Un barrio de pueblo. Símbolos y significantes de una niñez: AgarralaGalarragA, de Juan Estévez

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Niño y valija, Victoria_art. Pixabay.

Por Hamid Nazabay

Con AgarralaGalarragA (edición de autor, abril de 2021), Juan Estévez insiste —como el inconsciente, como su inconsciente— con un personaje: Iván. En la novela anterior, Entusiasmo sublime (2017), ya había desplegado una trama riquísima en una etapa evolutiva posterior de este personaje, la adolescencia y la juventud. 

Esta vez, bajo un título trabalingüístico, anagramático y aliterativo, es la niñez el escenario ficcional ubicado en los sesenta uruguayos. Iván es Juan —como el autor— en ruso, señalamiento que Galarraga, personaje que signa el nombramiento de la novela, hará al niño en un diálogo que lo marcará indeleblemente. 

Estévez vuelve al personaje y, con él, al territorio, al barrio, a un barrio de Mercedes, pero que perfectamente podría ser un barrio de cualquier capital departamental o de esas ciudades del interior que tienen (o tuvieron) ese olor y color a pueblo tan reconocible. 

La vida de barrio de un pueblo está reflejada en lo particular, en la vida de los niños de los suburbios, en contacto con la naturaleza, sí, mas no con la ruralidad, la que queda negada a esa población. Y he ahí un valor: lograr reflejar vivencias de un niño del interior de un pueblo uruguayo al margen de la ruralidad terrateniente; no obstante, una ruralidad que la literatura tanto pregonó en otras etapas de la historia de las letras uruguayas, por más que refería a un lejano mundo anterior. 

La evocación o el arraigo a esa ruralidad anterior llevó a que la siguiente generación literaria y crítica casi que segregara el elemento campesino y apostara por una narrativa cosmopolita en un marco o contexto citadino. Con la literatura de Estévez, como la de otros interioranos (con el treintaitresino Gustavo Espinosa como emblema de un fenómeno ya afirmado), la narrativa demuestra que aquella dicotomía de evasión o arraigo no parece ser la más apropiada hoy. Y viene al caso aquí —sin caer en sociologismos que traspasen indicadores estéticos— decir que en los interioranos más bien habría, paradójicamente, un arraigo a la evasión, a escarbar y burlar mitologemas y estereotipos del país del interior. 

Igualmente, la novela resignifica cuestiones epocales, memorialistas y hasta recopilatorias. Por momentos, en el texto pareciera haber un interés cuasi antropológico-cultural, que mapea y juega un escenario territorial, vincular y afectivo. Empero, es probable que, si se hubiera optado por la crónica como género, esta no tendría el efecto que se logra con la trama ficcional. 

Es verdad que el mercedario y la mercedaria captarán y sacarán jugo local y localista a diversos elementos que aparecen significados en la historia. Pero la novela funciona igual: podría tratarse de un pueblo cualquiera, con cualquier cañada, vecinos, amigos, calles, lógicas de funcionamiento grupal de niños que determinan sus roles. Por eso, el epígrafe de la novela remite a Morosoli: «Las cañadas son la niñez», lo que ya de por sí es un enunciado universalizador y un núcleo poético encriptado en el popular Perico

Hay tramos en que la trama parece hundirse en sí misma, más allá de que se encuadra en el lapso de determinados días y acontecimientos que no son más ni menos que la colección de recuerdos, sin descuidar que estamos en el campo de la ficcionalidad del yo, en principio, y de un tal vez autobiográfico. Porque el autor adopta un personaje para su yo literario y reconstruye imaginativamente el universo representacional de una otrora realidad objetiva; de ahí lo novelístico por sobre la crónica. 

Ahora bien, la presencia de Galarraga es fundante. Se trata de un chofer de ómnibus (de la Onda) en el que Iván encuentra un modelo con el que se identifica. Con Galarraga el niño dialoga, pero, a su vez, introyecta el vínculo, incorpora el diálogo y recurre a este cuando lo necesita; al diálogo con Galarraga, pero no con el Galarraga corpóreo, sino el imaginativo y simbólico. Al punto de que desplaza a un muñequito (un enanito) y condensa en él la dialogicidad. Este, más que como un fetiche, funciona como objeto transicional, como mediador entre el mundo interno y la realidad que remite a un vínculo primario y materno, en búsqueda de seguridad, amparo y complicidad para la construcción del yo. 

La condensación del Galarraga-hombre y el Galarraga-muñeco funciona como ideal del yo para Iván. Porque la figura paterna no produce ese efecto, por el contrario; Iván se ve en la necesidad y en la reinstauración del código deseante, de demandar otra figura compensatoria en tal sentido. Si bien la madre se presenta como un vínculo protector, el personaje es transversal o está casi en paralelo a la trama. Lo significativo es que el padre está ausente, desprestigiado en sí mismo, y que otras referencias que podrían ejercer ese rol tampoco están disponibles. Galarraga viene a llenar esa falta con consejos, como guía, como interlocutor internalizado, por momentos como alter ego, pero, más que nada, como ideal del yo. Incluso, ese vínculo permite la elaboración del duelo por un niño que muere: un compañero de juegos que en pleno despliegue lúdico fallece. El evento traumático suma elementos a la fantasmática de Iván y enriquece —aún en la desgracia— su imaginario. 

De tal modo, el texto admite varios estratos de lectura. Desde lo más costumbrista —aunque remozado— hasta la prosecución de una línea nueva en la narrativa nacional; de la expresión en tiempo y espacio de un tipo de cotidianeidad infantil a la muestra del desarrollo psíquico y afectivo de un sujeto determinado; del despliegue de una trama técnica y literaria a la conexión con las insondables literaturas del yo. O bien puede decirse que Estévez, desde la autoficción, creó una novela trimodal: psicológica, etno y autobiográfica.

 

 

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Hamid Nazabay es licenciado en Psicología, técnico agrario e investigador de música popular y poesía criollista. Publicó cinco libros de carácter histórico y crítico, así como ensayos biográficos y analíticos sobre varios referentes de la música uruguaya. Entre las diversas distinciones obtenidas se destaca el Premio Nacional de Literatura del MEC en 2016.

 

 

 

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