Discurso en el cierre de ciclo 2025 de ADM

Desgrabación

Palabras del presidente de la República, Yamandú Orsi, en el almuerzo organizado por la Asociación de Dirigentes de Marketing (ADM), el martes 9, en Montevideo.

Capaz que alguna de las noticias más importantes con respecto a la figura del presidente en estos últimos meses haya sido la cantidad de tropiezos discursivos y los desvíos comunicacionales.

Quiero que sepan que, si tropiezo discursivo es decir lo que uno piensa, si tropiezo discursivo o torpeza es decir cuando alguien no sabe algo, eso yo no lo sé. Lo voy a seguir haciendo y les adelanto, incluso a los editores, que hoy va a ser un gran porrazo discursivo, porque así va a ser mi tónica de acá a cinco años más adelante.

Y si no se entiende, se explica, porque mi vocación docente, mi profesión de docente, tiene eso. Uno lo explica una, dos y tres veces. Y si no se entiende, no se entiende.

Ahora, lo políticamente correcto, confieso, me tiene un poco cansado. Entonces, ya decidí que voy a ser yo mismo y voy a decir lo que pienso una y otra vez, como lo he hecho siempre, e incluso me voy a dar el lujo de, a veces, hasta decir lo que siento.

Ahí hay otra conversación que me estoy imaginando, entre Carlitos y el abogado. ¡No quiero ni saber! Así que voy a hacer esta intervención con algunos, por supuesto, “tropiezos” o “porrazos”, verdaderamente, y cada vez van a ser más grandes, porque hasta, cuando después leo las exégesis, la otra vez estaban haciendo un análisis de los exégetas, de Yamandú Orsi, me encantó. Me encanta.

Pero lo digo de verdad, porque a mí me gusta provocar discusión, ¡y bueno!, a veces la discusión empieza cuando uno plantea lo que verdaderamente piensa. Y ahí aparece el tema de la corrección o la incorrección.
Voy a empezar esta intervención clarificando o estableciendo cómo fue que empezamos o aquello de la herencia o del punto de arranque de la gestión. No hay más remedio que hacerlo, y que quede clarísimo que acá, en ninguna de las de las palabras en este análisis primero va a haber traslado de culpas, sino que es aclarar.

Y parto de la base de que la herencia recibida no es un desastre, no fue un desastre. Tampoco fue el paraíso, porque así es siempre o casi siempre, así es el Uruguay. Cuando llegamos al gobierno, nos encontramos con un país que tenía fortalezas macroeconómicas y es justo reconocerlas.

Pero también con una situación bastante más pesada y compleja de lo que teníamos o lo que se nos había anunciado. Una realidad que combinaba problemas fiscales, sociales, institucionales, que a su vez condicionan la capacidad de acción inmediata. Y gobernar exige hacerse cargo de esa realidad para poder transformarla. En materia fiscal, los números mostraban una realidad un poco más dura de lo esperado.

El déficit real rondaba el 4% del PBI (producto bruto interno), bastante más por encima de lo que suponíamos allá en el 2024 y, junto con ese déficit, aparecieron deudas postergadas, obligaciones que no estaban registradas con claridad, más de 160 millones de dólares del Ministerio de Transporte o más de 100 en ASSE (Administración de los Servicios de Salud del Estado). También descubrimos que parte de la buena foto fiscal del último año se había sostenido adelantando ingreso futuro.

Ancap (Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Portland), por ejemplo, adelantó 30 millones de dólares, UTE (Administración Nacional de Usinas y Trasmisiones Eléctricas) 44, en cobros impositivos. Esto generó un alivio, por su supuesto, pero que fue momentáneo, dejó compromisos para el año 25, como era obvio. A esto se suma que varias decisiones presupuestales del último período implican egresos adicionales por 970 millones de dólares para este año, justamente, por haber postergado gastos y cargas que ahora el nuevo gobierno, como corresponde, tiene que asumir.

Y se suma el hecho, por ejemplo, de un embargo de las cuentas del Estado uruguayo en Luxemburgo, situación que se superó en los primeros meses de gobierno, pero que generó preocupación, más si tenemos en cuenta que no lo teníamos claro o no teníamos la información precisa. También abordamos una situación social compleja que afecta de manera directa la vida cotidiana de miles de uruguayos. La pobreza infantil había crecido significativamente, llegando hasta el 20% del año 24.

Habíamos partido, por allá por el 19, en 16, por supuesto, pandemia mediante y todo lo que ya sabemos. Esto significa más gurises viviendo con carencias profundas, más hogares sin las mínimas garantías para proyectar futuro y más desigualdad acumulada. El país alcanzó un récord histórico de personas viviendo en situación de calle. Repito, es un largo proceso.

No son números, son rostros concretos, compatriotas que sufren aislamiento, abandono, problemas de salud mental, adicciones, etcétera. En salud, nos encontramos con un sistema tensionado al extremo, mutualistas que estaban bajo situación financiera crítica, un récord de juicios contra el estado y una población reclamando medicamentos y tratamientos que el sistema no estaba pudiendo garantizar.

Esto no solo compromete la atención, sino que amenaza la sostenibilidad del sistema entero. En el sistema penitenciario, el panorama tampoco es mejor.

Uruguay ha llegado a los mayores niveles de población privada de libertad y también a récord de homicidios y suicidios intramuros.

Cárceles sobrepobladas, sin capacidad de rehabilitar y, en muchos casos, funcionales al crecimiento de redes delictivas dentro y fuera de los muros. En infraestructura, contratos que generaron revisión inmediata. El caso más sonado, quizás, el de Astillero Cardama, es un ejemplo, pero frente a eso hay dos caminos. Ahí es inevitable transitar uno.

O miramos para otro lado, barremos bajo la alfombra, o encaramos el tema y actuamos. Elegimos actuar resolviendo el problema, y tengan, además, certeza de que las patrullas oceánicas van a estar. En el Ferrocarril Central, litigios abiertos, reclamos multimillonarios, riesgos de arbitrajes internacionales y una estructura contractual que ponía al país en una posición vulnerable.

Optamos por negociar con firmeza y responsabilidad, logrando acuerdos que evitaron daños mayores, estoy convencido, y dieron continuidad a una obra estratégica. No puedo dejar afuera el tema que como sociedad nos sigue golpeando: la seguridad. Tenemos un país con una marcada presencia de crimen organizado, con registros elevados de violencia letal y con un sistema penitenciario que perdió la capacidad de control y rehabilitación.

No menciono todo esto para buscar excusas. No es mi forma de hacer política. Lo menciono porque no se puede construir futuro sobre diagnósticos falsos. El país merece saber con claridad cuál es el punto de partida sobre el cual estamos trabajando. Esa es la base desde la cual empezamos a construir.

Lo primero que tuve que hacer, la primera tarea ha sido nombrar y armar los equipos para gobernar y, créanme, que considero que eso lo pude hacer bastante rápido. Y lo otro que estoy muy contento y orgulloso y felicito al equipo que tenemos. ¡Gracias, señores ministros, gracias a los equipos!

La segunda decisión fue fijar prioridades. No se puede hacer todo al mismo tiempo. Un gobierno que pretende resolver todo de un plumazo, anunciando, por ejemplo, una superley que lo resuelva todo, termina muchas veces sin resolver nada. Por eso, convocamos al primer Consejo de Ministros ampliado y, con los programas de gobierno sobre la mesa, definimos 63 prioridades centrales para este quinquenio. 63.

Cada prioridad tiene un organismo responsable, un cronograma, metas intermedias e indicadores de cumplimiento. Salud, educación, seguridad, primera infancia, empleo, vivienda, infraestructura, ambiente, innovación, estos son algunos de los grandes campos donde nos comprometimos y nos comprometemos a cambiar la realidad de nuestra gente. No se conoce cuál es el rumbo. Ahí está.

Solo basta repasar qué dije cuando hablé de prioridades. Me gustan más las lanchas torpederas que los buques insignia. Capaz que se notan menos, pero son mucho más eficientes. Nuestras prioridades están pensadas de lo cotidiano, desde la revolución de las cosas simples, pequeñas transformaciones prácticas que, bien hechas, cambian la vida de las personas: un trámite que se simplifica, una beca que llega a tiempo, una espera en la salud que se reduce o una coordinación que evita que el Estado se pise a sí mismo.

Gobernar no consiste o no se trata solo de hacer grandes anuncios, que entusiasman, es ordenar, es facilitar, es resolver, es lograr que las cosas funcionen mejor todos los días y para todas las personas. Para ordenar ese trabajo, establecimos siete ejes estratégicos que orientan cada una de nuestras decisiones.

Cuando hay duda, nos preguntamos: “¿esto mejora la seguridad?, ¿esto mejora la calidad de vida de gurisada?, ¿esto fortalece la producción?, ¿esto cuida las instituciones?”. Si la respuesta es no, revisamos y reformulamos.

La tercera decisión fue articular al Estado. Uruguay tiene una larga tradición de institucionalidad, pero también sufrimos muchas veces la fragmentación: cada organismo, por su lado, cada ministerio con su propia agenda. Yo quiero romper con esa lógica y construir un Estado en que el Estado trabaje como un solo cuerpo. Por eso, creamos mecanismos de coordinación entre los ministerios para las grandes políticas.

Fortalecimos las capacidades de seguimiento y evaluación para que las 63 prioridades no fueran un papel guardado en un cajón de algún ministerio, de alguna oficina, sino un plan vivo, monitoreado, medido y corregido cuando haga falta. Pero la articulación no fue solo política, también fue institucional y operativa. Rediseñamos estructuras, simplificamos procesos y alineamos programas que antes funcionaban aislados.

Un ejemplo de ese rediseño es Uruguay Innova. Un programa liderado desde la Presidencia que reúne a los ministerios, a la ANII (Agencia Nacional de Investigación e Innovación), a la Udelar (Universidad de la República), la UTEC (Universidad Tecnológica), a la ANEP (Administración Nacional de Educación Pública) y al sistema científico tecnológico para coordinar y potenciar un el sistema de investigación e innovación en el país. Uruguay necesita crecer más y, para eso, precisa aumentar su competitividad y productividad.

Nuestra economía lleva una década expandiéndose a un ritmo cercano al 1% anual. El modelo basado en sumar recursos llegó a su límite. Si queremos dar un salto, debemos incorporar más ciencia, tecnología, innovación y talento a nuestro aparato productivo y, por supuesto, una política que coordine todos esos esfuerzos.
Otro ejemplo es la creación de la Secretaría Nacional de Becas, que unifica y articula todas las becas públicas del país. Lo que antes estaba fragmentado entre la ANEP, el MEC (Ministerio de Educación y Cultura), la Udelar, la UTEC, el INJU (Instituto Nacional de la Juventud) y el Inefop (Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional) hoy funciona bajo una misma gobernanza.

Esto permite llegar a más estudiantes con criterios claros y evitando superposiciones.

Estos cambios no son simplemente programas nuevos, son formas nuevas de organizar el Estado para que sea más eficiente y más justo. Menos burocracia, más coordinación, menos superposición, más impacto.
Y aclaro que, en estos días, miro a mi amigo Arim, va a estar pronta la reglamentación de la ley de infancia, como se reconoció, la que se impulsó desde la legislatura pasada por Cristina Lustemberg, que le va a dar también unidad a las políticas concretas orientadas a la infancia y la adolescencia.

Además, alcanzamos un acuerdo con el Congreso de Intendentes para asegurar la mayor transferencia de recursos de la historia reciente a los gobiernos departamentales. Esto no fue un gesto aislado, es una decisión política profunda.

Significa decirles a los departamentos, a los intendentes, sean del partido que sean, “les damos las herramientas para invertir, para mejorar su nivel de infraestructura y para que sean, como digo, desde hace mucho tiempo, verdaderas pistas de aterrizaje de las políticas públicas nacionales”. Y gracias a los intendentes, que hicieron todo este trabajo, porque estamos convencidos de que un país se construye con 19 departamentos fuertes. Con empresarios que invierten, con trabajadores que se organizan, con universidades que investigan, con gremiales empresariales que defienden los intereses nacionales, con organizaciones sociales que empujan.

Ahora bien, todo esto, el diagnóstico, los equipos, las prioridades, tendría poco valor si no se tradujera en resultados concretos. Y es ahí donde quiero detenerme ahora, porque en estos meses empezamos a ver los resultados inmediatos de este trabajo.

Puedo asegurar que Uruguay cambió de rumbo sin perder su acumulación positiva, que pasamos de la lógica del parche a la lógica del proyecto, de administrar la coyuntura a construir futuro. El 70% de las prioridades estratégicas, 44 de esas 63, se están implementando.

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