Rápido y curioso: la saga policial de Agustín Flores acelera en la ruta

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Acerca de Nada es una verdad tan grande, de Pedro Peña

Por Diego Sebastián Maga

 

¿Qué tanto o qué tan poco tiene que hacer un hombre para que, vaya donde vaya, lo espere la insatisfacción? Gobernado por esa apatía encontramos a Agustín Flores. No tiene razones para huir de donde está ni motivos para quedarse. Caído en desgracia, pasa sus días en una cabaña precaria y perdida en un balneario de la costa oceánica. Retirado del periodismo, sobrevive con lo poco que gana trabajando en un aserradero. Parece desear que el mundo lo olvide o quizás sea él quien espera olvidarse de quien fue. Sea como sea, no es tan sencillo negar lo que uno es: «El destino es hábil disfrazando de oportunidades sus viejas trampas». 

Un cruce fortuito con un excompañero del liceo, una invitación a un asado de reencuentro con aquella generación de estudiantes y una inesperada oferta laboral harán que el periodista abandone su simulacro de vida y vuelva a ser guiado por su naturaleza, apretando así el gatillo del nuevo libro de Pedro Peña (1975).

Al igual que con todas sus novelas policiales (la más conocida de todas, La noche que no se repite, que inspiró una película), el escritor de San José disparó seis palabras para titularla: Nada es una verdad tan grande.

Un revólver caliente

«Le disparé al pecho, a un metro de distancia. Por supuesto que sabía que era un disparo de muerte. Ustedes se preguntarán por qué. Como en los viejos cuentos, todo tiene un comienzo». Así empieza la quinta novela de la saga policial de Agustín Flores y, como verán, hay cosas que no cambian, por mucho que él lo intente. Si algo distingue al personaje creado por Peña es su inconveniente habilidad para estar en el lugar y momento equivocados. Y en caso de que una amenaza no lo aceche y parezca distendido, su imprudencia no demorará en hacerlo estar en condiciones desventajosas. Desde que lo conocemos, el periodista vive en esa difusa línea que divide la osadía de la insensatez y, a los efectos de la generación de adrenalina que exige el género, los lectores estamos más que agradecidos. 

Aquello de que a golpes se aprende hizo que los moretones que coleccionó en su cuerpo —durante todos estos años— estén allí, esperando ser leídos como un manual de supervivencia. En el transcurso de Ya nadie vive en ciertos lugares (2010), No siempre las carga el diablo (2011), Tampoco es el fin del mundo (2012) y A veces tarda, casi nunca llega (2014), Flores fue abandonando su maquillaje frívolo y arrogante y se volvió más humano y reflexivo, aprendiendo de sus machucones, siendo más cauteloso, reconociendo sus embarradas y enmendando algunas. Aun así, hay una pulsión que parece inmodificable: la criatura literaria del autor maragato sigue volando hacia el fuego como la mariposa. 

Nada es una verdad tan grande es una road novel que salta a la carretera para recabar pistas en torno a una serie de horrendos crímenes sin resolver («tal vez una docena»), ocurridos décadas atrás en el norte y centro de Uruguay. Esa es la misión que le encomienda un productor de cine que procura escribir un guion para rodar una producción televisiva. Flores es contratado para investigar estos casos e ir armando un rompecabezas cuyas piezas (manchadas de sangre e impunidad) están esparcidas por varios pueblos y ciudades.

A marcha camión

Mucho de asfalto, campo y río le esperan en esta aventura con pistas que seguir, enigmas que resolver, asesinos que acorralar, miedos que enfrentar, sentimientos que reconocer y errores que enmendar.

Para ello debe infiltrarse en una empresa de transporte y subirse a la cabina de un Scania. Transportando enormes y variadas cargas iniciará un frenético tour por las rutas de la patria. Yendo y viniendo de Canelones, Durazno, Paso de los Toros, Cardona, Nueva Palmira, Treinta y Tres, Tacuarembó o Salto, le tomará el gusto a su nueva profesión de chofer. Tal vez, demasiado: «Puedo decir que en aquellas pocas semanas ya había cobrado más sueldo que en cualquiera de los oficios periodísticos anteriores. A veces hasta me olvidaba de para qué estaba allí». 

Así es como nuestro improvisado camionero irá haciendo camino al andar, aunque este plan «rápido y furioso… o curioso» no tarde en aclarar su confusión vocacional. Cada sitio que visite, cada persona que encuentre, cada respuesta que haga o cada mirada con la que se cruce avivarán su maldita pulsión de ir a donde no lo llaman, buscar a quien no quiere ser buscado, acelerar cuando el riesgo le sugiere poner un freno a la curiosidad y vivir para tentar la muerte: «Pero algo en los hombres siempre quiere sobrevivir. Busca la supervivencia. Se resiste a la muerte…», piensa este mortal en beligerancia que no puede con su condición y se enreda en una oscura trama de crímenes rituales, cometidos por siniestros personajes que, como él, surcan el mapa uruguayo en camiones. 

«¿Cuál es el límite entre la oscuridad y la luz?» es la interrogante que inquieta a nuestro antihéroe, pero tal duda no lo detiene para seguir investigando, a veces a tientas, otras viéndolo todo y en ocasiones encandilado por el exceso de luminosidad. A cada paso su margen de error se irá acotando, lo que no parece muy auspicioso para alguien que aún no sabemos si es un incapaz con pretensiones o un experto demasiado confiado en su potencial.

«Ustedes sabrán mejor que yo que la verdad se esconde en los detalles mínimos de una escena, de una persona, hasta de un arma», dice como si supiera, y no queda otra que creerle y acompañarlo, sobre todo porque siempre resulta querible alguien que prefiere aquellas pulseadas donde está en clara desventaja que enfrentar (más por inconsciencia que por convicción) fuerzas que desconoce y no puede dominar.

El viaje interior

Este hombre ordinario al que le suceden cosas extraordinarias ha sabido ganarse la complicidad del lector porque —novela a novela— se fue humanizando. En Nada es una verdad tan grande vuelve a admitir sus zonas vulnerables (entre tanto vértigo, el autor demuestra destreza en el manejo de los ritmos narrativos, sabe cuándo quitar el pie del acelerador y aprovechar los momentos de tensa calma para abrir paréntesis de acercamiento a la psicología del personaje). El tono sincero y confesional con el que Flores nos habla de sus temores, actos fallidos e incompetencia no hace más que convertirnos en sus aliados incondicionales. Entre el periodista que apenas reconocía que tenía una hija y este pasó mucha agua bajo el puente… o mucho mojón en la ruta. Hoy Manuela está en su radar afectivo y eso también incide en cómo lo percibimos ahora, aunque, tal vez, él no sea muy consciente de ese cambio, porque, tanto de peatón como de camionero, Agustín es de los que nunca saben las coordenadas, es de los que encuentran lo que no están buscando. «Si no sabe a dónde va, cualquier camino lo llevará allí», escribió Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas y mucho de eso hay en la hoja de ruta (en blanco) de Flores. 

Conduciendo su Scania (a veces en persecución y otras en fuga) descubriremos otra travesía. Una que parece no tener fin: su viaje interior. Desde que lo conocemos ha sido un inexperto cuando transita por esos confusos caminos. Aún le resta aprender cuándo mirar por el retrovisor para recordar de dónde viene y cuándo mirar por el parabrisas para vislumbrar su futuro. Como dice la canción: «Tan fácil fácil no es. Horizonte lejano, correr y correr…». Flores tal vez podrá frenar su camión, pero rara vez consiga frenar su mente para pensar con claridad. Esa es una de las luchas internas de un personaje que se aventura (entre realidades, delirios y realidades delirantes) en la peligrosa y desafiante ruta del autoconocimiento, allí donde no hay GPS capaz de orientarlo y librarlo de extravíos. Pero ¿quién quiere juzgar a un aventurero que si aprendió algo en la vida es que no hay nada más noble que perderse de tanto buscar? Así que acompañémoslo con la misma avidez a desentrañar estos atroces asesinatos y a descubrir quién es él. A descubrir si continúa siendo el que fue; si, al fin, es como quisiera ser o si simplemente es como es. Y, sobre todo, descubrir si vive para contarlo.

 

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Diego Sebastián Maga (1978) es un periodista de San José de Mayo que tiene 26 años de experiencia en los medios. Se dedica desde 2004 al área cultural, en radio, televisión, gráfica y web. 

 

 

 

 

 

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