Omisiones alevosas

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Ilustración: Andrés Seoane

 

Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) es uno de esos críticos que resultan indispensables para adentrarse en la literatura hispanoamericana, que incluso podría decirse que ayudó a construir la idea misma de un imaginario que pudiera llamarse “literatura hispanoamericana”. Lo hizo anunciando antes que nadie el carácter de clásico universal de Jorge Luis Borges o iluminando la maestría narrativa de Juan Carlos Onetti. Pero también en Emir los lectores tienen una certera vía de acceso a escritores como Horacio Quiroga, José Donoso, Carlos Fuentes, Octavio Paz o Mario Vargas Llosa, entre otros.

Junto con Ángel Rama (mejor dicho, de frente a él, como dos boxeadores que se miden para atacarse) hicieron que la denominada “generación del 45”, donde había, principalmente, narradores y poetas, fuera conocida también como la generación crítica. ​ Profesor de literatura del IPA y de la Universidad de Yale, la obra de Emir Rodríguez Monegal rezuma erudición y estilo pero, por sobre todas las cosas, transmite la pasión por la lectura. De su oficio como crítico literario y su contribución a las letras, así como de las contiendas intelectuales de su generación, escribe la académica Lisa Block de Behar en su ensayo Emir Rodríguez Monegal: medio siglo de una (di)visión crítica, del que compartimos con ustedes algunos fragmentos.

 

Por Lisa Block de Behar

 

Escribir una biografía de Miguel Ángel de la que estuviera excluida toda mención de sus obras es una broma excéntrica que Borges suele recordar. Sin embargo, no constituiría una omisión demasiado extravagante (porque ocurrió varias veces) ni una broma (por dolorosa), elaborar una teoría o escribir la historia de la crítica uruguaya sin nombrar a Emir, o nombrándolo apenas.

No faltará la oportunidad para analizar las razones de poder, fuerza y autoridad, de sectarismos y rivalidades, enconos y traiciones más mezquinas, más triviales, pero no menos violentas, que hicieron de Emir alternativamente, juez y testigo, también en el sentido teológico, un estudioso severo y espectador elocuente de su tiempo, el crítico participante que, al dar testimonio, padece y perece por esa causa. Desde sus comienzos, cuando se hace cargo de la dirección de Marcha, hasta la gracia y el misterio de su regreso y partida, la generosidad del sacrificio final, el último combate ―heroico o sagrado― de un sobreviviente de sí mismo que sólo vuelve por volver.

Aunque la fluidez de los acontecimientos desbordan los cortes cronológicos y la puntualidad de los registros, podría considerarse que en 1945, cuando Emir pasa a la dirección de la sección literaria de Marcha, donde colaboraba desde 1943, se inicia una de las etapas literarias decisivas de nuestra historia cultural.

En 1964, revisando el período precedente todavía en curso, Carlos Real de Azúa decía que Emir Rodríguez Monegal era "el más importante de nuestros jueces culturales desde que Alberto Zum Felde hizo abandono, allá por 1930 de tal función". […]

Todavía antes de ser excluido, prohibido por militares y militantes, Real de Azúa no dudó en reconocer que Emir era el escritor uruguayo con más enemigos. Sin embargo, tal como cuenta la historia, los grandes odios habrían empezado después.  […]

Ya entonces, en el Uruguay, Emir había dejado de existir, peor aún: como si nunca hubiera existido, no volvió a ser mencionado.

Criterios de validez universal

La revisión somera de ese primer período del ejercicio crítico de Emir [en el semanario  Marcha] distingue una labor intelectual dirigida especialmente a definir las características de la cultura nacional a partir de una perspectiva latinoamericana, una investigación rigurosa del pasado literario, alentando la promoción y difusión de realizaciones de creación y crítica contemporáneas, por medio de publicaciones que multiplicaban (también se llamó a este período "la generación de las revistas") textos seleccionados, observados atentamente desde coordenadas de diversidad internacional y actualización teórica y pluriestética (cine, teatro, plástica, música). Se esgrimía la validez universal de un criterio que no quería ampararse en complacencias amistosas de admisión recíproca ni en consentimientos provincianos aptos para excluir prudentemente la comparación ni en solidaridades patrióticas que acordaban satisfacciones a disposición inmediata.

A partir de 1960, Emir debe dejar la dirección de Marcha. Desde entonces, sin interrupción, desde los más diversos frentes, la venia sacrosanta de lo-nuestro es intercambiada cada vez con mayor frecuencia y agitación. Simultáneamente, la consigna pasa a excluirlo del juego revolucionario o a incluirlo secretamente en una categoría inexistente (ni lo nuestro ni lo ajeno) comprendida en la interdicción general del fanatismo ideológico: se inicia en aquellos años las prácticas intolerantes de una parcialidad, de un partido que se da por entero, en el que se está o no se está en ninguna parte; una opción: alineado o alienado, decidida por una retórica de la totalidad o totalitaria que articula sin más los términos en una alternativa indialéctica.

En “Un programa a posteriori” (Marcha, 1952), Emir afirma algunos principios que orientaban su política editorial:

"Se trazaban varias líneas de conducta, se postulaba una exigencia crítica idéntica para el producto nacional como para el extranjero, se subrayaba la importancia de la literatura considerada como literatura y no como instrumento, se insistía en la necesidad de rescatar el pasado nacional útil, de estar muy alerta a la literatura que se producía en toda América hispánica, y de permanecer en contacto con las creaciones que el ancho mundo continuaba ofreciendo. El artículo estaba en contra del nacionalismo literario, con lo que este tiene de limitación provinciana y resentimiento, de desahogo de la mediocridad.”

No se estaba refiriendo sólo a su labor sino, en términos generales, a la contextualización universalista que desde sus primeros años había impuesto la página literaria de Marcha, donde aparecían L. F. Céline y J. C. Onetti, E. O'Neill y J. J. Morosoli, J. Cocteau y C. Maggi, W. Faulkner y S. de Ibáñez, A. S. Visca y E. Hemingway, Borges, Kafka, Proust, Gide, compartiendo páginas contiguas y espacios iguales. 

Reciprocidades del descubrimiento

"El propósito de Mundo Nuevo ―escribió Emir― es insertar la cultura latinoamericana en un contexto que sea a la vez internacional y actual, que permita escuchar las voces casi siempre inaudibles o dispersas de todo un continente y que establezca un diálogo que sobrepase las conocidas limitaciones de nacionalismos, partidos políticos (nacionales o internacionales), capillas más o menos literarias y artísticas. Mundo Nuevo no se someterá a las reglas de un juego anacrónico que ha pretendido reducir toda la cultura latinoamericana a la oposición de bandos inconciliables y que ha impedido la fecunda circulación de ideas y puntos de vista contrarios. Mundo Nuevo establecerá sus propias reglas de juego, basadas en el respeto por la opinión ajena y la fundamentación razonada de la propia; en la investigación concreta y con datos fehacientes de la realidad latinoamericana, tema aún inédito; en la adhesión apasionada a todo lo que es realmente creador en América Latina."

Las convicciones eran las mismas, las decisiones igualmente ciertas, los objetivos se confundían en una misma pasión por difundir, multiplicar por la palabra la palabra, pero las circunstancias habían cambiado. De la misma manera que las páginas literarias de las publicaciones uruguayas, Mundo Nuevo fue la revelación de un mundo nuevo tanto en Europa como en América donde el riesgo y la distancia repetían la reciprocidad del descubrimiento: ese reconocimiento de la identidad por la alteridad. Desde París Emir supo habilitar para el pensamiento y la imaginación latinoamericana un contexto universal que avanzaba al margen del acorde coral de sonidos con- signados; cada iniciativa intelectual emprende así, vez tras vez, la aventura de otra “Conquista de América" que, derogando la restrictiva trivialidad de su remota referencia histórica, ya no puede entenderse sino ambivalentemente. Pero la discusión no tuvo lugar.

 Crítica y creación

Cuando generosamente se le hace responsable de la invención del boom o, más propiamente, del movimiento más importante de la literatura latinoamericana, cuando se dice en Montevideo "La generación del 45 despidió a su inventor", se están identificando, por las ambigüedades de la función crítica, la capacidad de inventar y los valores de descubrir que en rigor, y reivindicando en el origen la posible verdad de las palabras, no se diferencian. Ambas acciones comparten la misma ansiedad: sortear el abismo, encontrar el lugar donde se entrecruzan espacios y especies, la encrucijada donde coinciden las ambigüedades de la función crítica.

La acción del crítico se desliza entre ambas revelaciones: posterior a la obra aparece sin embargo, anticipándola: "He vivido tantos vuelcos y vueltas desde mi nacimiento en la ciudad fronteriza de Melo que a veces pienso en mí como una combinación extraña de espectador y actor mirando una obra de la que simultáneamente soy crítico y realizador."

La gesta del retorno

Como orientada por tropismos literarios, históricos y continentales, la figura del crítico aparece a través, una figura en cruz, entre tantos cruces, entre universos distintos, entre América y Europa, entre el norte americano y el sur, atravesando espacios que se quieren antagónicos, encabalgando la identidad en la aventura reversible del descubrimiento, de uno que es el otro de otro.

La figura en cruz. Parece la clave que cifra las instancias de su ausencia y su retorno, un gesto épico, apenas misterioso, apenas místico, de su llegada que fue una despedida, una acción de gracia que proyectó la última sombra lúcida de su pasión dialógica, entre sus amigos (los mejores) y enemigos (que no cuentan), entre la vida y la muerte; hizo del duelo un trance distinto, de esa dualidad, su último desafío.

 

 

Foto Lisa Block

 

 

 

Lisa Block de Behar es docente de Análisis de la Comunicación y catedrática de Semiótica y Teoría de la interpretación en la Universidad de la República (Udelar). Dio clases de Teoría literaria y de Lingüística en el Instituto de Profesores Artigas (IPA), donde realizó su formación de grado. Se doctoró en Lingüística en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, donde defendió su tesis Une rhétorique du silence (Premio al ensayo literario Xavier Villaurrutia 1984). En 2018, la Udelar le confirió el título de Doctor Honoris Causa.

 

 

foto Andrés Seonae

 

 

 

Andrés Seoane
Montevideo, 1984.
Pintor, grabador y fotógrafo.

 

 

 

 

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