La insoportable levedad del discurso luminoso

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Sobre La sociedad paliativa, de Byung-Chul Han*

Por Natalia Costa

 
“Quien pretenda erradicar el dolor tendrá que eliminar también la muerte. Pero una vida sin muerte ni dolor ya no es una vida humana… El hombre abjura de sí mismo para sobrevivir. Posiblemente llegue a alcanzar la inmortalidad, pero habrá sido al precio de la vida”. 

Byung-Chul Han, La sociedad paliativa 
 

El libro La sociedad paliativa, del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, fue publicado por primera vez en alemán en 2020 (Mathes und Seitz, Berlin) y en español en 2021 (Herder, Barcelona). En un sentido fundamental, se trata de una continuación de La sociedad del cansancio, polémico éxito de 2010 cuyas tesis siguen siendo tópico de intenso debate en nuestros días

En La sociedad del cansancio Han defiende que en el siglo XXI se está operando un cambio radical de paradigma. La clásica división de clases marxista se ha introyectado y el sujeto contemporáneo, sin necesidad de coacción externa, se torna simultáneamente su propio amo y esclavo, explotándose a sí mismo hasta el agotamiento (burn out). La sociedad del cansancio es una sociedad del rendimiento: la optimización constante y autónoma de los recursos propios se vuelve el valor crucial para el éxito. La sociedad paliativa añade que ese mundo de rendimiento y cansancio es, a su vez, un escenario de positividad extrema, donde reina el optimismo y el discurso luminoso. <<Sé feliz>>. El sujeto feliz y motivado, que no  sufre ni se deprime, no se detiene jamás. Y es por eso más rendidor y productivo. 

Lo paliativo es, por definición, aquello que alivia, que suaviza. El discurso luminoso -conocido como “pensamiento positivo”– es un discurso paliativo, según el cual toda forma de malestar debe ser evitada de antemano. En la sociedad paliativa el dolor es silenciado antes de que se haga presente. No existe una narrativa del dolor y, por lo tanto (muy psicoanalíticamente), no hay lugar para una terapéutica que, mediante la palabra – que Han, junto con Freud y Benjamin, considera el instrumento por antonomasia de la sanación – pueda ayudar a procesar las distintas experiencias traumáticas. La represión del malestar que tiene lugar en la sociedad paliativa imposibilita la catarsis y, con esto, la verdadera cura. El popular slogan You can do it se masifica más allá de su esfera original y se torna uno de los dogmas oficiales de la sociedad en su conjunto. El sujeto del rendimiento, que es el mismo del discurso luminoso, es un sujeto resiliente, para el cual toda crisis es una “oportunidad”. 

Esta actitud -en cuyo seno se combinan, en bizarra mezcla, creencias casi místicas como la así llamada ley de atracción (“lo semejante atrae a lo semejante”) y ciertos postulados de la física cuántica – es una actitud sumamente narcisista que llega a engendrar una verdadera fobia al dolor. La “algofobia” -como la bautiza Han, remitiendo a la raíz griega ἄλγος (álgos, "dolor")– busca alejar lo máximo posible el conflicto y la controversia para librarse, por esa vía, de toda clase de negatividad. 

Esto, que a primera vista podría parecer inofensivo, no lo es en absoluto: la autonomía y la subjetividad se inflan y redundan, por ejemplo, en el retroceso de la empatía y la exacerbación del individualismo, debilitando la experiencia personal y los lazos sociales. Por este y otros motivos semejantes, el autor sostiene que el discurso luminoso con el cual el sujeto de rendimiento es bombardeado y al cual adhiere (principalmente en el ámbito corporativo) se basa en una falsa promesa (pues la felicidad es episódica e implica necesariamente intermitencias dolorosas). El discurso luminoso es, en el fondo, un dispositivo de control del sistema neoliberal, a quien interesa el rendimiento y el individualismo. 

En el contexto de la algofobia, el malestar es interpretado como una debilidad paralizadora (de la producción) y, por eso, tenido como inconveniente. Alejarse de situaciones y personas “tóxicas” se convierte en un imperativo. Y entonces de nuevo: lejos de ser inocuo, esto deriva en una actitud corrosiva y peligrosa pues, en este caso, debilita y arruina poco a poco la mismísima capacidad crítica. Rebelarse contra las condiciones dadas se vuelve un escándalo. Los revolucionarios, eternos inconformistas, ceden el lugar a los coachs, con su mensaje inspiracional.  

Así, la existencia se estanca y se cierra a la posibilidad del cambio. La sociedad paliativa es la sociedad de lo eternamente igual a sí mismo, un lugar donde no hay transformación ni sublevación, sino una afirmación constante, casi psicótica, del antiguo dogma de Leibniz de que vivimos en el mejor de los mundos posibles.  

Han ve en esto una patología y diagnostica que las consecuencias sociales del pensamiento positivo son catastróficas. Por eso se refiere a una “posdemocracia” -una “democracia paliativa”- en la que, desde el punto de vista del individuo, además de la obligación de ser feliz y de la auto-explotación, impera el conformismo y la sumisión y, desde el punto de vista de las naciones, lo políticamente correcto y la complacencia.  

En el universo que Han retrata, la cultura ha retrocedido al ámbito de lo banal. Es el universo del “like”, del “me gusta”, en el que el arte se confunde con el diseño, con lo decorativo y con el consumo y se transforma, por esta simbiosis viciosa, en algo completamente desprovisto de carácter. Antes de la mezcla, el sentido del arte estaba -dice Han, citando a Adorno- en “provocar extrañeza respecto del mundo”, en estremecer, doler inclusive… en proyectar al sujeto más allá de sí mismo en dirección a la alteridad, a lo ignoto. Hoy, sin embargo, el placer más propio de la experiencia estética se ha degradado al mero agrado. Para Han, un ejemplo de esto son las esculturas de Jeff Koons: pulidas, brillantes, inofensivas, no ofrecen resistencia alguna y no devuelven algo-otro, sino el reflejo diáfano y sereno de sí mismo y del entorno conocido. 

Pero el dolor, dice el autor apoyándose en Heidegger, es inherente a la naturaleza humana; es constitutivo, porque tiene la astucia de hacerse presente por más que se lo reprima. La experiencia del dolor es, además y sobre todo, el móvil de la creación y del descubrimiento. Tanto en el ámbito físico como en el psicológico el rechazo al dolor de la sociedad paliativa implica un estado de anestesia, habitualmente farmacológico. La sociedad paliativa está fundada, en conclusión, en una ideología del bienestar de base medicamentosa; allí el dolor se exilia a la fuerza y ya no hay espacio para la verdadera creatividad. 

En el capítulo final Han hace uso de la imagen del “último hombre”, de Nietzsche. Para Nietzsche, el último hombre (en contraste con el superhombre) es pasivo y se somete a lo que le es dado desde fuera sin resistencia alguna. Para nuestro autor, este es exactamente el hombre del siglo XXI. 

A pesar de todo esto, La sociedad paliativa no es, como se ha dicho, una “oda al dolor”. Tampoco es una defensa de un lamentismo fácil sino que, muy al contrario, es un llamado de atención de gran espesor filosófico sobre el hecho de que impera hoy, a lo largo y ancho de la cultura, un mecanismo alienante y evasivo, el “pensamiento positivo”, que nos deshumaniza individualmente y nos desarma colectivamente. El libro de Han es, en pocas palabras, una arremetida contra el discurso luminoso y un llamado al pesimismo, en el mejor sentido de la expresión (que lo hay). 

Por último, vale también una nota en relación a la forma de la obra. Más allá del contenido, La sociedad paliativa es, al mejor estilo contemporáneo, un libro pequeño, de lectura ágil y amena que, a pesar de su densidad (además de Nietzsche, Heidegger, Benjamin, Adorno se manejan autores como Hegel, Foucault, etc.), resulta comprensible e inclusive agradable al lector no especializado. En conclusión: una lectura posible y, sobre todo, de utilidad para adentrarse en el complejo entramado del mundo contemporáneo. 

Byung-Chul Han es un filósofo y ensayista surcoreano radicado en Alemania, profesor de la Universidad de Artes de Berlín. Es considerado uno de los pensadores más influyentes de la actualidad por su crítica a la sociedad del trabajo, la globalización y la tecnología, que desarrolla en libros como La sociedad del cansancio, La sociedad de la transparencia y La sociedad paliativa

 

 

foto Natalia Costa

 

 

 

Natalia Costa. Doctora y magíster en Filosofía. Licenciada en Humanidades. Colabora en publicaciones especializadas y culturales. 

 

 

 

 

 

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