Desarrollo rural

Sembrando sueños... una experiencia productiva, educativa e inclusiva en Baltasar Brum

En el año 2002, en pleno brote de aftosa en el departamento de Artigas, el maestro Marcos Arzuaga inició un proyecto de huerta orgánica con la escuela 77 de Baltasar Brum, para mejorar los hábitos alimenticios de la población. En el año 2009, a través de la Fundación Logros, el proyecto se extendió a toda la comunidad. A través de la Mesa de Desarrollo Rural, se iniciaron algunos proyectos productivos con apoyo del apoyo del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. Hoy en día, a través de una cooperativa agraria, un grupo de productores vende sus productos al Estado. Lo que comenzó con un pequeño proyecto en la escuela, sigue creciendo y dando sus frutos en la zona.
Proyecto de huerta orgánica con la escuela 77 de Baltasar Brum

Marcos Arzuaga (50) es de Artigas. Vive en Baltasar Brum desde hace 28 años. Nació y se crió en el campo: “Mi abuelo tenía una chacra de 50 hectáreas y una granja. Tenía ocho hijos y mi padre fue el que quedó acompañándolo, los demás se fueron. Ahí fui a una escuela rural, la escuela 49 del paraje de Chiflero, en la zona de la Colonia Rivera, a 10 kilómetros de la ciudad de Artigas”, cuenta. Recuerda que “era una escuela con 35 niños, pero muy interesante. Aprendí el cariño por la tierra porque era una escuela granja donde se criaban cerdos y gallinas y teníamos una huerta de casi media hectárea. Allí también se plantaba algodón”.

“Cuando terminé la escuela, tenía que ir a Secundaria, en Artigas, a 10 kilómetros, y mi padre iba en un Sulky a repartir leche (él era lechero); iba muy abrigado en invierno, cuando más se sufría, y me dejaba en el liceo, hacía el reparto de la leche y llevaba fruta y verdura, y a su regreso pasaba por el liceo a levantarme... En aquella época no había fotocopias, había que conseguir libros con los compañeros para estudiar”.

Las tareas en el campo

“Desde los ocho años me levantaba de madrugada con mi padre, a ordeñar las vacas, a darle una mano. Tengo tres hermanas menores y había que ayudar a la familia...”, cuenta Marcos. A él le gustaba lo que hacía: “Mi padre se iba a Artigas a repartir la leche y con mi abuelo hacíamos las tareas en el campo. Ahí aprendí muchísimo, de ahí viene el amor a la tierra y a la producción (...) Mi abuelo ya no está. Falleció con cien años; era un vasco que laburaba mucho, con 92 años se levantaba a ordeñar las vacas...”.

Cuando Marcos terminó el liceo, su abuela materna lo llevó a vivir a Artigas y los fines de semana sí, ayudaba a sus padres. Él es maestro, al igual que una de sus hermanas, las otras también estudiaron, una de ellas pudo hacer estudios terciarios y es trabajadora social: “A mí me gustaba abogacía, escribanía... pero mis padres no podían, lo que podían ayudarme era a estudiar en Artigas, donde la única opción era magisterio. En aquel momento no tenía vocación para ser maestro, pero bueno, empecé a estudiar... hice cuatro años y el último año de magisterio sí, me gustó la práctica con los niños”. Se recibió en el año 1990 y en el año 91 conoció la localidad de Baltasar Brum, fue su primera experiencia de trabajo, y recuerda que lo marcó mucho: “En el año 1992 vine a trabajar en la comunidad y me radiqué. Desde el año 92 hasta ahora ya hace 27 años que estoy trabajando en la localidad de Baltasar Brum, donde me radiqué definitivamente”, cuenta.

Proyecto de huerta en la escuela

Marcos recuerda que el año 2002 como un momento difícil para la región ya que el brote de aftosa se dio en el departamento de Artigas: “Ahí iniciamos un proyecto de huerta orgánica con la escuela 77 de Baltasar Brum, donde se promovía mejorar hábitos alimenticios, porque acá es una zona rural, mucha gente quedó sin trabajo y aumentaban los niños en el comedor de la escuela. Había rechazo a las verduras, entonces se creó un proyecto que se llamaba ‘el invernáculo como instrumento de cambio’. Ahí, con los niños, los docentes, no docentes, comisión de fomento, se llevó adelante un proyecto por varios años de huerta orgánica: se armó un pequeño invernadero con el apoyo de productores de la zona; con la Fundación Logros se consiguió nylon, semillas... la Fundación Logros tenía un convenio con Primaria de apoyo a las huertas y se inició ese proyecto con muy buenos resultados. Se hizo, con los niños, una investigación social. Se descubrió que de 129 familias con hijos en la escuela, solamente 29 tenían huerta, cuando la mayoría disponía de tierra para trabajar. Entonces se empezó a producir con los niños en el invernáculo... Tanto es así que después de cuatro años, en el 2006, se hizo una evaluación y habían aumentado las huertas familiares de 29 a 82. Se llegó a la otra escuela del pueblo también con el proyecto y abarcó a toda la comunidad”, cuenta el maestro.

El invernáculo se empleó como una herramienta educativa: se producían alimentos orgánicos, sanos, para mejorar la dieta y además se educaba: “los niños mismos lo decían: ‘nuestras verduras son más ricas porque nosotros las producimos”... Era mucho más que producir y alimentarse...”. “En un momento se plantó repollo y la madres decían que nos gurises no iban a comer... imagínate a la salida de la escuela todos los niños con una hojita de repollo... y las madres al otro día contaban que llegaron a la casa y pidieron que les prepararan algo... El niño se sintió partícipe, activo, promovió la huerta en la casa, llevó la idea a los padres y los padres se acercaban a la escuela también”.

“En el invernáculo teníamos un aula. Se pudo instalar un pizarrón, los bancos... y los niños lo primero que hacían cuando llegaban a la escuela de mañana temprano era ir a visitar la huerta, ver cómo estaban las plantas, si había aparecido alguna plaga... Entonces se hizo una secuencia muy interesante, porque se enseñaban hábitos alimenticios, matemáticas, producción de textos... todas las dificultades en las áreas de la currícula, pudimos motivar y trabajar... Mejoró muchísimo la calidad de los aprendizajes, que realmente fueron muy significativos”, cuenta el maestro.

Además se puso luz en el invernáculo, se hizo una experiencia con vegetales por la noche con luz. Los niños hacían intercambios con los vecinos y con otros niños, se invitaba a otras escuelas a participar: “Se armaron clubes de ciencia; los niños compartieron sus experiencias a nivel departamental y a nivel nacional”, cuenta Marcos.

El invernáculo fue una excusa para unir a una comunidad conformada por unos 3 mil habitantes. “Incluso había empezado un programa de apoyo a personas vulnerables, que iban a la escuela a hacer limpieza... Me acuerdo del programa ‘Mano con mano’, que era una política pública y se invitó a las señoras que iban a trabajar... íbamos por el barrio con los niños, a contra-turno y se plantaba... y eso movilizó al barrio, a la gente... potenció mucho la parte social y de inclusión”.

Una vez que se vieron resultados, el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) invitó a Marcos a escribir la experiencia. Se llegó a un acuerdo. Marcos escribiría el libro en forma gratuita e INIA no le cobraría nada a las escuelas por los libros. La experiencia quedó registrada bajo el título “Hacia una escuela productiva y sustentable”. A ella se puede acceder a través de la página web de INIA, en la sección Bibliotecas.

Las Mesas de Desarrollo Rural

Buscando otros espacios, en el año 2009, la Fundación Logros los invitó a llegar a toda la comunidad y les aportó un capital semilla para comenzar un proyecto hacia el desarrollo sostenible. Es así que llegaron a las Mesas de Desarrollo Rural: “Tuvimos un espacio donde plantear la problemática de la comunidad y tuvimos la posibilidad de presentar proyecto para un predio de 6 hectáreas que fue donado a la Fundación, donde queríamos hacer algo más productivo (...) Allí se intentó agrupar a un grupo de pequeños productores, que se asociaron, y a través de la Mesa de Desarrollo se pudo plantear un proyecto productivo. Primero fue un Proyecto de Fortalecimiento Institucional, para conformar el grupo, que en aquel momento se llamaba Grupo CIPA [Centro de Investigación de Productores Agrarios], pero con el tiempo se formó una cooperativa agraria, que se llama ‘Con seis P’: fueron seis personas que iniciaron la cooperativa, pero el nombre tiene un significado porque el predio que nos entregaron estaba totalmente vacío, entonces había que cercarlo, ponerle tejido, un pozo semi-surgente, un tanque australiano para el riego... conseguir madera, el polietileno para armar los invernáculos... Entonces le pusimos seis palabras que empiezan con P: el resumen de todo el proceso que llevamos adelante: la primera y la segunda, ‘pensamiento positivo’, es decir, pensar que juntos podíamos lograrlo, que de no tener nada, podíamos producir para abastecer a la comunidad; después pasión, símbolo del amor por lo que hacemos, el amor por nuestra tierra... Paciencia, que tuvimos que aprender a tenerla y que no se da de un día para otro... Perseverancia, porque pese a la lluvia, al mal tiempo, a la seca... había que trabajar. Y por último, participación: había que escuchar a todos, que fuera un grupo abierto, democrático, inclusivo...”.

El predio productivo agroecológico ya lleva siete años de funcionamiento. Son ocho personas que integran el grupo y producen hortalizas de hoja (lechuga, acelga, perejil, cebollita, ciboulette), también tienen tomate, tomate cherry, morrón, algún pepino... Para autoconsumo, pero también se vende algo en los comercios de la localidad.

“Ahora, con Ley de Compras Públicas, que nos está beneficiando mucho, le estamos llegando al CAIF, al comedor de INDA del Municipio y a las escuelas”, dice el maestro. “Le estamos vendiendo a la comunidad, a las instituciones que tienen un servicio de comedor, donde el 30% mínimo le tienen que comprar a un grupo de productores asociados”, agrega. “La idea es generar un espacio que sea educativo y motivar a otros productores de otras zonas del departamento para que se entusiasmen, se agrupen y puedan abastecer a su propia comunidad”, dice Marcos.

El maestro destaca que en poco tiempo les llegarán los sellos de la certificación orgánica a cargo de la Red de Agroecología: “eso facilita mucho la comercialización”. Además de en la zona, han vendido sus productos en Artigas y Montevideo, adonde han llegado con boniato orgánico a EcoMercado.

El MGAP, a través de la Dirección General de Desarrollo Rural les dio la posibilidad de conformar la cooperativa y además los apoyó para la instalación de macro túneles, instalar la activación de microorganismos eficientes para el control de hongos, algún tipo de bacterias y desarrollo natural de los vegetales. A través de la convocatoria “Más Integrados”, accedieron a un tractor y pudieron instalar un invernáculo más grande, lo que les permitió ampliar la producción, crecer y tener mejores ingresos.

La Fundación Logros les cedió dos hectáreas de su predio, en comodato. Además, tienen un proceso de producción orgánica y crían peces en un tanque australiano de 260 mil litros, donde se capta el agua de lluvia de todos los techos, que se aprovecha para el riego: “los peces los alimentamos con restos orgánicos... controlan las algas que proliferan en el agua estancada y comen los residuos orgánicos y las heces sirven como fertilizante natural para las plantas. Se hace compost, se crían lombrices californianas y también se hace un té de humus de lombriz que ayuda a fertilizar las plantas”.

Un espacio de formación integral

Marcos representa a la cooperativa en la directiva de la Fundación Logros... En el pueblo hay unas 150 familias que aportan lo que pueden por mes y eso ayuda a pagar los gastos de luz y agua y a costear la actividad social, educativa y recreativa. En el predio de seis hectáreas de la Fundación hay una cancha y se organiza fútbol femenino: hay una liga y cuatro equipos. Además de la cancha se están construyendo baños, vestuarios, cantina. Además hay un espacio donde se dictan clases de inglés para niños que no pueden pagar clases particulares, y hay clases de danza, música, tejido y apoyo a niños con dificultades de aprendizaje: “Es una movida muy amplia, una visión de agroecología no solamente para producir alimentos libres de químicos, sino que también apunta a la parte educativa, social, ambiental cultural... una formación integral a la cual aportamos”.

Los sueños de Marcos: “El sueño, cuando esto empezó, era que la comunidad se hiciera sostenible... Yo abandoné la escuela por este proyecto, en un momento me quedé sin trabajo, me estuve por ir de la comunidad... Soy funcionario del municipio de Baltasar Brum, pero vi que la comunidad estaba comprometida y tratamos de soñar juntos... Hoy puedo decir que soy inmensamente feliz por lo que estamos haciendo, intentando seguir sembrando sueños compartidos en otras comunidades de la zona”.

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