Cooperativas Sociales

Programa de Cooperativas sociales: el ejemplo de Cotraven

La Cooperativa Social Cotraven es de las más antiguas. Hoy, contratada por el MTOP, es la encargada de mantener las áreas verdes en el entorno de los accesos a la Ruta 1, en el trayecto que va del Arroyo Miguelete al Pantanoso. Está conformada por 10 integrantes, mujeres jefas de hogar en su mayoría, que sueñan seguir capacitándose y ampliar su rubro. Saben que juntas pueden, llevan el triunfo en su nombre.
Cooperativistas trabajando en obras en la ruta

Alicia Larrosa tiene 46 años y es de las fundadoras de la Cooperativa Social de Trabajo del Vencedor (Cotraven). El nombre de la cooperativa le viene heredado del merendero donde se gestó la idea de conformar un grupo y generar su propia fuente de trabajo. En el Vencedor tomaban la merienda muchos gurises del barrio de La Teja, algunos hijos de estas jefas de hogar que un día se atrevieron a soñar con generar su propia fuente de trabajo.

Los comienzos

El 25 de setiembre de 2007, en el marco del programa Cooperativas Sociales del MIDES, nació Cotraven. El proceso duró nueve meses entre: capacitaciones, reuniones interminables, dolores de cabeza, alegrías, desilusiones, idas y vueltas. Alicia lo sabe bien porque durante esos meses cursó el embarazo de su hija, que hoy tiene la edad de la cooperativa: 11 años.

“La mayoría [de sus integrantes] son de esa época”, cuenta. Sentados en ronda bajo un árbol de los que crecen junto a la ruta, en una pausa a pedido para hacer la nota, surge un nombre con el que todos concuerdan: Mirtha Graña. “Ella fue la que formó el grupo”, explican.

“Nos fue a buscar una por una”, cuenta Alicia. De 20 que se llamó a aspirantes, quedaron seis. “Es que la gente quería trabajo para ya”, explica Alicia. Y cuenta que al principio los integrantes de la cooperativa social que se formó cortaban el pasto del cantero central de la ruta 1 “con tijeras de podar”.

No tenían maquinarias, las herramientas con las que hoy trabajan, una moto que es su orgullo y hasta las bolsas donde tiran el pasto que cortan, se lo compraron con el producto de su trabajo. La cooperativa social pone todo y gestiona el dinero para poder seguir creciendo.

De todos modos cuentan que ya están cansadas, es un trabajo muy duro, por eso algunos compañeros ya sienten las secuelas en su cuerpo. Once años a la intemperie, bajo el rayo del sol, haciendo un trabajo duro para llevar el alimento y las oportunidades a casa. Tienen ganas de cambiar de tarea, pero mientras siguen adelante como un equipo, porque si uno se cae, el otro lo levanta. Eso aprendieron con el cooperativismo: el grupo prevalece por sobre la tarea.

El trabajo, por duro que sea, se hace y bien para que salga adelante el colectivo. Y esa unión se nota. Aunque dicen que hay conflictos, como en toda familia, después de tantos años se conocen de memoria. Van intercambiando miradas y entretejiendo historias. Algunas salen a la luz porque están metidas dentro de la cooperativa. Como la historia de Adriana.

Adriana y Alicia

Adriana Piñeyro es una de las más calladas, pero cuando cuenta lo que significó para ella Cotraven se le inundan los ojos de lágrimas. Cuando se sumó estaba sola a cargo de sus siete hijos. El mayor de 14 y “de ahí para abajo”, cuenta. Los integrantes de Contraven no sólo la ayudaron a tener un medio de vida, sino que la apoyaron para que hoy el sueño de una casa propia se hiciera realidad. Levantada a la par con sus hijos, Adriana tiene su vivienda en una cooperativa de ayuda mutua en el barrio Colón. Es lógico que esa palabra que habla de cooperar signifique tanto para ella.

Alicia nota cómo ha cambiado el panorama respecto al cooperativismo en general. Recuerda que en 2007, cuando arrancaron, apenas se sabía qué era una cooperativa social. “Los entes [públicos] no sabían lo que era, hubo que hacer un camino”, cuenta.

El primer contrato que logró Cotraven fue con el Ministerio de Transporte y Obras Públicas (MTOP). Luego vinieron contratos con el Municipio A. Además siempre trabajaron en tareas comunitarias, no remuneradas, para la escuela donde iban sus hijos o el club de fútbol infantil del barrio. “Le devolvemos algo a la comunidad, y de paso nos damos a conocer”, explican.

Con todo el camino recorrido, sienten que es hora de dar un gran paso. Quieren hacer un curso en INEFOP y ampliar su rubro. “La espalda ya no da”, se justifican. Sueñan con hacer tisanería, auxiliar de enfermería o especializarse en cuidados. Son conscientes de que antes hay que evaluar la demanda. Para estos cambios y todo su recorrido cuentan con el seguimiento de El Abrojo, organización social que los apoya además con la capacitación.

Al abrigo del árbol, mientras pasan los autos a toda velocidad por la ruta 1, sentados en ronda sobre bolsas negras y con las bordeadoras descansando a un costado, se permiten reflexionar acerca de lo mucho que han crecido dentro del grupo como personas.

“Más allá de lo material, están las historias de vida que te tocan el corazón. Detrás de todo esto, hay una historia. Venir todos los días con esa carga no es para cualquiera” cuenta Alicia. Y agrega que, si bien no todo es color de rosa, formaron más que un grupo, una familia. “La solidaridad ante todo”, concluye.

Integran COTRAVEN: Analía Vera; Adriana Piñeyro; Elizabeht “Chavela” González; Sandra Moreira; Mirtha Echeveste; Michael Corbo; Esther Barrios; Damián Nuñez (contratado); Estela Villar; y Alicia Larrosa.

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