Convertirse en otras personas

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El espacio podría sonar así, de Eugenia Ladra. Montevideo, Fardo, 2020.

Por Gerardo Ferreira

 

Con la publicación de los tres relatos breves que integran el volumen La naturaleza de la muerte (2018), Eugenia Ladra (Montevideo, 1992), escritora, editora y Licenciada en Comunicación Social, inauguró tímidamente su producción narrativa; aunque ya contaba en su haber con el proyecto multidisciplinario Ramona y Ramiro (2017), libro álbum infantil con muy buenas ilustraciones de Santiago Musetti.

Dije “tímidamente” no por su personalidad literaria, que se palpa en la natural firmeza y aguda sensibilidad de cuentos como «Río blanco», donde el manejo de la palabra narrada transita por caminos intimistas y poéticos de espesura acuosa —por no decir onírica, muy al estilo de aquella otra uruguaya rara que fue María Inés Silva Vila—, sino porque el libro pasó desapercibido frente a la gran mayoría de los lectores. Las razones son varias y acaso obvias, entre ellas, la total carencia de reseñas o insumos que dieran cuenta de la publicación o de la autora. Claro, tanto aquel libro como el que nos ocupa no tuvieron presentaciones oficiales y, a la vez, el hecho de editar en un sello independiente de corto tiraje (Fardo) contribuye también a la formación de un nuevo tipo de escritor que se mueve con soltura en la periferia, flotando bajo la órbita de las redes sociales. Así, la obra se difunde allí, circula allí y allí se queda, ejerciendo impacto solo en amigos o en conocidos o en amigos de conocidos. Tal vez, sea suficiente, tal vez, no.

Lo cierto es que con su segundo libro, El espacio podría sonar así (2020), Ladra vuelve al ruedo, esta vez, concentrando fuerzas en un único relato con nimios tintes de nouvelle, en donde Montevideo es vista de costado, apenas de reojo, dado que la acción transcurre en España. Se trata de un texto que, además, llega para confirmar las buenas decisiones estilísticas que tomó Ladra en su proyecto anterior, o mejor, llega para indagar un poco más en los gajos afectivos que quedaron al descubierto en aquella propuesta. Tan así que el lector podría pensar que el personaje de la abuela en «La naturaleza de la muerte», texto con el que cierra el libro de 2018, es quien se evoca e invoca al inicio del nuevo: “La muerte de mi abuela me encuentra en Madrid, en una cama que no es mía y en una casa que tampoco”.

La noticia de esta muerte toma desprevenida a la protagonista de la historia (llamada E., ¿será por Eugenia?) en sus vacaciones por tierras españolas, que rápidamente dejan de serlo para convertirse en un viaje introspectivo, personal y familiar, atravesado por la herida abierta del pasado político de su abuelo materno, anarquista capturado por el franquismo, a quien decide seguirle la pista, apenas con una fotografía en mano, hasta la ciudad de Santander. A su vez, el presente de la narración se compone de manera fragmentaria, como un mientras tanto o un viaje en tren que transcurre ante los propios ojos de quien observa, de quien piensa. Porque también hay casas, amigos, ciudades, bares que aparecen pero que no son otra cosa que excusas para encontrarse, ni más ni menos, que viviendo, momentáneamente, en otra parte, desenchufándose, es decir, asumiendo como se puede la peripecia vital. Sucede que quien cuenta y escribe no solo lo hace cuando está en tránsito, sino también —y especialmente—, cuando se sienta a contemplar el movimiento. Allí aparecen las capas más conceptuales de la historia: el vacío existencial, el disfrute teñido por el miedo, la extrañeza que provoca en uno mismo la culpa, como nos confiesa E.: “Hay una tristeza que no me deja pensar en otra cosa que en el no haber estado cuando pasó todo, en por qué decidí irme cuando mi abuela estaba enferma, en por qué mi abuela muere a los días de mi partida, como si se pudieran tomar las riendas de todas las cosas que no pasan y hacer con ellas un plan detallado que no moleste a nadie [...]”.

Finalmente, durante la narración vemos aparecer un vínculo amoroso sostenido a distancia, vía mail, desde España a Montevideo. Los mensajes entre E. y Pau funcionan como un cable a tierra, tanto para la protagonista como para los lectores, ya que son espacios estratégicos, no solo de descarga emocional, sino también de descanso, al tiempo que habilitan un segundo registro a nivel metaliterario en cuyo tejido podemos imaginar las coordenadas del futuro, ese que nadie se anima a proyectar. Si en la realidad que vivimos rige la incertidumbre, no queda más remedio que inventar otras identidades para combatir la amargura. De ahí que Pau diga, al pasar, “me he convertido en otras personas”, como si la manera de lidiar con uno mismo fuera transformándose en otro, sin importar cómo ni cuándo, sin saber por qué, solo haciéndolo y aprendiendo en el envión. Hay quienes buscan la salida en la escritura, para sanar el duelo ahí, para purgarlo. Pero claro, a esa otra batalla con uno, también hay que hacerle frente día tras día.

 

 

foto Gera Ferreira

Gerardo Ferreira (Montevideo, 1981). Es Licenciado en Letras (FHCE) y se encuentra a punto de culminar la Maestría en Literatura Latinoamericana en esa misma casa de estudios. Ha publicado: Imagina el desierto (2009); La sensación es un lugar (2013); Continuidades (2019); y Horacio Quiroga: contexto de un crítico cinematográfico [1918-1931], investigación realizada junto con Andrés González y publicada por la Biblioteca Nacional de Uruguay (2014). Obtuvo la beca FEFCA del MEC en: Formación (2013, Chile); Creación (2016, Argentina); y Formadores (2020, Uruguay). Trabajó para la sección cultural del diario la diaria y para la revista digital Sotobosque, entre otros medios digitales y en papel. En la actualidad colabora para El País Cultural, y desde 2019 lleva adelante El Andén, emprendimiento en el que coordina talleres de lectura y tutorías personalizadas de escritura. 

 

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