Peces en el agua

Recomendaciones

 

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Algunas ideas acerca de la importancia de estar alerta y atento en lugar de dejarse hipnotizar por el monólogo constante que suena dentro de la cabeza, expuestas por el autor de La broma infinita.

"Todos los estados encuentran su origen en la mente"
Dhammapada

 

Por Juan Andrés Ferreira

 

1. Ocurre en uno de los capítulos ambientados en el Año de la ropa interior para adultos Depend, en La broma infinita, de David Foster Wallace. La escena se desarrolla en el marco de una reunión del grupo de alcohólicos anónimos llamado «Te Jodes Pero No Puedes Beber», que parece estar compuesto en un cincuenta por ciento por moteros y novias de moteros. Allí está Robert F., que en la solapa de su abrigo de cuero lleva la inscripción «BOB MUERTE». Robert F./Bob Muerte le pregunta a Gately, uno de los protagonistas de la novela, si por casualidad conoce «el chiste del pescado». Uno de los asistentes piensa que se trata de una conocida chanza de precaria connotación sexual y Bob Muerte se apresura en aclarar que es un chiste que destila otro tipo de humor. Lo cuenta así: «Un pescado viejo y sabio nada hacia otros tres pescados y les dice: “Buenos días, chicos, ¿cómo está el agua?”, y se aleja, y los tres pescaditos lo miran alejarse nadando y se miran y dicen: “¿Qué mierda es el agua?”, y se van». Bob Muerte sonríe, se reclina en el asiento de su vehículo y se retira, en compañía de una chica que lo abraza por la cintura desde atrás. El chiste, al parecer, no tiene remate.

2. David Foster Wallace (Nueva York, 1962 – California, 2008) fue algo más que un escritor genial. Fue un genio que también se dedicó a escribir. No es una exageración. Creó y puso a andar elegantes y complejos mecanismos narrativos a través de los cuales indaga acerca de asuntos esenciales: qué significar estar vivos, qué es lo que hace humanos a los humanos. Construyó una novela adictiva y monstruosamente entretenida para explorar la adicción y el entretenimiento (y la adicción al entretenimiento): La broma infinita. Concibió una narración sobre las variantes del aburrimiento en una obra que todo el tiempo pone a prueba la atención y la paciencia del lector, al que embruja con momentos de literatura sublime: El rey pálido. Wallace fue un orfebre. A través de su prosa, el lenguaje suena mejor, más pulido, más completo.

Cuando todavía no se proyectaba como escritor, sus intereses académicos eran la lógica, la semiótica y las matemáticas. Siguiendo el ejemplo de su amigo Mark Costello, su tesis de graduación en Lengua Inglesa fue La escoba del sistema (1987), un hilarante y wittgensteiniano estudio sobre el lenguaje disfrazado de novela. Fue entonces cuando le tomó el gusto a la narrativa y enfiló hacia ese camino, aunque sin desprenderse del todo de la vena científica, presente en Todo y más: Una breve historia del infinito (2003).

Además de La escoba del sistema y La broma infinita, el corpus ficcional de Wallace incluye la novela El rey pálido (2011), publicada de manera póstuma, y tres libros de relatos: La niña del pelo raro (1989), Entrevistas breves con hombres repulsivos (1999) y Extinción (2004). También están los ensayos y las crónicas de Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (1997), Hablemos de langostas (2005), En cuerpo y en lo otro (2012) y El tenis como experiencia de religiosa (2016), a los que se suma Ilustres raperos – El rap explicado a los blancos (1990), escrito en colaboración con Costello.

Y también: Fate, Time, and Language – An Essay on Free Will (2010), una crítica al trabajo del filósofo Richard Taylor y sus seis presuposiciones acerca de la imposibilidad de los seres humanos de tener control sobre el futuro. Y también: David Foster Wallace portátil (2016), póstuma selección de textos ya publicados más algunas piezas inéditas. Y también algo más.

3. El 12 de septiembre de 2008, Wallace se suicidó en su casa en Claremont, California, donde vivía con su esposa, la artista plástica Karen Green. El autor había combatido su depresión por más de 20 años. La historia es bastante más larga, bastante más complicada, pero básicamente, para decirlo de una manera radicalmente sintética: había abandonado la medicación psiquiátrica que lo mantenía a flote y luego, al intentar retomarla, el asunto no cuajó y los efectos del antidepresivo no llegaron a tiempo (o al menos: al tiempo deseado). Entonces, una mañana aprovechó que su esposa se ausentó de la casa, ordenó papeles, dejó pulcramente amontonadas unas 250 páginas de su novela en progreso, designada con el título El rey pálido, y se colgó. Los genios, se sabe, no hacen genialidades todo el tiempo.

4. Unos años antes, en 2005, Wallace fue sido invitado a dar un discurso a los graduados de Artes Liberales del Kenyon College, en Gambier, Ohio. Las autoridades de la institución le dieron la libertad para elegir el tema del discurso. Por entonces estaba sumergido en la escritura de El rey pálido y prácticamente evitaba formar parte de actividades sociales o con un alto nivel de exposición. Sin embargo, aceptó el ofrecimiento del Kenyon College. Preparó un texto precisamente usando aquel chiste de los peces que lanzaba Bob Muerte. Profundizó en una anécdota que es una gota en el océano de La broma infinita y que, por lo tanto, también es La broma infinita. Y así, en la única disertación de este tipo que dio en su vida, regresó a algunas de sus preocupaciones: el pensamiento, la atención, las trampas de la mente, la construcción del yo, la evasión, la libertad de ejercer cierto control acerca de lo que se piensa y cómo se piensa, aquello que estaba presente en su obra magna y que se condesa, de una forma clara y precisa, en la fábula del encuentro entre los peces.

El discurso es un generoso y amable llamado de atención. Como La broma infinita y también como la inconclusa El rey pálido, es al mismo tiempo un diagnóstico y una cura. La broma infinita tiene como eje el entretenimiento, la avidez mortal por la evasión. El rey pálido órbita alrededor del aburrimiento y la capacidad y la incapacidad de prestar atención al instante presente. Y en su discurso de graduación, el escritor expone, con una claridad serena y una acertada y medida contundencia, la natural tendencia humana a dejarse llevar por lo que llama la «configuración natural por defecto», ese sistema de creencias y pensamientos que reafirma la profunda seguridad de que uno es el centro absoluto del universo.

El impacto de las palabras de Wallace aquella mañana en el Kenyon College fue considerable, al punto que algunos de los asistentes lo grabaron en audio. Un audio original, presumiblemente grabado por la propia institución, se divulgó a través de Internet. Más tarde, otros lo transcribieron y compartieron el texto vía web. Y poco después algunos más se atrevieron a traducirlo y subirlo a la red. Tras la muerte del autor, tanto el audio como el texto del discurso se volvieron virales. Poco después, en 2014, Penguin Random House, editorial que ha publicado casi la totalidad del corpus wallaceano en español, lo editó con el título Esto es agua – Algunas ideas, expuestas en una ocasión especial, sobre cómo vivir con compasión.

5. Desde una actitud muy lejana a cualquier intención aleccionadora, Esto es agua aborda ciertas zonas del mundo adulto que no suelen mencionarse en disertaciones de graduación: el aburrimiento infernal, la rutina voraz, los momentos muertos, los irritantes atascos de tráfico y las absurdamente largas colas para llegar a la caja del supermercado: instancias insufribles, repetitivas que —dice Wallace— ofrecen mucho tiempo para pensar. «Y si no llevo a cabo una decisión consciente de cómo debo pensar y a qué debo prestar atención, voy a estar triste y cabreado cada vez que tenga que ir a comprar comida», dice. «Porque mi configuración natural por defecto me dice que en esa clase de situaciones lo importante soy yo, mi hambre y mi cansancio y mis ganas de llegar de una vez a casa, y me va a dar toda la impresión de que todos los demás me estorban».

Más que nada debido a que es socialmente repulsivo o vergonzoso, pocas veces se reflexiona en ese «egocentrismo tan básico y natural», continúa Wallace: «Y sin embargo en gran medida todos lo tenemos, en el fondo». Es nuestra «configuración por defecto», agrega: «Nunca habéis tenido ninguna experiencia de la que no fuerais el centro absoluto. El mundo tal como lo experimentáis se encuentra delante de vosotros, o bien detrás, o a vuestra izquierda o a vuestra derecha, o en vuestra televisión o en vuestro monitor o donde sea. Los pensamientos y sentimientos ajenos se os tienen que comunicar de alguna manera, pero los vuestros son inmediatos, apremiantes y reales».

6. Wallace sostiene que la educación en humanidades no tiene tanto el sentido de llenar a los graduados de conocimiento como de, entre comillas, «enseñarles a pensar». Y con lo de aprender a pensar se refiere a ejercer cierto control sobre cómo y qué piensa uno. Es decir: «Ser lo bastante consciente y estar lo bastante despierto como para elegir a qué prestas atención y para elegir cómo construyes el sentido a partir de la experiencia». Aprender a pensar es lo que nos hace libres. Aprender a pensar es un trabajo. Un trabajo que consiste en decidir «si nos tomamos o no la molestia de alterar de alguna manera o incluso de quitarnos de encima esa configuración por defecto que nos viene de fábrica, y que consiste en ser profunda y literalmente egocéntricos, y en verlo e interpretarlo todo a través de esa lente que es el yo».

Para el autor, quizás lo más peligroso de la educación académica es que habilita la tendencia a intelectualizar todo en exceso, «a perderme en el pensamiento abstracto en lugar de limitarme a prestar atención a lo que está pasando delante de mí. Y en lugar de prestar atención a lo que está pasando dentro de mí». Menciona el cliché que dice que la mente es un siervo excelente pero un amo terrible. Y dice: «Igual que tantos otros clichés, tan banales y pobres en la superficie, en realidad, expresa una verdad grandiosa y terrible. No es para nada una coincidencia el que los adultos que se suicidan con armas de fuego casi siempre se peguen un tiro en la cabeza. Y la verdad es que la mayoría de esos suicidas en realidad ya están muertos mucho antes de apretar el gatillo. Y yo sostengo que esto es lo que va a acabar siendo el valor verdadero de vuestra educación de humanidades: cómo evitar vivir vuestras cómodas, prósperas y respetables vidas adultas estando muertos, siendo inconscientes, meros esclavos de vuestras cabezas y de vuestra configuración natural por defecto que os dice que estáis extraordinaria, completa e imperialmente solos, día tras día».

7. Esto es agua habla de un asunto presente en La broma infinita y El rey pálido y en cuentos de Extinción, Entrevistas breves con hombres repulsivos y La niña del pelo raro: la adoración. «En las trincheras del día a día de la vida adulta, el ateísmo no existe», dice. «Todo el mundo adora algo. La única elección que tenemos es qué adoramos. Y una razón excelente para elegir adorar a algún dios o cosa de naturaleza espiritual —ya sea Jesucristo o Alá, ya sea Yahveh o la diosa madre de la Wicca o las Cuatro Nobles Verdades o algún conjunto inquebrantable de principios éticos— es que prácticamente cualquier otra cosa que te pongas a adorar se te va a comer vivo. Si adoras el dinero y las cosas materiales —si es de ellas de donde extraes el sentido verdadero de la vida—, entonces siempre querrás más. Siempre sentirás que quieres más. Es la verdad. Si adoras tu propio cuerpo y tu belleza y tu atractivo sexual, siempre te sentirás feo, y cuando se empiece a notar en ti el paso del tiempo y la edad, morirás un millón de veces antes de que por fin te metan bajo tierra». Y también: «Si adoras el poder, te sentirás débil, tendrás miedo y siempre necesitarás más poder sobre los demás para mantener a raya el miedo. Si adoras tu intelecto, el hecho de que te consideren listo, acabarás sintiéndote tonto y un fraude y siempre estarás con miedo a que te descubran».

8. En cierta medida todo esto es algo que se sabe. Es incluso obvio. Y a veces tan obvio que ni se le presta atención. Y no es que estas formas de adoración sean viles, inmorales, vergonzosas u obscenas. El asunto es que son inconscientes. Son configuraciones por defecto, según Wallace. «La clase de adoración en la que acabas cayendo, día a día, volviéndote cada vez más selectivo con lo que ves y con cómo mides el valor sin darte cuenta del todo de que lo estás haciendo. Y el supuesto “mundo real” no te va a intentar disuadir de que funciones bajo tu configuración por defecto, puesto que el supuesto “mundo real” de los hombres y del dinero y del poder ya va tirando bastante bien con el combustible del miedo y el desprecio, de la frustración, el ansia y la adoración de uno mismo. Nuestra cultura presente ha utilizado estas fuerzas de formas que han generado una riqueza y una comodidad y una libertad personal extraordinarias. La libertad para ser todos señores de esos reinos diminutos que tenemos en el cráneo, a solas en el centro de la creación entera. Se trata de una clase de libertad muy recomendable. Pero, por supuesto, hay muchas clases distintas de libertad, y de la más preciosa de todas no vais a oír hablar mucho en ese gran mundo de triunfos y logros y exhibiciones que hay ahí fuera. El tipo realmente importante de libertad implica atención, y conciencia, y disciplina, y esfuerzo, y ser capaz de preocuparse de verdad por otras personas y sacrificarse por ellas, una y otra vez, en una infinidad de pequeñas y nada apetecibles formas, día tras día». Y, está claro, vivir de forma consciente y adulta día tras día. Es un trabajo duro, que requiere voluntad y esfuerzo. Requiere práctica. Es un cultivo. Una tarea que se realiza momento a momento, durante toda la vida.

 

Foto Juan Andrés Ferreira

 

Juan Andrés Ferreira (Montevideo, 1978). Trabaja en periodismo desde 1999. Se ha desempeñado como cronista, editor y crítico cinematográfico en diarios y revistas. Integró la antología El descontento y la promesa (Trilce, 2008) y Género Oriental (Irrupciones, 2017). En 2018 publicó su primera novela, Mil de fiebre, Premio Nacional de Literatura 2020. Una versión más extensa de este artículo fue publicada en 2018 en Zendo Digital, revista de la Comunidad Budista Soto Zen de España.

 

 

 

 

 

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