Así es como entra la luz

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Desde el viejo periodismo tradicional, con sus redacciones repletas de críticos, hasta los nuevos formatos de podcast, redes sociales y clics instantáneos, Pía Supervielle realiza un sentido y alentador recorrido por las distintas formas del periodismo cultural actual. ¿Hasta dónde y de qué manera conviven el legado del viejo periodismo con los soportes digitales y las nuevas formas de recepción?

Ilustración Gabriela Sánchez

Ilustración: Gabriela Sánchez

 

Por Pía Supervielle

 

A propósito del periodismo cultural en Uruguay hoy

There is a crack, a crack in everything
That's how the light gets in

Anthem, Leonard Cohen

 

Es el invierno de 2021 y, en Uruguay, la conversación parece girar alrededor de un escueto número de temas. Sin embargo, de tanto en tanto, por algunas rendijas se cuela otra luz. A media mañana de un miércoles suena Como los desconsolados de Eduardo Darnauchans; Inés Bortagaray habla de lo bello y lo triste en su columna de No toquen nada y lee en voz alta uno de los fragmentos de Zurcidor de Fidel Sclavo, el nuevo libro de la colección Discos que edita Estuario. No importa el día, no importa la hora, para el universo del podcast tanto da si es martes o domingo, de madrugada o a media tarde, lo que sí importa, en este caso, es que Miguel Ángel Dobrich entrevista a la fotógrafa y  realizadora Irina Raffo; es el último episodio de Dobcast –el sitio que el periodista lleva adelante desde hace más de cinco años– y se puede escuchar en Spotify, Apple Podcast o la plataforma que más le guste al que esté del otro lado. Es jueves y a los correos electrónicos de los suscriptores de El Observador llega una nueva edición de Epígrafe, el newsletter mensual de Emanuel Bremermann sobre libros en el que rara vez se habla de novedades. Es viernes y Diego Recoba firma en el suplemento Cultura de La Diaria una nota sobre Okupas, la serie argentina de 2000 que Netflix recuperó en 2021; algunos la leerán en papel, otros lo harán desde su celular y otros se quedarán con las ganas porque no están registrados. Es el mediodía del sábado, Fernando Medina y Natalia Mardero entrevistan por Zoom a Julia Ariza, creadora de la editorial argentina Fiordo, en su programa Oír con los ojos de Radiomundo; hablan, entre tantas otras cosas, sobre el suceso de Stoner de John Williams, un libro olvidado desde su publicación en 1965 y que se tradujo, editó y agotó en estas latitudes en 2016. Es martes y la noticia es la siguiente: la Unesco declaró a la iglesia de Cristo Obrero y Nuestra Señora de Lourdes de Atlántida, obra de Eladio Dieste, Patrimonio Mundial; ese mismo martes, la página web de Dossier rescata una entrevista que le realizó Gustavo Laborde al ingeniero en 1996 y que la revista publicó originalmente una década después. Es miércoles y Blanca Rodríguez lee en voz alta a Rosario Lázaro Igoa en Cuentos en red, la colección de relatos en formato podcast que lleva adelante la red global de centros culturales de España. Es martes y en la página web de la Fundación Gabo está disponible el ebook Periodismo cultural en los tiempos de la pandemia.  Entre todos los textos publicados se puede leer el perfil que Ana Pais —periodista uruguaya radicada en Londres— hizo sobre la poeta Ida Vitale. Es sábado por la mañana y Leonor Courtoisie recomienda distintas maneras de acercarse a la belleza: el disco de Mariano Gallardo Pahlen, Los sueños de los otros; la serie web de Pablo Casacuberta, Esto no es el fin del mundo; tomar un café en el bar El Candil; sus palabras llegan con el newsletter de Afuera, el blog de crítica colaborativa, pero también pueden aparecer con un click de Twitter, Facebook, Instagram.

Es el invierno de 2021 y —de maneras que, hasta hace poco, eran absolutamente insospechadas— la cultura se cuela por todas las rendijas que encuentra. La foto es arbitraria y fija, pero sirve de muestra, ejemplo, breve mapa de cómo se amplió y diversificó el escenario. A veces parece que es el mejor de los tiempos. Otras veces, que es el peor de los tiempos. Aquí no hay demasiadas certezas, tampoco demasiadas conclusiones. Este será un texto inacabado, lleno de espacios en blanco, por momentos pesimista, en otros optimista y, por qué no, contradictorio. Es el precio que hay que pagar por escribir sobre el presente.

Ya no será, ya no

Primero un aviso, aclaración, cláusula de protección. Fui adolescente en los ’90, entré a la universidad en el 2000. Crecí con la nariz y los ojos pegados a las páginas culturales de Búsqueda, los suplementos Cosas de la Vida, Fin de Semana y O2 de El Observador, la revista Tres, la separata cultural Insomnia de Posdata, la edición argentina de la Rolling Stone, algunas otras publicaciones que llegaban gracias a los que viajaban a Buenos Aires, las revistas de distribución gratuita Pimba!, Freeway y Neo. Todavía me acuerdo de la primera Pimba!, de la conmoción, de esa electricidad en el cuerpo, de eso que se siente cuando sucede algo extraordinario. Mariale Ariceta, su directora, se sentaba a unos bancos de distancia. Mariale era una de las personas más talentosas de esa generación de la carrera de Comunicación de la Universidad Católica.

Uruguay estaba al borde del derrumbe, pero muchos de los que estábamos en nuestros 20 vivíamos en un permanente estado de efervescencia que se movía entre el estreno de 25 watts, la música nueva que pasaba la vieja Urbana FM, Ronda de Mujeres, las primeras ediciones de la Fiesta de la X. Pasaron 20 años y en el medio sucedió de todo. Pero, tal vez, lo más trascendente de la enormidad de cambios que atravesamos durante esas dos décadas sean: 1) la democratización de Internet y 2) el desembarco de los teléfonos inteligentes. Y esos dos puntos tienen todo que ver con esta letanía que repetimos y escuchamos desde hace, fácil, más de diez años: el periodismo está en crisis. Las complejidades que atraviesan los periodistas culturales no pueden entenderse sin poner sobre la mesa lo anterior. Es tan obvio que da pereza escribirlo.

En el libro, publicado en Argentina, Periodismo: Instrucciones de uso. Ensayos sobre una profesión en crisis  Martín Becerra —doctor en Ciencias de la Información, columnista de eldiario.ar— se explaya sobre este asunto en el texto El continente del periodismo en descomposición: “Los medios de comunicación tuvieron y explotaron, hasta hace pocos años, el control casi total de la cadena productiva de la información y el entretenimiento que circulaba masiva y cotidianamente. (…) Pues bien, aquella situación cambió de raíz. La cadena productiva de contenidos masivos fue primero trasladada por la fuerza a los entornos digitales y, luego, intrusada por actores de nuevo cuño, las plataformas digitales que protagonizaron el llamado ‘capitalismo de plataformas’. (…) Así, por ejemplo, Google y Facebook dominan el mercado mayorista publicitario digital, controlando buena parte de sus componentes”.

Natali Schejtman —periodista y académica— le agrega ingredientes a la cuestión en el ensayo Bienvenidos a la jungla digital del mismo libro. “La maratón por salir primeros es el mandato común entre los periodistas que trabajan y editan hoy en los portales digitales más leídos. (….) Pero no se trata solo de llegar primeros, sino de cumplir también con otros estándares: son los estándares de los buscadores, principalmente de Google, cuyo cumplimiento les garantiza a los portales que sus notas estén entre los primeros resultados que arroja una búsqueda, lo cual impacta notoriamente en sus visitas. Por eso emergió un nuevo dios pagano, el SEO (Search Engine Optimization) que regó de palabras como optimización, métricas, clickbait, entre otras, las discusiones de contenido en las redacciones digitales”.

Estas nuevas reglas del juego impactan, en mayor o menor medida, a todos los periodistas sin importar cuál sea su área de cobertura. Y, por ejemplo, para el periodista que cubre cultura, espectáculos y estilo de vida en un medio generalista y digital su trabajo es, más o menos, así: mientras prepara una entrevista al músico que acaba de sacar un disco y esboza los primeros caracteres de la nota que publicará el fin de semana tiene que escribir, al menos, cuatro notas que ayuden al tráfico. Y a la hora de aumentar el tráfico hay veces que no queda más remedio que embarrarse y mirar cuáles son los trending topics de Twitter, de qué están hablando los medios argentinos o lo que dicen los programas de chimentos de media tarde.

Así es como, de pronto, los lectores (ahora llamados “audiencias”) se encuentran con noticias que dan cuenta del postparto de Pampita, los días de Chano Charpentier en el hospital o los últimos dichos de Karina Vignola sobre Álvaro Navia. Podríamos decir, casi sin dudarlo, que cualquiera de las notas anteriores estuvieron en la lista de las más leídas. Y como las métricas de ese tipo de contenidos son muy elocuentes, suele suceder que nota de farándula mata nota cultural. Pero si aún hay espacio para dar la batalla, la pulseada se terminará de ganar cuando los editores que trabajan con audiencias digan: “Nuestros lectores leen estas notas”. Hay que complacer a las audiencias. Aunque puede ser que las audiencias, de tanto en tanto, acepten contenidos más desafiantes, menos complacientes.

Hace varios años, cuando entrevisté a Agustín Ferrando para la revista argentina Brando a propósito del éxito de Tiranos Temblad, llegó a una conclusión tan simple como sabia: “Si vos a la gente le das algo que es rico, no importa si es verdura. No importa que no sea milanesa con papas fritas. Si le encontraste la vuelta para que sea rico, que esté lindo presentado, que te den una muestra gratis un día de la semana, la gente lo va a comer con muchas ganas y feliz de la vida. El cocinero tiene que ser responsable, no le tiene que preguntar al niño: ‘¿Qué querés comer?’. Porque el niño siempre le va decir ‘milanesa con papas fritas’”.

Entre lo viral, lo económico y los nuevos formatos

Cuál es, entonces, el diagnóstico del periodismo cultural en Uruguay. Las respuestas tienen, por supuesto, matices según el lugar en el que se encuentre la persona que responde. Para este artículo fueron consultados varios periodistas de generaciones distintas y con experiencias diferentes, un conductor de un programa de radio cultural que no se considera periodista y un director de una editorial, una distribuidora y una librería. Algunos son cautos, otros concluyen que el diagnóstico es complejo; algunos ven un panorama poco alentador, otros se niegan a ser apocalípticos; algunos dicen que no necesariamente es lineal el camino entre problema económico y problema periodístico, otros dicen que sí, que el problema es definitivamente económico.

Fernando Medina conduce todos los sábados Oír con los ojos, un programa claramente cultural que no vive pendiente de la agenda y que se puede escuchar por Radiomundo. Medina, además, es columnista de Fácil Desviarse. Para hablar del estado del periodismo cultural elige pisar un suelo más firme. Para darle un poco de perspectiva al asunto, recurre a este ejemplo: en Francia de inicios del siglo XIX las mentes más eruditas e implacables repetían que el teatro había muerto. Parece ser que ya nadie respetaba a los grandes nombres como Molière. En ese tiempo se abrían paso nuevos autores como Victor Hugo y Alexandre Dumas.

“Me niego a ser el que extraña a Molière, es decir, a Alsina Thevenet, en cuya época de esplendor no viví pero cuya grandeza comprendo perfectamente. Porque, de acuerdo, ya no tenemos figuras así; luego, ¿tiene sentido decirlo de forma elegíaca? Ya no tenemos figuras así y, entonces, de nuevo, el periodismo cultural como lo entendimos, valoramos y vivimos décadas atrás ahora ocupa un lugar dolorosamente menor, insuficiente y de limitadísimo alcance. Pero, repito, yo no quiero decir estas cosas; porque mientras las digo, en agosto de 2021, probablemente pensando en Onetti, en Tarkovsky o en algún Lorca legendario de la Comedia Nacional, alguien está escuchando un podcast buenísimo sobre Mad Men, alguien está en Youtube viendo un video buenísimo sobre un videojuego que narrativamente no es inferior ni a Knausgård ni a Elena Ferrante, alguien está fastidiado porque, buscando reseñas de un cierto cómic que se quiere comprar, solo encuentra reseñas de novelas (…). Lo más importante aquí parece ser tratar de identificar esas voces y esas páginas (más dispersas, menos magistrales) que de todos modos le siguen deparando a uno hallazgos y aprendizajes tan valiosos como los de cualquier época, con la salvedad de que están ahí ahora, en este mismo momento, y entonces nadie los va a canonizar”, explica Medina.

Entonces los horizontes se amplían y también las áreas de cobertura de los periodistas con mejor olfato. El caso de Macarena Langleib —periodista de La Diaria, antes revista Paula, El Observador y Pimba!— alumbra el camino. Langleib se sintió, durante mucho tiempo, más cómoda escribiendo sobre teatro, pero siempre encontraba buenas excusas para retratar algún barcito nuevo que abría en la ciudad o cuál era la parada fundamental en el circuito gastronómico de Buenos Aires. “Cuando en Paula, de El País, me tocó entrevistar al chef Ben Ford, me di cuenta de que ese universo era igual de rico para la conversación que el teatro, que era el nicho en el que me sentía más cómoda. Desde los inicios de la Lento le buscamos un espacio a lo gastronómico y a raíz de eso un día me encontré en el apuro de inventar una receta con Ferrán Adriá; exagero, evidentemente, él me mostró cómo cualquiera puede tirar un par de ingredientes que combinen, que ahí juega cualquiera. La mayor devolución es ahora, que tengo el compromiso semanal de la página Comer & Beber en la edición de fin de semana de La Diaria. No hago ni pretendo hacer, por ejemplo, lo que hacía Sebastián Elcano (Hugo García Robles) en sus columnas de El País. No hago crítica porque no tengo la formación para eso; busco historias o novedades desde lo periodístico; deslizo algún adjetivo, a veces, como pista. Conocer mi gusto me sirve a mí, no a los lectores; sin embargo, por la reincidencia de las notas gastronómicas en la lista de las más leídas, creo que sí buscan, cada vez más, ese tipo de contenidos y los medios acompañan esa tendencia (a veces muy torpemente, en el mejor de los casos, se aprende)”.

El periodista y profesor español Jorge Carrión publicó en 2020 el libro Lo Viral. Como si fuera un diario íntimo, reflexiona sobre cultura contemporánea, viralidad digital, algoritmos, influencers. En entrevista con la revista española El Cultural, dice lo siguiente: “Existe una forma de leer clásica, humanista y humana, y por otro lado, una forma de leer viral, que también es humana, pero que ha sido asumida por los algoritmos. El conflicto entre lo clásico y lo viral es clave en nuestra época. Podría expresarse de otros modos, como el del storytelling contra el Big Data. Yo lo vivo como una historia de amor, pero también se puede ver como una metamorfosis o una distopía en ciernes”.

Kristel Latecki —periodista, responsable de la página especializada en música Piiila y del podcast Cadencia, columnista de Fácil Desviarse— entiende bien lo que significa esa tensión entre lo clásico y lo viral por sus años de trabajo en El Observador. “Desde los tiempos del papel, la cultura tuvo una relevancia limitada a los acontecimientos más populares (las veces que era tapa del diario eran contadas: los Oscar, los shows de Paul McCartney o Rolling Stones). Y en la web supo también estar condicionada a las modas o las tendencias del momento. Me acuerdo que en toda la época de la ‘cumbia cheta’ cualquier cosa que hicieran los grupos merecía nota en la web. Porque eso ‘llevaba clicks’. La lógica de lo popular se impuso a la cobertura cultural y se sumó a esto el concepto de lo viral: qué era lo último que estaba sucediendo en Internet, qué era lo que el público estaba consumiendo masivamente. Desde el Gangnam Style hasta Tiktok. Creo que hoy esto se mantiene. De hecho siento que la cobertura en los medios generalistas se redujo incluso más en los últimos años. Tal vez, por las reducciones de personal, pero, definitivamente, a favor de lo farandulero”.

Latecki decidió hace más de cinco años dejar de trabajar en un medio tradicional para crear su propia plataforma digital. Así nació Piiila. En ese momento, sintió que no tenía otra opción. Aún lo siente.

Hace unas semanas el periodista argentino Diego Batlle, crítico de cine de La Nación, renunció al diario en el que trabajó durante décadas. Y, en un hilo de Twitter, escribió: “Es cierto que en momentos de esplendor trabajar en los medios masivos era fundamental para hacerse un nombre y consolidar una carrera. Hoy, ya no. Siento que los periodistas debemos potenciar los proyectos personales”. Latecki suscribe, pero sabe que el camino es cuesta arriba. “En Uruguay vivir de un emprendimiento digital (sea del tipo que sea) no es muy fácil. Por poner un ejemplo, en EE.UU. es mucho más accesible conseguir auspiciantes para podcasts, porque es un mercado que ya tuvo su boom y prendió en la población. Ese aún no es el caso en nuestro país. Costó muchísimo que los auspiciantes se pasaran al mundo digital y para las ‘nuevas plataformas’ todavía es un desafío enorme”.

Victoria Melián trabajó durante décadas en medios de comunicación, editó el suplemento O2 de El Observador, fue motor fundamental de la revista Bla y ahora lleva adelante, junto a la periodista y editora Natalia Jinchuk, el proyecto Verdor, una publicación ganadora de un Fondo Concursable para la Cultura en 2020 que busca narrar la nueva cultura del cannabis. “Los proyectos personales son el signo de muchas cosas buenas y la consecuencia de muchas cosas malas. A veces, son la única forma de hacer algo. Hay nuevos medios digitales que nacen de detectar un público que necesitaba un tipo de información que los medios tradicionales no les daban y consiguieron inversores; otros dan información calificada de insiders para un rubro específico, que provienen de una buena carrera en medios tradicionales de los que se llevaron inserción, conocimiento y contactos. Otros se pusieron a pavear en Twitch y resultaron un éxito del entretenimiento que puso en jaque a cadenas monstruosas como ESPN. La carrera individual es un signo muy de estos tiempos pero ¿cuántos directores uruguayos llegaron a Hollywood a través de un video en YouTube? Uno, que es un excelente director que necesitaba la oportunidad de mostrarse. ¿De qué vamos a vivir los que no somos los Federico Álvarez de la prensa? No me cabe duda de que de todo esto saldrán los medios del futuro, pero todavía estamos completamente en el presente”, reflexiona Melián.

Después de la generación del 45, ¿qué?

Alejandro Lagazeta vive de vender libros desde hace más de una década. Ahora dirige la editorial Criatura y lidera el proyecto de librería y distribuidora Escaramuza. Dice con contundencia que ya no sucede más que un libro se agote porque lo recomendó, por ejemplo, Elvio Gandolfo. Algunos concluirán rápidamente que esto significa que 1) ya no tenemos estos grandísimos nombres en las páginas culturales y 2) la crítica como se entendía antes ya no existe. Aquí, entre los consultados, tampoco hay acuerdo.

Hace 30 años, cuando Eduardo Alvariza entró a trabajar a las páginas culturales de Búsqueda, había un periodista que cubría artes plásticas, otro teatro, otro cine, otro libros, otro música y así. Todo estaba más delimitado, todo era más especializado, todo ameritaba una crítica y, por supuesto, eran más, los periodistas y las páginas dedicadas a cultura. “Quizás por un problema económico que va diluyendo la especificidad hacia un periodista más integral o quizás precisamente porque el periodista cultural es mucho más integral. En este momento en el semanario ya no hay periodistas culturales especializados. Yo podría hacer crítica de cine pero elijo no hacerla más. Cuando Jaime (Costa, crítico de cine de Búsqueda) vivía me decía: ‘hay cinco estrenos’. Estaba muy apegado a la cartelera. Ese tipo de crítico quedó un poco atrás aunque sea muy bueno. Pero, ¿qué sentido tiene que una persona hable estructuralmente nada más que de la obra de teatro o de la película? Puede tenerlo si estamos hablando de la última de Gabriel Calderón o de Martin Scorsese. Pero hoy tiene más sentido que el periodista cultural haga un trabajo valorativo pero con información, que sea una nota más espectral”, afirma el editor de las páginas culturales de Búsqueda. Alvariza se niega a ser apocalíptico y lucha constantemente por no caer en ese pensamiento de que antes todo era mejor y que ya nada va a ser igual.

László Erdelyi lleva 33 años en El País Cultural y lo dirige desde que Homero Alsina Thevenet murió en 2005. Su diagnóstico sobre el periodismo es que, justamente, es poco crítico. “Por periodismo cultural me refiero a que, en general, los medios que buscan consolidar su imagen ante el público tratan siempre de tener una sección de cultura, con buena cobertura de hechos artísticos. Ocurre en prensa escrita, en radio, en televisión, en medios digitales. En la mayoría de los casos esas coberturas significan dar la noticia, y punto. Pero hay poco abordaje crítico. Se han perdido grandes críticos, y no se insiste en formar nuevos críticos en teatro, en literatura, en danza contemporánea, en ballet, en plástica, en cine. Entonces, el periodista cultural que hace periodismo sin crítica sólo es un trasmisor de eventos, de hechos artísticos, y no le aporta al usuario más información, más datos (comparativos, históricos, técnicos, etc.), como para que éste se pueda ir formando su propio criterio crítico, y pueda evaluar la calidad de lo que está viendo”.

María José Santacreu —firma habitual en las páginas culturales del semanario Brecha y directora de Cinemateca— tampoco piensa que todo esté perdido y asegura que aún hay textos valiosos en los medios escritos de Uruguay. Sí reconoce que todavía hay una influencia muy fuerte de las voces de críticos como Emir Rodríguez Monegal, Carlos Martínez Moreno, Idea Vilariño, Mario Benedetti, Alsina Thevenet entre otros, y las páginas culturales de Marcha de la época. “A pesar de que todo el mundo se queja y dice que no hay crítica, la generación del 45 y la del ’60 pesan grandemente en la cultura uruguaya y quizás si hay algo que cambió es la relevancia que se le da a la crítica. La generación del 45 tenía un proyecto más claro que ya no existe más, tenían mucha más esperanza en el poder que tenía la cultura en transformar la sociedad y también estaban mucho más interesados en formarse específicamente en algunas cosas, pero ahora se amplió tanto el campo de batalla, diría Houellebecq, que es difícil. Aunque no todo es tan lineal. A veces lees textos de estos grandes críticos y son realmente malos, hay una idealización. Creo que lo interesante de ellos es que tuvieron una fe en que la cultura podía generar grandes cambios y además tenían una energía alucinante y una genialidad particular. Hacían cosas buenísimas y trascendían fronteras. Eso no se dio más y creo que es difícil que se vuelva a dar. Pero, de nuevo, hay que matizar todo”.

Hace unos años, en 2014, cuando El País Cultural dejó de salir como separata todos los viernes, Diego Recoba escribió en La Diaria una columna de opinión que se titulaba La crítica y la nada en la que reflexionaba sobre este lamento que aún escuchamos sobre la ausencia de grandes nombres y la añoranza de una crítica como la del semanario Marcha. Ayuda memoria: Marcha dejó de salir en la década de los ’70 y ya pasaron dos décadas del siglo XXI. Entonces se preguntaba Recoba: “¿Qué valor tendrían hoy en día Marcha, Asir, Posdata, Guambia o el medio que sea? Podrían ser medios referentes que generaran mucho en sus lectores, o el público podría haberlos transformado en momias a fuerza de indiferencia. Estas respuestas no las tenemos. Primero, porque ante un hecho así reaccionamos igual que ante el cierre del Cine Plaza, diciendo “qué golpe a la cultura”, pero sin determinar si el cine en cuestión era un actor vivo en esta sociedad o parte del mobiliario urbano, y segundo, porque los críticos no hemos hablado de estos temas en los últimos tiempos, limitándonos a decir que tal tipo de crítica nos gusta más que otra, o que antes era mejor o peor que ahora, o que en España, Estados Unidos o Tanganika se escribe mejor que acá, pero sin trabajar nunca sobre nuestros argumentos ni aceptando que hay muchas formas de hacer crítica cultural. Y muchas veces, estando de espaldas a una realidad que constantemente nos interpela y nos influye, realidad que compartimos con quienes leen nuestras notas, nada más y nada menos”.

La mirada de Recoba es fundamental para entender lo que rompe los ojos: los medios escritos dejaron de ser el espacio evidente para los lectores que buscan estar informados sobre el acontecer cultural de la ciudad, el país, la región o el mundo. El periodismo cultural hoy parece ser una superficie llena de rajaduras. Sin embargo, como dice Leonard Cohen, así es como pasa la luz. Seguramente, las miradas más agudas tienen o tendrán la rapidez de seguir esos destellos para escaparle a la neblina. Lo sabremos, quizás, cuando ya no estemos en este presente.

 

foto Pía Supervielle

 

Pía Supervielle

Licenciada en Comunicación. Trabaja en el área de contenidos de la Dirección de Comunicación de la Universidad Católica. Es coautora del libro ROU. 13 cocineros, 13 productos del Uruguay. Es columnista en No Toquen Nada (Del Sol FM). Trabajó como periodista en Galería de Búsqueda durante once años. Fue editora del suplemento Luces de El Observador. Colaboró con publicaciones como Rolling Stone, Brando, Cuisine & Vins y La Agenda.

 

 

 

 

Foto Gabriela Sánchez

 

 

 

Gabriela Sánchez (1988) es ilustradora y artista visual, licenciada en ciencias de la comunicación y estudiante de danza contemporánea (Udelar).

 

 

 

 

 

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