Discurso en 80.° período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas

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Palabras del presidente de la República, Yamandú Orsi, durante el debate general del 80.° período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, el 23 de setiembre de 2025, en Nueva York, Estados Unidos.

“Vengo de una república situada al oriente del río Uruguay, que el mapa, la historia y la cultura ubican en una pequeña esquina al sur del sur del mundo. Un país pradera con balcón al mar, donde la tranquilidad y hospitalidad de su gente es una de sus principales señas de identidad.

Vengo de un país donde ya es práctica corriente que un presidente concurra a países vecinos acompañado por sus antecesores de otros partidos políticos. Un país donde la alternancia de los partidos en un gobierno no se traduce en una crisis de carácter institucional. Es más, esa alternancia se constituye en un acto de pura normalidad. 

Vengo de un país cuyo presidente puede caminar sin custodia entre la gente, puede disfrutar de un partido de fútbol en una tribuna como un hincha más.

Vengo de un país cuyos partidos políticos —casi todos ellos con más de medio siglo de historia— siempre están dispuestos a acordar soluciones nacionales a urgencias también nacionales. Soluciones a la uruguaya, como decimos con orgullo. Con estos gestos, quiero expresar que Uruguay lleva en su vida cotidiana una vocación profunda de paz y respeto.

Vivo en un país, por supuesto, que no está a las puertas del paraíso, porque enfrenta nuevos desafíos en términos de pobreza infantil, seguridad pública o desigualdad social, y, sobre estos temas, también hay, en líneas generales, un consenso nacional.

La histórica solidez institucional y política ha permitido que Uruguay aún se destaque en la región por su alto nivel de desarrollo humano o sus políticas de distribución del ingreso. Y que sea un país de reglas estables, donde los contratos se cumplen, donde se honran los compromisos internacionales, donde la estabilidad macroeconómica es una política de Estado.

Pero esta acumulación positiva también se expresa más allá de nuestras fronteras, porque Uruguay es reconocido en el mundo por su vocación de paz, su incansable lucha en pos de la solución pacífica de los conflictos, su respeto irrestricto al derecho internacional como la mayor garantía para la soberanía de los pueblos y por ser una tierra fraterna y hospitalaria con los migrantes de todas las latitudes.

Desde ese pequeño país, que cultiva la tolerancia, el diálogo y el acuerdo como clave histórica de convivencia y que está inserto en un continente sin conflictos ni guerras entre estados, venimos a esta asamblea a sumar esfuerzos para contribuir con la estabilidad y la paz en un mundo cada vez más convulsionado y desafiante. 

La creciente tensión geopolítica y el aumento de conflictos, sumados al desfinanciamiento de los esfuerzos por un orden global pacífico y basado en reglas, plantea enormes retos a escala planetaria. 

Para ejemplificarlo, basta mencionar algunos datos: según el Índice Global de Paz de 2025, en 2023 hubo 59 conflictos interestatales, el número más alto desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. 

Para 2024, el gasto militar global sufrió un aumento de casi un 10% en términos reales comparado con 2023, lo que representa el mayor incremento anual desde el fin de la Guerra Fría. Estamos hablando de un gasto militar de 2,7 millones de millones de dólares. 

Pero no solo se trata de un mayor aumento de conflictividad entre naciones ni de un gasto militar que crece aceleradamente para sustentarlo, se trata también de nuevas formas de crueldad y muerte que están adquiriendo las guerras actuales. Sabemos que, desde el nacimiento mismo de las civilizaciones, la ausencia de violencia o la ausencia de guerra es quizás una quimera.

Pero en nuestros días, los avances tecnológicos aplicados han desencadenado otras lógicas mucho más perversas, como el uso de prácticas militares destinadas a sembrar el miedo, el terror y la muerte en la población civil.

Que quede muy claro, condenamos toda forma de terrorismo, ya que constituye, entre otras cosas, una despreciable actitud de cobardía. Existe otra lógica actual, es la que nos lleva a que el objetivo central en las guerras actuales pareciera ser la práctica sistemática del exterminio. 

El fin nunca justificó los medios. Debemos desterrar aquel viejo precepto de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Toda guerra es criminal, sin importar donde ocurra, sin importar el dios que se invoque para justificarla, y merecerá siempre nuestra más visceral condena.

Es cierto que toda nación tiene derecho a un territorio y a un gobierno propios. Es cierto que tiene derecho a establecer un nivel de autodeterminación que le permita la convivencia con los demás pueblos. Eso es real. El valor de las Naciones Unidas es, justamente, garantizar que estos principios se concreten de manera pacífica y civilizada.

Ningún estado que se precie de democrático y de vivir bajo el mandato del derecho internacional puede, aún bajo el legítimo derecho de defenderse contra el terrorismo, ejercer la barbarie sobre ninguna población civil, menos aún contra personas especialmente vulnerables e indefensas.

Desde 1948 Uruguay ha mantenido una posición coherente y firme que va en línea con los principios de autodeterminación y coexistencia pacífica. Bien conocidas son nuestras posturas históricas con respecto a los principales conflictos a escala mundial, en especial el que se desarrolla en Oriente Medio. Siempre Uruguay sostuvo la posición: dos naciones, dos pueblos, dos Estados.

En este sentido, además, el Gobierno uruguayo toma muy en serio los informes que desde la comunidad internacional se elaboran en referencia a los territorios palestinos e instamos a implementar las recomendaciones formuladas por la ONU e instamos a la suspensión inmediata de las operaciones militares, a la suspensión de las muertes de civiles inocentes e instamos a la liberación de los rehenes.

En nuestro mundo también persisten y se agravan otros dramas más extendidos y permanentes. A tal punto, que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, votada en el marco de esta asamblea hace ya 77 años, constituye un manifiesto revolucionario ante los tiempos que estamos viviendo. Empezando por su artículo primero, que proclama: ‘Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros’.

Cuán lejos estamos de nuestros propios principios y compromisos, cuando vemos que la distancia entre quienes más tienen y quienes más sufren es cada vez mayor. Cuán lejos estamos, cuando observamos que los principios de libertad e igualdad están cada vez más divorciados y que se suele hablar mucho más de un supuesto individuo libre que de sociedades igualitarias en términos de ingresos o goce de derechos. 

Cuán lejos estamos del sentido humano, cuando olvidamos que nuestra principal vocación debe estar del lado de las mayorías, poniendo oído ante cada problema o angustia de nuestros pueblos y entendiendo, incluso y fundamentalmente, a quien piensa distinto.  

Señora presidenta, vengo de un país con una tradición a prueba de toda trazabilidad y archivo en materia de política internacional. Esa tradición incluye un firme apoyo al multilateralismo en todas sus facetas, política, económica, cultural, como la mejor y única forma de enfrentar los desafíos a los que hacía referencia. 

También incluye, por supuesto, el compromiso permanente con el derecho internacional, la apuesta al diálogo y la construcción de la paz como una de nuestras mayores contribuciones en el contexto de un mundo fragmentado y polarizado. 

Todo el sistema político de mi país se enorgullece de contribuir decisivamente en tareas globales, como el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, la consolidación y el desarrollo del derecho internacional mediante la participación en ámbitos de elaboración normativa y cortes internacionales, el apoyo al desarme, la seguridad alimentaria, la salud global y el compromiso con el cambio climático.

En ese contexto, quiero destacar especialmente el compromiso histórico de mi país con el sistema multilateral de mantenimiento de la paz. En los últimos 35 años, y de manera ininterrumpida, Uruguay ha desplegado batallones en diversas operaciones de paz de las Naciones Unidas.

A tal punto hemos asumido esta tarea, que nos hemos convertido en el principal país de América Latina y el segundo per cápita a nivel mundial en contribuir a este tipo de misiones. Pero, además, lo hemos hecho con una particularidad, porque nuestros contingentes se han especializado en la función más emblemática que llevan adelante estas operaciones de paz: la protección de civiles en conflictos armados.

Bien saben las naciones que integran esta asamblea que mi pequeño país está muy lejos de caracterizarse por su poderío militar o su predominio económico. Y es allí, paradojalmente, que reside nuestra fortaleza, porque somos incapaces de estorbar a nadie. Por el contrario, nuestra fortaleza radica en capacidades intangibles pero que este mundo mucho necesita, porque somos un país muy confiable en la promoción del diálogo y la paz.

En primer lugar, porque esos principios nos definen como república y se expresan en el respeto a la separación de poderes y el Estado de derecho, la fortaleza del sistema democrático, el respeto y promoción de los derechos humanos y la equidad social, entre otros. 

Y en segundo lugar, porque esa ha sido nuestra conducta histórica en los foros internacionales. Ya en 1907, por ejemplo, mi país llevó una postura firme a la Conferencia de La Haya sobre el arbitraje como mecanismo esencial y obligatorio para resolver conflictos entre estados. Unos años después, en 1921, fuimos el primer estado del mundo en aceptar la jurisdicción de la Corte Permanente de Justicia Internacional, predecesora de la Corte Internacional de Justicia.

En función de estos y otros antecedentes históricos, me permito afirmar que Uruguay está en condiciones inmejorables de ofrecerse al mundo como un anfitrión de negociaciones, como promotor de redes de diálogo y mediación, que conduzcan a la construcción de la paz y prevención de conflictos. Créanme que estamos preparados para este reto cada vez más urgente, para este reto cada vez más necesario. Entre otras razones, porque aprendimos, como dijo el presidente de mi país José Mujica, que la tolerancia es el fundamento para poder vivir en paz.

Muchas gracias.”

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