Perfiles mujeres rurales

Marita Alba

Fichas

“Soy como la avestruz, amo mucho el campo”, dice, entre risas, Marita Alba. Tiene 65 años, se reconoce como adulta mayor y afirma: "no por eso dejo de hacer cosas". Vive con su esposo en Estación Solís, una localidad del departamento de Lavalleja "donde antiguamente corría el tren" y había gran afluencia de gente pero hoy solo viven 55 personas.
Marita en el campo

 

Desde hace algunos años, Marita integra la Mesa de Desarrollo Rural, que trabaja en base a las inquietudes de los productores y llevan adelante varios proyectos. Es optimista con el potencial de estos espacios de participación porque "se ven los avances, hemos ido haciendo cosas, por ejemplo, en salud". Es que Marita se convirtió en toda una lideresa al organizar a vecinos y vecinas para instalar una policlínica rural. Cuando rememora el proceso, mira al cielo y dice “fue una locura mía que se generalizó a raíz del fallecimiento de dos personas, de acá, que no tenían asistencia".

Efectivamente, el acceso a la salud en el medio rural es una de las mayores y más constantes demandas. Además, ella sabe que la salud es de cuidar; hace 13  años, su hija tuvo un trasplante de riñón y Marita agradece todos los días que esté bien y poder disfrutar juntas de su primera nieta.

La muerte de sus vecinos la conmovieron profundamente y ella supo que "algo había que hacer". Con la Comisión de Fomento aplicaron a un FIDA (Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola), de Naciones Unidas —gestionado por medio de la Mesa de Desarrollo Rural—, que otorgaba unos 20 mil dólares, pero no son cosas sencillas de lograr. Había que juntar 59 familias en un rango de 10km, juntaron 129. La movida empezó en octubre 2015 y a finales de 2016 la policlínica ya estaba funcionado en la que había sido la Seccional 13 de Policía, a través de un comodato por 30 años cedido por el Ministerio del Interior. Fueron muchas las instituciones del Estado que colaboraron; lo importante es que la policlínica está instalada ahí y atiende a unas cien personas que antes no tenían asistencia en la zona.

Marita es muy activa y recita, sin un ápice de vanidad, la cantidad de espacios en los que participa. Además de ser la presidenta de la Comisión Fomento de Solís de Mataojo, es consejera de Comisión Nacional, delegada en la Mesa Rural de Lavalleja e integra la Comisión de Género, coordinadora del consultorio médico rural y apoya la Comisión fomento  de la escuela, y en dos grupos de mujeres con estrecho contacto con Inmujeres. No es un checklist, es vocación social.

Reconoce que no ha sido sencillo para las mujeres ganar espacio: “había mucho machismo, mucha falta de respeto. Hubo momentos tensos. Hemos ido aprendiendo a no quedarnos sometidas en casa diciendo todo ‘sí’. Después que crié a mis hijos, quise crecer y aprendí a ser aguerrida, no me dejo pasar por arriba".

Hace un tiempo que, junto a los grupos de mujeres, hacen talleres sobre violencia de género. “En el campo también se vive la violencia y es importante trabajar para que las mujeres hablen, pero no es fácil. Muchas mujeres no pueden agarrar a sus hijos e irse, así, sin nada. ¿Cómo hacer? Es muy difícil", dice y mira al piso afligida. Comprende que sin autonomía económica no hay salida para las mujeres que sufren violencia de género.

Como si todo esto fuera poco, Marita trabaja —como toda persona de campo— interminables horas, todos los días, llueva o truene. Junto a su marido, tienen un campo de 60 hectáreas y arriendan otras 80. Se encargan, ellos solos, de 120 cabezas de ganado (vacas, vaquillonas y terneras) y 80 ovejas. Ella, además, trabaja en las tareas de la casa. Se levanta a las 6 de la mañana y a las 21 ya está en la cama, salvo que haya una actividad social de las nietas que amerite la trasnochada. Para "tirar" todo el día, la pequeña siesta "es sagrada”.

A Marita le gusta vivir en el campo porque "hay mucho para hacer en el campo, la gente de la ciudad tiene más acceso a las cosas, pero nosotros vivimos más sanamente. No comemos chatarra, es nuestra huerta, nuestra carne, nuestras verduras. Nosotras comemos de primera mano. Las personas que vivimos en el campo aportamos mucho a la sociedad, aunque no nos vean. Ponemos las manos, porque son nuestras manos las que hacen la producción que luego todas las capitales consumen".

Etiquetas