Contador de cuentos

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"Los nombres propios. Emir Rodríguez Monegal", de Hugo Fontana, Montevideo, Estuario, 2021.

 

Por Alfonso Nicolás Rodríguez

 

“Me ratifico como contador de cuentos” se defiende Hugo Fontana en medio de un debate durante “Emir Rodríguez Monegal: protagonista incómodo de nuestra historia intelectual”, la primera de un ciclo de charlas organizadas por el Ministerio de Educación y Cultura como conmemoración de los 150 años del nacimiento de José Enrique Rodó. La inclusión de Fontana en dicho debate se debe a la reciente publicación de su última novela Los nombres propios. Emir Rodríguez Monegal, que gira alrededor de la figura del prolífico y polémico crítico literario. En las distintas notas que el autor dio con motivo de este nuevo lanzamiento editorial, la figura de Emir Rodríguez Monegal acaparó párrafos y párrafos, quitando del centro de atención, precisamente, sobre eso que Fontana destacó de sí mismo: ser un contador de cuentos.

Hugo Fontana es un nombre conocido en la literatura nacional (nada tendría que envidiarle a Emir Rodríguez Monegal en cuanto a la amplitud de su obra) que se ha aventurado en géneros diversos como la narrativa, la poesía, el periodismo y la crítica literaria. En lo que respecta a su narrativa, ha incursionado tanto en la novela como en el cuento y es un referente de la novela negra y policial. Fue dos veces ganador del Concurso de Narradores de Banda Oriental (en 2001, por Oscuros Perros, y 2003, por Quizás el domingo), ganador del Concurso de la Intendencia Municipal de Montevideo (en 1997, por Las historias más tontas del mundo) y el Premio Nacional de Literatura (en 2010, por Un mundo sin cielo). Nada mal, para “un contador de cuentos”.

Entre esas máximas que los lectores del mundo esgrimen, sin ninguna evidencia, pero con la fe del converso, se encuentra la que dice que basta leer el primer párrafo de un libro para saber si va a ser de nuestro agrado. Para no pecar de ortodoxo a la hora de reseñar la última novela de Hugo Fontana sugiero recorrer su primer capítulo para dar un juicio sobre el libro.

En ese capítulo inicial, ya queda planteada la estructura del resto de la novela, así como los hilos por donde se irá desarrollando. Sin preámbulos, el lector se entera del asesinato, en un hotel de la Ciudad Vieja, del profesor Esteban Austin, quien estaba inmerso en elaborar una biografía de Emir Rodríguez Monegal. Como amante y cultivador del género policial, Fontana sabe muy bien que de nada sirve dar rodeos y lo mejor es ir directo al hueso. En esos primeros párrafos ya quedan planteados los tres ejes de todo relato policial: un crimen, un motivo y un asesino. Sin embargo, pronto Fontana va a torcer los andariveles del género, dejando de lado la investigación como motor de la trama, que será llevada por la vida de Emir Rodríguez Monegal desde los momentos antes de su nacimiento hasta su muerte en los Estados Unidos.

Los lectores constantes de Fontana reconocerán en esas primeras páginas a viejos conocidos, como son Lamas y Núñez, dos periodistas de mediana edad que trabajan en un diario capitalino, de los cuales tuvimos noticias, por última vez, en El agua blanda (Estuario, 2017). También vuelve a aparecer Lavanda, ese país imaginario ubicado en las inmediaciones de Argentina y Uruguay, deudor de la tradición de muchos escritores de fundar ciudades imaginarias, como Santa María, Macondo o Comala.

Serán este par de periodistas quienes, desde la ochava del bar Andorra, irán desarrollando la historia policial que sirve de hilo conductor de la novela. Cuando Lamas y Núñez llevan la voz cantante, lo que predominan son los diálogos, en los que Fontana maneja con destreza la información y hace avanzar la historia sin tropiezos, conocedor de que la mejor forma de contar una historia es que la cuenten sus personajes antes que el narrador. El ida y vuelta de ese dúo es uno de los puntos más logrados de la novela: comparten reflexiones, se relatan anécdotas, y, por supuesto, hablan mucho de libros, como no podía ser de otra forma.

Pero Fontana se vale de otras voces en su narración, intercalando partes donde el punto de vista será el del profesor asesinado, a través de las notas de su biografía de Emir Rodríguez Monegal, con otras donde será la esposa del primero quien narrará su divagar por la ciudad mientras espera que le entreguen el cuerpo de su marido. Como no podía ser de otra forma, también el personaje Emir Rodríguez Monegal irá alternando páginas junto con el resto de los personajes. A través de artículos, fragmentos de libros, cartas de su abundante epistolario, así como de testimonios de otros críticos, escritores, poetas y demás figuras claves del siglo XX, se nos revela la vida y obra del crítico nacional, y, en consecuencia, de la realidad cultural y política de Latinoamérica durante el siglo pasado. Lo que en manos inexpertas podría haber llevado al desastre y al aburrimiento, en Fontana el resultado es el opuesto. Esa narración fragmentada atrapa al lector al alternar el foco de su interés para dejarlo siempre con ganas de saber más. El escritor tomó el riesgo de una narración no lineal y no tradicional al intercalar fragmentos no narrativos, pero que enriquecen la narración y le dan más dinamismo a la novela. Celebremos que un escritor de su trayectoria tome estos caminos y utilice otras herramientas diferentes a las tradicionales y, de ese modo, ratifique el manejo del oficio de contar historias.

Cuando uno termina de leer el primer capítulo de Los Nombres Propios… quiere seguir por el segundo, el tercero y así, sucesivamente, hasta el final. Al hacerlo, además de descubrir qué llevó al asesinato del profesor Esteban Austin y de compartir los whiskies nocturnos de Lamas y Núñez, el lector se reencontrará con Horacio Quiroga, Andrés Bello, Pablo Neruda, Juan Carlos Onetti, Jorge Luis Borges y muchos otros autores que estuvieron bajo la lupa de Emir Rodríguez Monegal. Por encima de todos ellos, el lector conocerá al propio Emir personaje, con sus luces y sombras, rodeado de amigos y, al parecer, también de enemigos.

Esta última arista de la novela da una visión general de la fermental arena literaria que existía en nuestro país desde la década del ‘40 hasta el advenimiento de la dictadura. Con ello Fontana recuerda e incluso enseña a las nuevas generaciones, a aquellos que nacimos cuando Emir Rodríguez Monegal ya había fallecido, que hubo un tiempo en que la vanguardia de la literatura latinoamericana pasaba por este pequeño país de tres millones de habitantes y éramos campeones del mundo en crítica literaria, gracias a Rodríguez Monegal y Ángel Rama.

La escritora argentina Hebe Uhart dice que “la escritura como dominio propio la tenemos todos, pero hacer un uso específico del lenguaje es un trabajo diferente”[1]. Se podría complementar esa reflexión diciendo que ese es el trabajo de un contador de cuentos, como Hugo Fontana.

 

[1] Liliana Villanueva (2017). Las clases de Hebe Uhart, Buenos Aires, Blatt & Ríos.

 

 

foto Alfonso Rodríguez

 

 

Alfonso Rodríguez Nocetti (1985). Escribano público y abogado. Estudia Letras. Escritor. En 2020 publicó su primer libro Un objeto llamado libro (Irrupciones Grupo Editor)

 

 

 

 

 

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