Emergencia sanitaria

"Habitar en pandemia"

¿Cómo el COVID-19 ha trastocado nuestra cotidianeidad? ¿Cómo nos afecta la tecnología, las redes y la sobreinformación? ¿Cómo es posible convertir esas condiciones en oportunidades?
Imagen ilustrativa

Sobre estos temas conversamos con Eduardo Álvarez Pedrosian y Alma Varela Martínez. Eduardo es Antropólogo, Doctor en Filosofía y Pos-Doctor en Antropología. Alma es Arquitecta, Magíster en Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano y estudiante de Doctorado en Arquitectura. 

Hay quienes han dicho que el Coronavirus es “democrático” en tanto puede afectar a cualquiera, pero la emergencia sanitaria ha impactado de manera disímil a los diferentes países y a los distintos grupos sociales, visibilizando desigualdades que ya existían. ¿Qué inequidades se han puesto de manifiesto con la crisis por COVID-19?

E. Á. P.: No existe ningún fenómeno que podamos llamar extra-humano, que al afectarnos no se combine con diferentes elementos de nuestra sociedad, cultura y economía, y con ello dé como resultado su amplificación o disminución relativa, incluso siendo clave en la transformación del devenir de la especie. Desde fuera parece todo parejo, pero siempre hay diferencias, diversidad y desigualdad entre nosotros. Y cuando algo como un virus nos atraviesa como especie, se convierte en parte de nosotros, ya no podemos pensarlo como externo o interno, sino como transversal, parte de lo que somos y algo más, otro ser viviente en este caso. Cuando se trata en especial de cuestiones que afectan la salud, la misma condición vital, emergen con fuerza todas aquellas desigualdades al respecto.

El virus no es “democrático” pues no estamos todos en la misma condición para cuidarnos de él, enfrentarlo, llevar adelante el padecimiento correspondiente si somos afectados. Desde la alimentación personal y familiar a la que hemos accedido a lo largo de nuestra vida, a los hábitos de higiene, pasando por la estabilidad o fragilidad de los empleos de quienes sostienen el hogar del que formamos parte: lo que está en juego son las bases de nuestra existencia integral, los cuidados en un sentido holístico, existencial. Es así que las poblaciones que se encuentran en condiciones de mayor vulnerabilidad son, evidentemente, las más frágiles ante esta pandemia.

Uno de los sentidos principales del habitar es este “cuidar por”, como lo señaló el filósofo Heidegger en su momento. Para nosotros, por tanto, que trabajamos desde el estudio y la promoción de las formas de habitar, buscando mejorar las condiciones de existencia, nos resulta fundamental que podamos como sociedad comprender lo que emerge en esta crisis: la necesidad de asegurar unas condiciones mínimas que den sostén a la vida de todos los diferentes grupos, sectores y perfiles poblacionales, pues todos estamos en el mismo barco sin excepciones. No se trata solo de sobrevivir ante la infección, eso sería el caso extremo. Se trata también de solventar una vida cotidiana digna desde los parámetros que socialmente nos hemos dado, donde se puedan llevar a cabo las prácticas más variadas ligadas a nuestro desarrollo y bienestar, desde la educación al trabajo, pasando por el acceso a bienes culturales de variada índole.

Las ollas populares que se organizaron rápidamente en las zonas más carenciadas por todo el país, responden tanto a la necesidad de alimentación como a la de socializar la crisis, encontrarse con el otro semejante y llevar adelante acciones propositivas en búsqueda de soluciones. Para nuestro caso, creo que las mayores inequidades que se han evidenciado tienen que ver con lo laboral y habitacional, es decir, con la inserción al mercado del empleo y el diseño y calidad de nuestros entornos residenciales. Quienes habitan en pensiones, en condiciones de hacinamiento, en estructuras constructivas precarias, en espacios sin capacidad de adaptación ante la necesidad de pasar a convivir muchísimo más tiempo y practicando tareas hasta entonces destinadas a otros ámbitos externos a la vivienda, son los más afectados. Nos hemos encontrado incluso con el aumento de las denuncias por violencia machista, con gran preocupación sobre al aumento del suicidio en los jóvenes, pero esas son puntas de un iceberg mucho más extenso.

A.V.: La Pandemia por el Covid-19 tuvo un impacto diferente según países, regiones y grupos sociales, afectando a escala mundial las dinámicas que involucran lo físico ambiental, social y económico. Ha quedado en evidencia que se han agudizado las inequidades, y se han acentuado las situaciones de exclusión y vulnerabilidad. Las repentinas transformaciones, entre otros, han solapado los mundos familiar/individual y el laboral, y ha sido invadido el espacio físico con el virtual, en paralelo, se han visto tensionados los espacios de cuidados y cobijo, y de protección de la salud integral.

Las posibilidades de responder a las tensiones de las distintas etapas de la pandemia ha sido dispar. Se ha evidenciado la desigualdad de género viéndose recargadas las tareas de trabajo no remunerado y remunerado, y repuntando las denuncias de violencia en lo doméstico especialmente hacia mujeres. Las generaciones mayores han visto más limitada su posibilidad de relacionamiento.

Se han marcado brechas en virtud del desigual acceso a la tecnología y las redes de conectividad, repercutiendo en las posibilidades de desarrollo de actividades de trabajo y educación, del acceso diferencial a los servicios de transporte, así como a la posibilidad de acceder a espacios públicos de calidad, y a los servicios urbanos básicos.

La pandemia nos enfrenta no sólo al desafío de la capacidad de respuesta del sistema sanitario, sino fundamentalmente al desafío de reducir las brechas, y construir equidad y resiliencia.

¿Cómo nos afecta la tecnología, las redes sociales, la sobreinformación? ¿Es posible un “consumo saludable” de medios y mensajes en tiempos de pandemia e incertidumbre global?

E. Á. P.: Las tecnologías de la información y comunicación ya son parte de nuestro entorno cotidiano, no son ajenas a nuestro hábitat, lo conforman, como uno de los ingredientes más importantes. La presencia de dispositivos como los teléfonos móviles, ni qué decir de las pantallas tradicionales como las de los televisores, componen los paisajes de nuestro habitar. Son como ventanas que nos conectan a diferentes lugares desde nuestro hogar, integran con sus imágenes visuales, sus sonidos, los contenidos específicos o lo que queda lateralmente emitiendo, el territorio más íntimo de nuestras vidas. En ese sentido, el uso que hacemos de estas tecnologías y la presencia que tiene, los espacios y tiempos que ocupan, son estructurales del diseño de nuestros ambientes.

Lamentablemente, una de las características que poseen es la banalización de contenidos y el sensacionalismo de mucha de la llamada información que nos proveen. El acceso a contenidos de calidad, orientados por estos intereses ligados al cuidado y el bienestar de la población, resultan fundamentales, pero para poder competir con aquellos que aturden nuestros sentidos deben ser a la vez atractivos y seducirnos, de lo contrario no son seleccionados. Son, entonces, elementos centrales en la composición de nuestros territorios existenciales, las atmósferas de nuestros espacios, incluso a niveles profundos, inconscientes. Creo que puede haber un uso muy positivo, ejemplos hay, pero es una batalla permanente ante el bombardeo de impulsos que apelan a lo más instintivo, el miedo y la desesperación, la morbosidad y el pánico. Los medios públicos allí cubren un rol central, regulando y ofreciendo alternativas concretas. Hay grandes diferencias al respecto en términos generacionales. No es necesariamente mejor, pero los más jóvenes ya no confían de la misma forma en la televisión abierta, en su gran mayoría privada, sino que habitan el Internet en flujos variados de acceso desde dispositivos variados, en especial los portátiles. Se puede elegir más, aparentemente, pero hay que tener herramientas y saber qué y cómo hacer esa selección.

A.V.: Las TIC nos ha permitido conectarnos, estrechar vínculos más allá de las distancias físicas, aunque al mismo tiempo nos ha expuesto en una gran ventana virtual. Nuestros estares se han transformado en salones de clase en el que dejamos entrar docentes y compañeros anónimos, en oficinas a las que ingresan nuestros colegas y jefes, en gimnasios improvisados y consultorios médicos. Allí sin mayores cuestionamientos, se han abierto a la ventana virtual los otrora espacios de intimidad. Nuestro desafío como docentes universitarios es acompañar apoyando a generar una mirada crítica sobre los alcances de las nuevas prácticas, y sobre cómo operamos como agentes de difusión.

Para algunos Uruguay es considerado un caso exitoso en lo que refiere a la gestión de la pandemia. ¿Comparten esa apreciación? ¿Por qué?

E. Á. P.: Creo que sí. Hemos demostrado tener inteligencia colectiva, como sociedad, y las distintas esferas de gobierno así lo han demostrado. Sin caer en chovinismos que puedan hacernos descansarnos, es motivo de orgullo y admiración. Pero también es cierto que, como decíamos antes, hay desigualdades estructurales que hacen que gran parte de nosotros esté pasando momentos dramáticos, como puede evidenciarse en los centenares de ollas populares que se organizaron rápidamente por todo el país.

Esto se debe a que se pudo responder tácticamente desde los primeros momentos con medidas que fueron decisivas: el manejo de las fronteras, el distanciamiento físico sostenido, la regulación de las actividades y los tiempos en que se vienen regulando. Pero a nivel estratégico, más duradero en el tiempo y que afecta estructuralmente a la sociedad, si bien tenemos sistemas de cobertura social, sanitaria y cultural de una enorme valía, que permitieron reconvertir por ejemplo las tareas educativas con el gran esfuerzo de los profesionales, o tener la tranquilidad de no saturar el sistema sanitario, se corre el gran riesgo de estar presionando a los sectores más desfavorecidos y a los medios, más extendidos pero dependientes de su fuerza de trabajo, que tarde o temprano son afectados por la precariedad que avanza.

Recuerdo que el Plan Juntos surgió a partir de un decreto en el que se declaraba la existencia de una crisis socio-habitacional, allá por el 2011. Esto sigue, es uno de los rasgos más característicos de nuestra sociedad, lo venimos investigando hace mucho tiempo, y creo que no ha sido tomado en cuenta con el nivel de importancia que realmente merece. Y no se trata solo de los que viven con menores ingresos, no es un tema solo monetario, hace a la calidad de nuestros ambientes, al cuidado y respeto por la manera en que habitamos todos.

A.V.: El caso uruguayo expuso la capacidad de adaptación colectiva, en un clima de sintonía de las respuestas de los niveles nacional y local. Jugó un papel importante la rápida definición de medidas clave, el seguimiento voluntario a las pautas institucionales, así como el capital social que permitió enfrentar la coyuntura. A su vez, la infraestructura física existente permitió pasar con cierta fluidez a formatos virtuales, y las características y condiciones de los sistemas urbanos permitieron además un ágil seguimiento de la situación.

El repliegue de confinamiento y posterior distanciamiento social, ha marcado un cambio sustancial a nivel de los entornos urbanos. Hay que destacar, que se registró una doble dinámica: por un lado la retirada a lo individual y a lo íntimo en la vivienda, pero al mismo tiempo se produjo el encuentro de lo colectivo en otras prácticas y formas de relacionarse en lo urbano. Hubo un resurgimiento del vínculo con los vecinos, el uso y transformación espontáneo de espacios públicos como lugar de encuentro, la generación de redes de solidaridad y de ámbitos de apoyo mutuo como las ollas populares.

La emergencia sanitaria en general y el confinamiento en particular han trastocado nuestra cotidianeidad, entre otras cosas centralizando en nuestro hogar todas las actividades. Nuestra casa se ha convertido en el lugar de trabajo, en el local de estudios, en el sitio para el esparcimiento. ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de esa situación? ¿Cómo transformar esa realidad en una oportunidad, en algo positivo?

E. Á. P.: Esto es algo que estamos investigando actualmente, como muchos colegas a nivel internacional. En nuestro caso desde una perspectiva etnográfica, buscamos comprender las prácticas cotidianas de creación del mundo en el que habitamos, lo que nos incluye como habitantes dentro de él. Y esta temática de la redefinición de los espacios y los usos en clave de confinamiento resulta central. Creo que esto ha sido lo más compartido en términos de los desafíos a lo que nos enfrentamos desde el primer día de decretada la pandemia. También es donde más se hacen evidentes las desigualdades imperantes, lo que planteábamos anteriormente. Es decir, depende mucho de las condiciones sociales, culturales y económicas previas, de los saberes y las herramientas más en general con las que se cuente, y el tipo de actividades de las que se trate.

En segundo lugar, ya existen estilos de vida donde los espacios y tiempos de la vivienda son ocupados por actividades, por ejemplo laborales, como con el tele-trabajo. Nuevamente, en estos casos, los más calificados del mercado digamos, los efectos no son tan drásticos, por el contrario, las personas que habitualmente se desenvolvían de esta forma se encontraron muy bien preparados al respecto.

Pero más allá de estas diferencias, a nadie le resultó indiferente y en una manera intensa, es decir, trastocando sus rutinas, de una u otra forma. En los casos de hogares conformados por familias, con niños y ancianos, es decir, los perfiles de quienes requieren mayores cuidados, esto puede ser donde más se evidenció, siempre cruzado por el factor anterior de la desigualdad en condiciones de acceso a bienes y servicios, saberes e insumos de toda índole disponibles.

El gran desafío justamente pasa por esto: de alguna manera todos nos vemos obligados a ser diseñadores de nuestros interiores, a hacernos cargo de adaptar los ambientes e intentar desplegar nuestras actividades. Esto es muy complejo, puede ser inspirador o frustrante, incluso para una misma persona en diferentes momentos y situaciones. Puede ser una gran oportunidad para experimentar nuevos vínculos como los seres más cercanos, incluso en relación con uno mismo, en ganar tiempo para poder hacer otras cosas, libertad en ese sentido. Pero por lo general lo que encontramos, aunque sea provisoriamente, es un alto grado de confusión y desorientación al respecto, que necesita de la toma de conciencia sobre lo que es habitar y diseñar los espacio-tiempos de existencia. Porque la primera actitud es la de querer y necesitar abarcarlo todo, responder a las exigencias cotidianas como hasta el momento, sin mucha capacidad de transformar el ambiente ni tener herramientas conceptuales para diseñarlo, organizar los tiempos y demás.

A.V.: La coyuntura de pandemia ha trastocado la forma en que nos relacionamos con los otros y con el espacio que nos rodea, ha solapado los espacios físicos con los virtuales y además los ha colocado en simultaneidad. Si bien esta intensa condición de cercanía ha permitido estrechar vínculos entre quienes co-habitan, esta percepción de que #todoestodoeltiempo ha presionado a las personas, generando desgaste e incluso agotamiento de las situaciones de convivencia. En algunos casos ha producido fricciones e incluso derivado en violencia doméstica, cuestiones que se evidenciaron de forma más marcada en la primera etapa de confinamiento.

A nivel disciplinar esta coyuntura nos interpela, se presenta como un momento de reflexión sobre los espacios que habitamos y cómo se proyectan y transforman colectivamente.

Con la sucesiva apertura actividades se retoman los ámbitos de encuentro, ¿Cómo se articulan esos espacios públicos de encuentro con el distanciamiento físico sostenido que se promueve desde las autoridades?

E. Á. P.: Otro de los fenómenos que nos interesan especialmente. Este parece que es el más ligado a lo que llaman la “nueva normalidad”, pero tanto lo público como lo íntimo se redefinen conjuntamente. No existe para nosotros un espacio público genérico, en abstracto, depende de las conformaciones culturales y sociales, de lo que son los espacios y lo que se entiende por esfera público, en cada caso.

Para nosotros las calles, plazas y grandes espacios de consumo, como shoppings, o de actividades culturales como teatros y cines, son los que más asociamos a estos espacios públicos, y donde más evidentes e hace el tema de las distancias físicas que se nos pide sostener. Este también tema de investigación, y depende de las subjetividades de cada sociedad lo que ocurre al respecto, pues la cuestión del cuerpo es de las más singulares. En principio, parece que vamos encontrando la forma de ir adaptándonos a los cambios en la medida del flujo de las aperturas. Como la situación en nuestro país ha sido de las mejores comparativamente al respecto, tampoco estamos ante una situación límite, por ejemplo, donde se haya prohibido el andar por las calles, sí llegamos a anular equipamiento urbano, cerrar playas y demás.

El mayor desafío parece encontrarse en la movilidad urbana más extendida, el transporte público, el cual se encuentra en crisis, como sabemos, a causa de esta pandemia. También debemos agradecer, a su vez, la existencia de grandes parques, espacios abiertos como la rambla montevideana o la de otras ciudades del país, y valorar el significado que tienen para protegerlos y defenderlos. La ansiedad por retornar a una movilidad más liberada de ataduras como estas es importante, no resulta nada fácil de tolerar el ritmo y las fases de un proceso regulado oficialmente desde parámetros científicos, pero vamos aprendiendo entre todos y generando una cultura al respecto.

A. V.: Los espacios públicos son el escenario para el desarrollo de la convivencia colectiva, donde históricamente tienen lugar los intercambios sociales, económicos y ambientales, y donde se construye la identidad local. Como plantean Borja y Muxí, son los lugares de encuentro y expresión social por excelencia. En la actual coyuntura pandémica, los espacios públicos abiertos se presentan como el primer lugar de ensayo de nuevas prácticas de distanciamiento social, tanto en espacios de circulación como son las calles, avenidas y ramblas, en los de intercambio como las ferias, así como en los espacios para la eventual permanencia como las plazas, parques, playas y bordes costeros.

En una situación sanitaria de escala mundial que se ha caracterizado por lo inesperada, extendida y cambiante, las respuestas y medidas sobre los usos y prácticas recomendados no pueden ser absolutos y requieren de constante monitoreo y ajuste. Para trazar medidas efectivas es crucial articular los saberes vinculados a lo sanitario, al comportamiento del virus y su forma de contagio, con los saberes proyectuales y de comunicación, que permitan crear y comunicar inteligentemente formas alternativas de diseño y uso. La incorporación de medidas paulatinas y monitoreadas para recuperar los espacios de encuentro y disfrute, puede permitir recuperar calidad de vida, aumentar la sensación de “espacio seguro” y posicionar los espacios públicos como lugares de aprendizaje y difusión de nuevos hábitos saludables.

La aparición del Coronavirus COVID-19 y las medidas para evitar su propagación, han generado cambios de todo tipo. Desde su perspectiva, ¿cuáles han sido los cambios más significativos? ¿Qué prácticas nuevas te parece que van a permanecer más allá de la pandemia?

E. Á. P.: Creo que sin dudas la ampliación del uso de las tecnologías de la información y la comunicación es crucial, en particular, el habitar el ciberespacio. Ya venía dándose una tendencia general a ello, pero esta pandemia ha potenciado de manera exponencial este uso, las prácticas asociadas, una migración de tantas actividades que de todo ello algo va a quedar inexorablemente. Como otros colegas han planteado, lo que quede o no depende de cuánto duro esto. También hay que pensar que ese tiempo de supuesto excepcionalidad no se mide en abstracto, se trata más bien de la temporalidad, de cómo experimentamos el tiempo, algo que también viene cambiando en medio del proceso, y que varía según las generaciones, los sectores sociales, las culturas.

Para nuestro caso, ya contábamos con una infraestructura digital de gran importancia, lo que permitió sostener mucho de nuestra vida cotidiana en esta situación, desde la educación primaria a consumos masivos de sectores altos y medios.

Pero insisto que lo mejor sería que aprovecháramos esta experiencia para tomar conciencia de la importancia central del habitar en nuestras vidas, de que se trata de la condición estructurante de nuestras subjetividades, y que no podemos dejar librado al azar el diseño de nuestros ambientes, la composición de nuestros espacios y tiempos cotidianos, brindando herramientas y apoyando a quien lo necesite, formando profesionales y acercando los saberes y conocimiento al respecto a la población de forma aún más decisiva de lo que se hacía de antemano.

Siempre habitamos territorios múltiples en sus componentes, pero es cierto que cada vez están más atravesados por flujos globales de información, gestionados en la gran nube y sus algoritmos. Esta también puede ser una oportunidad, no para entregarse absolutamente a ellos (como algunos colegas, de forma muy simplista plantean, desde mi opinión), sino para trabajar en ese diseño de las actividades que llevamos a cargo, en cuáles territorios actuales y virtuales específicamente. Claro que el criterio de esta evaluación es central: si todo pasa por maximizar las ganancias monetarias esta situación puede ser un experimento para presionar aún más a la gente en la forma en que entrega su vida al trabajo, llegando incluso a disolver la diferencia entre estar o no en el trabajo.

¿Algo más que quieran agregar?

E. Á. P.: Una visión ecológica, bio-psico-social, puede ganar terreno, si no olvidamos rápidamente lo sucedido, ni nos quedamos paralizados por miedos y fantasmas. El problema central en todo esto parece ser la delicada relación entre cuidado y control, entre brindar asistencia y soporte para el despliegue de una vida democrática y el uso de estos mecanismos para orientar las acciones y conductas más allá de las voluntades de la población. Esto mismo se debate en el mundo entero.

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Eduardo Álvarez Pedrosian

Pos-Doctorado en Antropología (Colectivo Artes, Saberes y Antropología), por la Universidad de San Pablo, USP, Brasil), Doctor y DEA en Filosofía, en el programa Historia de la Subjetividad, por la Universidad de Barcelona, Cataluña, España. Licenciado en Ciencias Antropológicas por la Universidad de la República.

Creador y coordinador del Laboratorio Transdisciplinario de Etnografía Experimental y su Programa en Comunicación, Arquitectura, Ciudad y Territorio, radicados en la Facultad de Información y Comunicación (FIC-Udelar), donde se desempeña como Profesor Adjunto en Régimen de Dedicación Total.

En los últimos años viene coordinando el Grupo Temático en Comunicación y Ciudad de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC). Integra el Sistema Nacional de Investigadores (SNI-ANII).

Es autor de libros, artículos, brinda conferencias, participa activamente en medios de comunicación y coordina intervenciones en contextos sociales diversos, centradas en las temáticas del habitar, los procesos de subjetivación, sus abordajes y perspectivas teóricas.

Alma Varela Martínez

Arquitecta. Estudiante de Doctorado en Arquitectura. Magíster en Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano. Especializada en Shelter Design and Development (Lund University).

Ha complementado su formación con cursos de posgrado, y participado como organizadora, expositora, docente, conferencista o asistente en congresos, seminarios y workshops nacionales e internacionales.

Desde 1999 desarrolla actividades de investigación, extensión y docencia directa en UdelaR. Es Profesora Adjunta efectiva de Taller Apolo. Ha sido responsable de cursos de Teoría y Metodología del Ordenamiento Territorial (LGA- UdelaR). Ha sido Docente Visitante en Francia (ÉNSAM Marseille y Montpellier) y en Italia (Universitá degli Studi di Roma 3).

Integra el Comité de Emergencia FADU-UdelaR, creado en 2020 ante Pandemia Covid-19 y el EFI “Habitar en la Pandemia y sus territorios existenciales” con participantes FADU-FIC.

Desde 2005 es socia del Estudio Pons+Varela. Ha obtenido varias distinciones en concursos de arquitectura, urbanismo y paisaje. Ha participado en la elaboración de Instrumentos de Ordenamiento Territorial con énfasis en los procesos participativos y en la construcción interdisciplinaria. Es Coordinadora Ejecutiva de la Oficina Técnica del Consejo Auxiliar de los Pocitos, Unidad de Patrimonio, I.M.

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