaje de instrucción
En base a las invitaciones que el Miranda recibe, se diseña la ruta para llegar a cada puerto, llamada “derrota” de un viaje que puede durar hasta ocho meses.  

Además de la tripulación oficial, se embarcan guardias marinas de la Escuela Naval de Uruguay y Armadas amigas e invitados especiales.

Cada viaje tiene un costo aproximado a un millón de dólares y cuenta con el apoyo de la Asociación de Amigos del Miranda que acerca el aporte de empresas que proporcionan productos para exponer en el exterior, como quesos, carnes y vinos.

Hoy el buque se encuentra atracado en puerto, ya que requiere importantes reparaciones que incluyen el cambio de motor y la renovación de la cubierta de madera.

Parado junto al timón, Mara se tomó un instante para hablar de lo que representa el Miranda en su vida. En su reflexión y visiblemente emocionado no faltaron palabras como “honor”, “orgullo” y “satisfacción”.

Convivir con la lejanía de los afectos
En 2010 el viaje duró más de siete meses. La convivencia de casi un centenar de personas no es sencilla, menos en un espacio reducido y lejos de los seres queridos. Así lo vivió el Alférez de Navío, Héctor de León, quien se desempeñaba como oficial de maniobra.

De León dijo que si bien se está lejos de la familia, no de lo que ocurre en el país, porque las comunicaciones facilitan el contacto inmediato. Los datos que uno recibe pueden incidir positiva o negativamente y en ello el apoyo de los camaradas es fundamental.  

Sobrellevar la vida en tierra
Izquierdo es considerado un símbolo del Miranda en tierras extranjeras. Se encarga de cámara y cocina en eventos protocolares, y habla del menú que ofrece como si se tratara de una obra de arte.

El rótulo de “histórico” en la embarcación se lo ganó por su dedicación y amor a la navegación, pero le costó el sacrificio de estar separado de su familia, incluso en el nacimiento de sus hijos.

Izquierdo asegura que su familia ya aceptó su ritmo de vida. El que parece no acostumbrarse es él, pero no a navegar, sino a permanecer en tierra. Esa realidad se le acerca, porque su retiro está próximo. Él prefiere no pensar en eso y se aferra a recuerdos felices, como la presencia de “Focky” la mascota del grupo. Un perro famoso por ser el primero en desembarcar en cada puerto.

Una mujer que cree en el destino
Lizzie Javiel es Cabo de Primera de la especialidad de electrónica. Técnica reparadora, encargada del mantenimiento de los equipos y de las cartas náuticas.

Esta joven mujer, amante de los animales, vive esta experiencia como un crecimiento profesional y personal. Sabe que es difícil estar lejos de los suyos, pero asegura que la formación en la Armada facilita la adaptación.  
 
Sus palabras resumen su visión: “Uno mira para afuera y se siente totalmente insignificante. Somos una simple cascarita de nuez en el medio de la nada. Es solo el destino”.

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