Adolfo Gelsi Bidart
Adolfo Gelsi Bidart
(Discurso de Ingreso a la Academia)
Señor Presidente de la Academia Nacional de Letras, Señores Miembros de Número:
Es con particular reconocimiento que me dirijo a los integrantes de la Corporación que hoy me acoge como sucesor de los distinguidos miembros que ocuparon el sillón que ahora se me destina.
No sería sincero conmigo mismo sino dejare establecido bien precisamente la sorpresa con que acogí la decisión del Cuerpo que así me hace uno de sus integrantes y que me reúne a tan dilectos académicos entre los que se hallan algunos con quienes compartí otras tareas en tiempos no lejanos, particularmente borrascosos, ya en la Universidad de la República, ya en la Comisión de Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural de la Nación, los señores Doctor Rodolfo Tálice, profesor Juan Pivel Devoto y Profesor Luis Bausero.
Una vez más, reitero mi agradecimiento por la distinción que se me otorgó y prometo honrar el cargo que desde hoy ocupo dedicándole el tiempo que pueda disponer.
Palabras al incorporarse a la Academia Nacional de Letras.
Sumario:
I) Gratitud. II) Responsabilidad. III) Relación con Horacio Quiroga. IV) Inserción en la Academia. V) Compromiso con la Academia.
I
1. A medida que se siente más sobre los hombros, el peso de aquella pirámide temporal que creía ver Marcel Proust sobre los hombros de quienes asistían al último baile de “La búsqueda del tiempo perdido” (en el último volumen: “Le temps retrové”) resulta más difícil aquilatar con la razón, actos como éste en que la Academia se abre para acoger en su seno al nuevo Miembro de Número.
La Academia, una institución de alta cultura, que lo es, por los ilustrados hombres que la han integrado desde su creación hasta el presente. Porque si algo me ha enseñado el estudio y el ejercicio del Derecho, es que las instituciones nada son sino por y en la medida que corresponde a los hombres que las hacen vivir.
2. La conciencia prefiere, entonces, acudir al plano de los sentimientos, en el que resulta más fácil comprender, en base al humano afecto, valorar, qué cosa importa más a los hombres? Y corresponder, también, con el afecto y el agradecimiento, que en este acto reitero a la Academia, es decir, a cada uno y a todos sus Miembros de Número.
II
3. Lo primero que se experimenta, producido el ingreso, es profunda emoción y sentido de responsabilidad.
No puedo menos de conmoverme, al recordar que aquí, contemporáneamente, colaboraron en la labor académica, mis dos maestros: Emilio Oribe, en Filosofía y Eduardo J. Couture, en Derecho.
4. Tristeza, como lo dijo el Sr. Presidente y responsabilidad, por ser traído, como de la mano, por los hombres ilustres que me precedieron en el sillón que me ha correspondido: Aníbal L. Barbagelata, Justino Jiménez de Aréchaga y Dardo Regules.
Con ellos, como mis Maestros, compartimos una sincera amistad; tareas de lo intelectual y en obras de mejoramiento social; una línea humanista común, en la investigación y en la aplicación del Derecho; una preocupación acendrada por la efectiva vigencia de los derechos fundamentales del hombre.
Con Dardo Regules compartimos, además, la docencia en Filosofía y un mismo enfoque cristiano de la vida.
5. No me ilusiono si pienso que estas presencias ilustres siguen con nosotros.
El vacío que han dejado, es en el campo de la acción que, naturalmente yo no pretendo llenar sino ocupar, para seguir obrando conforme a la profunda línea de orientación que ellos dejaron y que procuraré proyectar hacia el futuro.
III
6. Mis predecesores me traen al sillón que se distingue con el nombre de Horacio Quiroga, lo cual plantea el problema de mi relación con este maestro de las letras orientales, para continuar, con él, el diálogo ya comenzado. Un diálogo que reclama un esfuerzo de imaginación y reflexión, desde el punto en que él concluyó, sobre lo que él nos dejó en su obra.
El diálogo puede hacerse, debe hacerse, con todo hombre. Pero cuando se pretende realizarlo en profundidad, reclama algunos puntos de partida mayores o más significativos, comunes a los dialogantes. He creído encontrar algunos que me aproximan a Quiroga y me permiten seguir con él.
7. Ante todo el americanismo, más que predicado, practicado por Horacio Quiroga, que se sintió ciudadano de su patria, en Montevideo o en Salto e igualmente en la Argentina, en Buenos Aires o en Misiones. Como se sintiera el igual de los hombres del ‘obraje’, aunque tal vez no todos ellos compartieran esas creencias en su igualdad.
El americanismo vivido que señalara el historiador de la época pre-emancipadora, Alberto M. Salas: “nacidos en estas tierras o en las del Perú, que da casi lo mismo” (“Diario de Buenos Aires 1806 – 07”, p. 127). El americanismo, el realizado en el pensamiento y en la época de Bolívar y de Artigas y que sentimos hoy como una necesidad de la América de esta época que vivimos.
8. En una correspondencia con su amigo Martínez Estrada, Quiroga dice que se siente, todo él, retratado en dos versos de Gabriel D’Annunzio:
“lostano, come un lungo passato, dolore,
grande, como un lungo, passtao amore”
(“lejano, como un largo, pasado, dolor,
grande como un lejano, pasado, amor”)
(Martínez Estrada “El hermano Quiroga”, p. 68)
Me parece captar aquí, dos aspectos en el enfoque vital de Horacio Quiroga, que también comparto: el sentido existencial del tiempo y el amor como lo mejor de la vida.
Como sabemos, Quiroga tuvo un hogar, una familia, que amó entrañablemente y de la que se creyó, en un momento, abandonado; aquella etapa anterior fue la que consideró feliz y principal de su existencia, que añoraba en la época en la que había perdido.
Ese sentimiento americanista en nuestro entorno, el tiempo agudamente aprehendido como elemento constitutivo fundamental de nuestro existir y el amor como centro de la vida, son aspectos esenciales para poder continuar un diálogo con el hombre Horacio Quiroga y con su obra.
IV
9. El cuestionamiento principal que me ha formulado al saber de mi ingreso a la Academia, es acerca de cómo me inserto en ella, atento a lo que dije y escribí, en los planos filosófico, pedagógico y jurídico, hasta el presente.
10. Tal vez lo primero que se debe pensar, es que aquí se continúa algo que de algún modo todos los que nos congregamos en la Academia, estábamos realizando, cada uno en sector propio y que es indispensable en todas las actividades de la vida: el esfuerzo, la lucha, realizada con el necesario sacrificio del tiempo y otras opciones.
Un poso según la analogía, insinuada más que explícita, por Don Quijote, en aquél que Cervantes calificara de “curioso” “Discurso sobre las armas y las letras” (Parte 1ª, cap. 38), al comparar la “carrera” de unas y otras.
En esta corporación, la lucha por el idioma y con idioma, para que sea medio más adecuado, más flexible y más hermoso, en todas las funciones que cumple en la vida individual y social de los hombres de nuestra nación y del mundo ibero-americano.
11. Leonardo Sciascia recuerda la función renovadora, transformadora, del lenguaje: “En la religión y en la poesía – dice – … las palabras hacen sagradas o hermosas a las cosas. Un “paisaje” que antes mirabas distraídamente y ahora te dice de belleza, porque la poesía ha pasado por él” (“Gil zil di Sicilia”, p. 208).
12. La “alada”, desde los cantos homéricos, pero grácil palabra, tiene, sin embargo, la necesaria consistencia para permitir la fundación, la concreción, del pensamiento. Hasta tal punto, que sigue la discusión sobre su necesidad o su conveniencia y resulta tan difícil marcar los límites entre el vocablo y el término.
De manera particular al nacer la Palabra, con toda la novedad, la hermosura y la virtualidad propia de la creación, sin perjuicio de los aportes que va recibiendo, una vez lanzada a vivir.
De ahí que en todas las ramas de la cultura – pienso, por ej., en Filosofía, Heidegger, en Derecho, Carnelutti, – se vuelve constantemente al origen, a la etimología, a menudo para captar el conocimiento inicial que en esa palabra anida y que dejó en ella quien o quienes, primero, la pensaron y la hicieron.
13. El lenguaje es, además, medio fundamental para la comunicación entre los hombres. El filósofo alemán contemporáneo Hans-Georg Gadamer recuerda que: “En la Política de Aristóteles… se dice… (que) el hombre es el ser viviente que tiene logos (que)… no quiere decir palabra, sino discurso, lenguaje rendición de cuentas y, por último, todo lo que se expresa en discurso, el pensamiento y la razón…, discurso, precisamente la palabra que uno dice a otro… el logos ensambladura de palabras en la unidad de sentido, del sentido del discurso” (“La cultura y la palabra.
En la perspectiva de la Filosofía”, en “Universitas”, setiembre 1982, No. 1, p. 47).
Sentido que se da en el discurso y que, a través de él, se trasmite, se hace llegar, a otros.
14. El lenguaje, por tanto, como expresión de sí, de aquello que uno es y ha elaborado y, al propio tiempo, modo probablemente principal, de la comunicación con los otros.
Aquí aparecen las dos caras o, tal vez mejor, las dos dimensiones del hombre, que tiene que ser “él mismo”, pero reclama igualmente, “el ser con el otro”.
Para ser “él mismo” requiere soledad, indispensable también para relacionarse con los otros hombres: si no es “él mismo”, ¿qué puede dar de sí?
Para ser “con el otro”, reclama comunicación, que le permite trascenderse, llegar a unirse con los demás hombres, vivir con los otros, sin dejar de vivir en y por sí mismo.
El lenguaje es medio, en la soledad, para aquellas concreciones del pensar, del sentir, del decidir. Medio también el más “a la mano”, para trascender hacia los otros, para comunicarse con ellos.
V
15. ¿Cuál ha de ser, entonces, mi compromiso con la Academia?
Volvemos a Quiroga: “Hacer amigo mío, somos hombres, no hay que olvidarlo” (ob. cit., p. 61).
Hacer, en el quehacer de la Academia. A lo que agregaría algunas notas que estimo indispensables.
Se ha de tratar de un hacer en común, en comunidad. Lo personal en cada uno, no fusionado, sino realizado con el de cada uno de los otros; un trabajo en común – la unión de cada uno – para efectuar el trabajo común de la Academia.
Ha de ser, como en todo caso, un hacer vital. Ortega decía (en todas sus obras, v. gr. “El tema de nuestro tiempo”, passim) que “la vida se nos da para hacerla”; que nuestra vida es la empresa fundamental que se nos ha confiado y que debemos realizar, para ser auténticos, conforme a la vocación que a cada uno corresponde.
Nuestro hacer, cualquiera que sea, habría de consistir en un volcar de nuestra vida, siempre signada por lo irrepetible y original de la misma, en cada uno de nuestros “haceres”; hacer la vida y hacer en la vida, conforme a su auténtico modo de ser.
Esta acción, esta labor, este trabajo, como todo el que emprendemos en la vida, debe ser urgente. Quitándole a este vocablo toda impaciencia y toda angustia. Urgencia significa: desde ahora y en adelante.
No podemos menos que concluir así, recordando, una vez más, la admonición de Juan, el Evangelista: Hagamos nuestras “obras”, “mientras dura el día, viene la noche, cuando nadie puede actuar” (c.9, v.4).
Montevideo, 8 de abril de 1983