Cárcel de Campanero

Educación y trabajo como las claves para la rehabilitación de reclusos

La prisión está en la cabeza, dice el director de la cárcel de Campanero Rodolfo Machado. Mientras nos explica cuáles son las líneas del nuevo sistema de gestión penitenciaria, dos carpinteros moldean una mesa a golpe de sierras y martillos. Quien toma los clavos cometió un crimen; quien se los entrega es policía, llega a las siete de la mañana para trabajar con el recluso mano a mano, sobre la madera, y lo llama “compañero”.

Rodolfo Machado, director de la cárcel Centro Campanero
El Centro de Rehabilitación Campanero es un apéndice de la cárcel de Lavalleja, a pocos kilómetros de Minas, donde viven entre 30 y 40 personas privadas de libertad. Su objetivo es agregar un tratamiento al proceso de reclusión que hoy está vigente para que los futuros egresados estén en condiciones de vivir en sociedad. La política de tratamiento que se imparte en Campanero se basa en el trabajo y la educación. 
Acá lo que debe existir es una política de tratamiento penitenciario, afirma Rodolfo Machado, convencido por los cinco años de experiencia del proyecto. Pero para eso el sistema debe contar con posibilidades para educarse, formarse y trabajar. Y además tener el respaldo de la sociedad civil, organizada en una comisión de apoyo a la cárcel de Lavalleja, dijo.
Este apéndice carcelario cuenta con un astillero, talleres de carpintería, mecánica automotriz y herrería, dos bloqueras, una baldosera, criaderos para vacas, chanchos y cabras, además de la huerta y las horas de cocina, peluquería y cosmética para las mujeres que están recluidas en la prisión femenina.
Para que un recluso ingrese a Campanero necesita el permiso de una junta de ingreso, compuesta por las autoridades de la Jefatura de Lavalleja y su cárcel departamental quienes evalúan si la persona posee capacidad para vivir en régimen de semi libertad, porque en el centro la reja más alta está a la altura de un adolescente. 
El director recuerda que en Campanero hay personas que cometieron delitos dolosos muy graves, pero son infractores de la ley penal que no tienen mentalidad delictiva. “No queremos que se contaminen con internos que tienen mentalidad formada en cárceles, queremos que salgan sin recibirse como delincuentes”, dijo.
Una vez ingresado, el nuevo recluso encuentra una barraca para alojarse, que compartirá con dos o tres privados de libertad. Las barracas están fabricadas con materiales de construcción elaborados o reparados por los propios presos. Cuentan con baño, cocina, calefacción a leña, roperos y energía eléctrica. Son habitaciones sencillas pero cuentan con la infraestructura adecuada. 
A Campanero llegan reclusos de todo tipo, inclusive gente que no fue alfabetizada. El centro cuenta con una maestra, un profesor de educación física, de manualidades, y de cocina. La jornada de trabajo comienza a las siete y de acuerdo a las capacidades de cada uno, trabajan en lo que saben o aprenden.
Mantener un centro de rehabilitación de estas características no es caro. Machado asegura que Campanero es capaz de autogestionarse. Además, pagan un peculio a cada recluso por su trabajo de 25 o 30 pesos por día. Quienes producen en la bloquera se reparten 200 pesos diarios. Pero también elaboran otros productos que sirven para el consumo interno, como la leche.
La cárcel masculina albergaba unos 21 reclusos al día de la entrevista, el 14 de julio. En la jornada un recluso especializado en herrería explicó que sintió un “cambio total” con respecto al trato de otros centros de reclusión. En ese momento tenía la vista en la regla metálica que mide la extensión de las hornallas que serán parte de una cocina. El recluso confía en la rehabilitación que proporciona el sistema: "Todos los policías te tratan con respeto, acá estamos con la cabeza en el trabajo”. 
Frente a la de hombres se encuentra Campanero Mujeres, el centro de reclusión femenino para todo Lavalleja. Allí están mujeres con aptitudes para la vida en semi privación de libertad y reclusas cuya experiencia de vida es un desafío para los objetivos del centro. 
Una sola barraca aloja a las nueve reclusas. Los dormitorios están separados en habitaciones para madres y para solteras. Ellas se encargan de una huerta, donde cultivan estragón, cilantro, albahaca, morrón, cebollinos, acelga, zanahoria, remolacha. El próximo mes limpiarán un depósito repleto de choclos, donde una máquina de desgranar maíz proporcionará el alimento para las gallinas que son responsabilidad de una de las reclusas.  
Rodolfo Machado tiene una visión muy personal dentro de la fuerza policíaca. Cree que en todos los centros del país hay un 33% de reclusos que no tienen necesidad de vivir hacinados y que pueden rehabilitarse en un sistema de extramuros, trabajando y aprendiendo. “Y estoy seguro de que en un sistema de intramuros el 95% pueden tratarse en una modalidad que incluya el trabajo y la educación”, subraya. Hoy las experiencias similares se repiten en Colonia y Rivera. Cerro Largo y Rocha construirán en breve centros similares. 

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