Inclusión digital
¿El acceso a Internet se encuentra distribuido equitativamente? En el entorno digital, ¿Se brindan las condiciones de accesibilidad universal para todas las personas? ¿Cuánto condiciona contar con una conectividad de calidad a la hora de hacer un uso pleno de las tecnologías? ¿Cómo influye el nivel educativo y de alfabetización digital del cual se parte en el desarrollo de las capacidades para moverse en el entorno digital?
En el documento Estrategia de Ciudadanía Digital para una Sociedad de la Información y el Conocimiento se relaciona la inclusión digital, por un lado, con el acceso a dispositivos y conectividad de calidad. Por otro lado, con las capacidades de uso y apropiación de las tecnologías dada por las competencias y el nivel educativo necesario para el desarrollo de habilidades instrumentales de alfabetización digital. Implica asimismo brindar las adecuadas condiciones de accesibilidad digital para que todas las personas puedan ejercer la ciudadanía digital, atendiendo a las especificidades de cada población (personas en situación de discapacidad, personas mayores, etc.), teniendo en cuenta los ajustes razonables que correspondan.
En la sociedad de la información y el conocimiento ya no es suficiente tener la capacidad de leer y escribir, como proponía el concepto clásico de alfabetización, sino que son necesarias otras competencias para poder desarrollarnos y ejercer nuestra ciudadanía, es decir, aparecen nuevos alfabetismos.
Si tenemos en cuenta la ampliación del concepto de alfabetismo, podemos enmarcar y entender la alfabetización digital, como un componente de este, por tanto, necesario para ser una persona alfabetizada en nuestra sociedad.
Así, la alfabetización digital significa disponer de los conocimientos y habilidades necesarias para moverse en el entorno digital. Saber usar el navegador, el correo electrónico o las redes sociales, entre otras herramientas, no es suficiente para ejercer ciudadanía en este entorno. Las habilidades digitales instrumentales no podrán promover un buen manejo de la tecnología, si no se fortalece el pensamiento crítico y la comprensión sobre cómo funciona el entorno digital.
En América Latina por tratarse de una de las regiones del mundo con mayor fragmentación e inequidad social, el acceso ha sido, desde siempre, un aspecto fundamental para la promoción de una ciudadanía digital inclusiva. En los primeros años del Siglo XXI, la exclusión digital se basó en la falta de acceso a Internet. Era la época en que sólo una minoría tenía acceso a dispositivos electrónicos y a conectividad en su casa; y los lugares pagos (locutorios, ciber cafés, etc.) eran la única oportunidad de navegar para grandes sectores de la población. Las escuelas no tenían conectividad y tampoco la mayoría de las instituciones públicas. El acceso masivo gratuito a la web no existía.
Pese a los importantes avances, aún hoy el acceso igualitario a Internet y la conectividad para todas las personas no están asegurados en América Latina. Siendo parte de los factores condicionantes de ese acceso aquellos vinculados a la cobertura de los servicios, así como a la asequibilidad en materia de servicios y dispositivos y las habilidades para sus usos. Asimismo, la inequidad en el acceso incide sobre las prácticas, las capacidades y las competencias. Una ciudadanía digital que no es inclusiva, margina, excluye e invisibiliza.
No es menor el hecho de que muchos países hayan dedicado enormes esfuerzos para brindar una mayor conectividad a las escuelas y para proveer de computadoras a estudiantes. Estas políticas públicas, sin embargo, no deberían circunscribirse sólo al ámbito educativo. El acceso a los dispositivos y a una conectividad de calidad debe extenderse a toda la población para lograr una ciudadanía digital inclusiva.
En tal sentido, el documento de Cepal: “Ciudadanía digital en América Latina. Revisión conceptual de iniciativas” señala que:
“El interés en la inclusión digital ha motivado abundante investigación sobre la relación entre exclusión digital y social y sobre la brecha digital (Helsper, 2012; Selwyn, 2004; van Dijk, 2005). El concepto de brecha digital ha evolucionado a lo largo de los años. Inicialmente, se definió en términos dicotómicos como la distancia entre los que tienen acceso a las tecnologías digitales y los que no (DiMaggio y otros, 2004; van Dijk, 2005). Sin embargo, a medida que se ha masificado el acceso físico a estas tecnologías (especialmente a través de los teléfonos móviles), se han vuelto evidentes disparidades en la forma en que las personas usan y aprovechan estas tecnologías. Estas disparidades no son solo económicas, sino también socioculturales, lo que da pie a las nociones de segunda y tercera brecha digital (Hargittai, 2003; Helsper, 2012). Estas nuevas perspectivas de la brecha observan que los beneficios del uso de las tecnologías digitales no solo dependen del acceso, sino también de las características individuales, sociales y culturales de una persona para aprovechar las oportunidades disponibles en el ambiente digital. De manera creciente se observan brechas en los usos y beneficios obtenidos de los usos, donde el nivel socioeconómico, edad, género, capital cultural y habilidades digitales aparecen como factores explicativos fundamentales (Hargittai y Dobransky,2017; Sanders, 2020).” (Claro y otros, 2021: p.10)
Para la antropóloga Paula Sibilia lo primero que deberíamos preguntarnos cuando hablamos de inclusión digital o inclusión de cualquier tipo es ¿inclusión en qué? En tal sentido, le resulta inevitable aludir a clases sociales, a diferencias socioeconómicas, que en América Latina de modo general son muy importantes y, por lo tanto, aún si imaginamos un escenario hipotético en el cual toda la población pudiera tener acceso a dispositivos digitales, evidentemente el uso que cada persona puede hacer, los beneficios que puede obtener al usar estas herramientas son muy distintos. A su vez, este nuevo espacio público constituido por el entorno digital paradójicamente se encuentra en manos privadas lo que vuelve muy difícil pensar estrategias de intervención, capaces de construir algún tipo de equilibrio o de introducir políticas de redistribución y de igualdad de acceso.
Ellen Helsper prefiere hablar de igualdad o desigualdad digital en lugar de utilizar la palabra inclusión, dado que el concepto de inclusión pareciera depender de que otras personas te incluyan o excluyan y, en tal sentido, se limita la autonomía de cada persona de participar en el entorno digital para aprovechar sus beneficios. La igualdad en este caso no significa que todas las personas deban ser iguales o hacer lo mismo, sino que puedan tener las oportunidades y las habilidades de usar las tecnologías e interactuar en los entornos digitales de forma de aprovechar sus beneficios y evitar encontrarse con experiencias más negativas.
Marta Peirano señala los diferentes factores que determinan la capacidad de estar incluido en la vida digital. Uno de ellos, evidentemente, es la posibilidad de estar conectado a la red, tener conexión a Internet es imprescindible para poder participar, pero también resulta muy importante la habilidad para utilizar las herramientas que nos conectan a la red y a los distintos sistemas que propone la administración o los organismos en la vida pública. Estas dos son las claves fundamentales, pero luego hay otras claves como la capacidad de atención, el idioma, todos factores que se convierten en obstáculos a la hora de poder atravesar, por ejemplo, un interfaz o una burocracia administrativa. Además, hay un factor que determina nuestra relación con la tecnología, que es definir qué clase de conexión tenemos, qué clase de terminal usamos para conectarnos y qué clase de sistema operativo vamos a utilizar.
Entonces, continúa reflexionando, la posibilidad de elegir todos esos factores para adaptarlos a nuestras necesidades es crucial. No tener acceso a una computadora o a un terminal conectado a la red que podamos manejar de forma fluida es un obstáculo a la hora de participar en la vida pública y a la hora de defender los derechos de las personas. Una falta de conexión a nivel individual, pero también a nivel colectivo de la comunidad, es un problema de primer orden que claramente desde las administraciones tenemos que ayudar a resolver.
Las consecuencias de la exclusión de la vida digital son la imposibilidad de participar en la vida pública, la imposibilidad de ejercer los derechos no solo digitales, sino los derechos fundamentales de la persona y el aislamiento de un desarrollo cultural y político que ahora mismo marca la agenda de la mayor parte de los países en el mundo occidental.
Volviendo al documento de Cepal: “Estas diferencias en el acceso, formas de uso y beneficios obtenidos de las tecnologías digitales han sido conceptualizadas por algunos autores que estudian la brecha digital como etapas o jerarquías de la inclusión digital. Por ejemplo, Selwyn (2004) plantea que esta progresión comienza con el acceso formal/teórico, seguido por el acceso efectivo/percibido, luego por el uso básico de las tecnologías digitales, que luego puede (o no) conducir a un compromiso significativo con la información y servicios. Este proceso termina en posibles resultados a corto plazo y consecuencias a largo plazo en términos de la participación de un individuo en la sociedad (Selwyn, 2004, pág. 351). Van Dijk y Van Deursen (2014) consideran que la inclusión digital supone un proceso completo de apropiación de una nueva tecnología.” (Claro y otros, 2021: p. 10)
En definitiva, incorporar la perspectiva de inclusión o igualdad digital en las formas de comprender la construcción de ciudadanía implica reconocer las desigualdades existentes, tanto en las formas de acceso a dispositivos y conexión de calidad, como a las posibilidades de aprovechar las oportunidades que estos dispositivos ofrecen, desarrollando las habilidades necesarias para superar las limitaciones de acceso y capacidades, así como para comprender las reglas de juego que este entorno propone y reflexionar sobre nuestros comportamientos, teniendo en cuenta los impactos que se generan sobre nuestras vidas y las de las demás personas.