Atención a víctimas

Reacciones psicológicas esperadas en aquellos que sufren un siniestro de tránsito

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Intervención en crisis en situaciones de siniestros de tránsito.

Aún en casos en que la mirada externa o experta puede prever que va a ocurrir un siniestro de tránsito (ya sea por condiciones del clima, la vías de tránsito o las conductas de riesgo de la persona), para quien lo protagoniza y las personas allegadas siempre reviste el carácter de imprevisto y, por esto, debe ser incluido dentro de la categoría Crisis Traumáticas. Esto no significa que inevitablemente devenga lo que popularmente se denomina “un trauma” ni tampoco que esta situación no pueda ser superada. A veces es, por el contrario, un “parate” a conductas de riesgo o modos de conducir la vida que son revisados conducen a una vida más saludable.

Las crisis son, por definición, momentos de la vida terribles, devastadores, extremadamente angustiosos, pero pasan. Para bien o para mal, pero es en estas primeras etapas que se define si será para bien o para mal.

Para bien, es cuando esta experiencia conduce a cambios positivos que generan una mayor toma de conciencia.Para mal, cuando la vida se detiene allí, no solo en el sentido de la muerte física, sino de los proyectos, las ilusiones, las ganas de vivir. O, peor aún, la vida cambia de rumbo y la venganza o los litigios interminables llenan todos los espacios.

Las crisis y los duelos son procesos normales y saludables de autocuración que no deben ser obstaculizados con medicación que impida vivir el proceso.

Fases de las situaciones de las crisis traumáticas

En un primer momento, durante minutos o incluso horas, las personas involucradas entran en shock. Esto quiere decir que no pueden reaccionar: puede no manifestarse la angustia ni el llanto y tampoco conductas de cuidado básicas para sí mismo o de las personas a cargo. Esto hará que, por ejemplo, no atinen a salir de un vehículo en riesgo de prenderse fuego o permanezcan como atontados en el medio de una calle o carretera muy peligrosa. Suele ser confundido con dificultades para comprender la situación (bloqueo), desinterés o “haberlo superado inmediatamente”.

En un segundo momento, sobreviene la fase de negación y/o disociación.Las personas no demuestran las reacciones de dolor que esperarían los demás e incluso tienen actitudes que se asemejan a las de las personas con problemas mentales (por ejemplo, hablándole a la persona que ha muerto como si estuviera viva o actuando como si nada hubiera pasado).Otras personas actúan como si fueran un robot, no mostrando la más mínima sensibilidad por lo que ha pasado, como si no les importara, lo cual la prensa muchas veces describe como “cinismo”.

Es importante tener en cuenta que la mente humana funciona con base en un criterio de “a grandes males, grandes remedios” y, cuanto mayor o más trágica la pérdida, más precisará tiempo para tomar conciencia y “aterrizar” en lo sucedido.Es frecuente que se piense que la persona no tiene dolor o interés, o que es totalmente fría cuando, en realidad, es todo lo contrario: es tan dramático lo que está sucediendo, que no logra tomar conciencia o responder afectivamente.

Otra reacción común en los primeros momentos es el desplazamiento del foco de interés o preocupación, la persona aparece preocupada por algo totalmente menor o lateral. Nuevamente, esto no es más que una estrategia involuntaria para volver el dolor y la desesperación más tolerables.

Finalmente, en estas primeras reacciones, que se extienden a largo del primer mes o un poco más, sobreviene la fase de intrusión en la que la persona no puede pensar en otra cosa, está abrumada por la angustia y la desesperación e incluso le cuesta conservar cuidados de sí mismo básicos, como comer o dormir. Las fases siguientes, que se extienden más allá de la crisis propiamente dicha y alcanzan el año, conducen a un procesamiento de lo vivido y se trata muchas veces de un situación muy difícil pero sumamente fructífera en aprendizajes sobre la vida, mi entorno y uno mismo.

Acciones a tomar en cada una de las fases

En la fase del shock, que suele durar minutos u horas, es fundamental actuar como “Yo Auxiliar”. Es decir, hacer por la o las personas aquello que, normalmente, harían ellas mismas para cuidar su integridad o resolver asuntos de imperiosa necesidad, especialmente el cuidado de otros indefensos como niños, ancianos o enfermos. Esta función muchas veces se extiende al segundo momento denegación y/o disociación, que dura algunos días, en los cuales la persona no logra tomar conciencia de la situación.

En estos primeros momentos es que habitualmente surgen las preguntas sobre lo que pasó y por qué pasó, y las respuestas suelen darlas personas que no lo saben realmente sino que deducen rápidamente o lo suponen (influidos por las ideas y valores que nos marcan socialmente). De estas primeras versiones de vecinos, observadores casuales y prensa depende muchas veces el destino de quienes han protagonizado la tragedia y no están en condiciones de dar su versión.El futuro de las personas, las familias y las comunidades depende no tanto de lo que pasó sino de lo que se dice que pasó.

En este momento, la mejor ayuda es colaborar a construir una versión de los hechos que sea creíble, piadosa y tolerable, la cual alcance a la familia, la comunidad e, idealmente, la prensa.

En la fase siguiente, en que no hay pensamiento o afecto que no quede capturado por la tragedia (fase de intrusión), es fundamental buscar figuras sustitutas o complementarias transitorias para atender o complementar la atención de niños, ancianos o enfermos que quedan a la deriva en estas semanas. Estas personas, obviamente, cumplirán mejor esta función si ya pertenecen al círculo de relaciones afectivas de quien las precisa.

Recién en las fases siguientes, pasadas las primeras semanas, es que se puede realmente empezar a procesar lo que pasó, aprendiendo de la experiencia, retomando el ritmo de vida habitual, volviendo a sentir que puede retomar su vida. Este puede ser un buen momento para iniciar una psicoterapia, que puede ser precedida por un apoyo y acompañamiento en esas difíciles primeras semanas.

En Uruguay, toda persona tiene derecho a participar, y sin necesidad de consulta profesional o derivación previa, en los grupos para personas que han perdido recientemente una persona muy cercana afectivamente (padres, hijos novios, amigos, etc.). Estos grupos se ofrecen tanto a nivel de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE), así como también en el resto de las mutualistas.

De cualquier forma, la recuperación no es lineal y las fechas de aniversario de la tragedia u otras fechas significativas (cumpleaños, Día de la Madre, Navidad, etc.) son momentos de regresión en el proceso, lo cual muchas veces asusta a las personas y su entorno, que piensan que no saldrán más de este trance e inician innecesariamente un tratamiento psiquiátrico. Avisar, acompañar y tranquilizar son las más eficaces intervenciones en estos difíciles momentos.

La mayoría de las personas se recuperan luego del primer aniversario, o incluso antes, pero hay circunstancias que vuelven muy difícil superar este trance, como en los casos en que la pérdida o daño se deben a una intención suicida, u ocurren en hijos pequeños o muy jóvenes, o son especialmente injustos. En estos casos, hablamos de duelo complicado y todas las manifestaciones son más intensas y la duración del proceso más extensa. Puede resultar de ayuda la intervención de un profesional desde las primeras etapas

En algunos casos, especialmente cuando las personas quedan expuestas a ver, oír, entre otras, escenas muy impactantes, ocurre lo que se llama estrés postraumático, que solo puede ser diagnosticado después de las primeras etapas e implica no poder desprenderse de los recuerdos y emociones durante mucho tiempo, incluso muchos años. En este caso, la medicación puede ayudar y existen técnicas como el EMDR, que son formas específicas de ayuda para este cuadro.

Además de esta situación, también es de ayuda la medicación que cuide el sueño en los primeros días y semanas, pero las crisis y los duelos son procesos normales y saludables de autocuración que no deben ser obstaculizados con medicación que impida vivir el proceso, el cual ineludiblemente implica dolor y angustia. Más allá de esta regla general, puede decirse que un ansiolítico en algunos momentos puntuales puede ayudar y que la persona que ya tenía una problemática importante de salud mental debe recibir una consulta para evaluar la necesidad de indicar o modificar la medicación psiquiátrica.

Finalmente, más allá de todo lo antedicho referido a sobrevivientes y personas allegadas, en quienes sobreviven con las secuelas se agregan fases de hostilidad y negociación, que deben ser atendidas, al igual que el resto de su proceso, por especialistas en Psicología Médica.

El futuro de las personas, las familias y las comunidades depende no tanto de lo que pasó, sino de lo que se dice que pasó.

 

Autor: Ps.Denise Defey, Coordinadora docente en Centro de Capacitación en Intervención en Crisis y Psicoterapia Focalizada (CEIPFO).

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