Plan Nacional de Género en las Políticas Agropecuarias

4.2.2. Ocupaciones agropecuarias y rurales.

ONU Mujeres (2020a) en base a la Encuesta Continua de Hogares señala que, en las zonas rurales de Uruguay, las mujeres tienen menos acceso a los puestos de trabajo y una carga horaria semanal de trabajo remunerado inferior a la de los varones. Estas marcas de género y su variación en los territorios quedan reflejadas en el gráfico siguiente.

Gráfico 4.1. Tasa de actividad, empleo y desempleo por sexo según localidades. Total país, 2018
 

Fuente: SIG-INMUJERES, MIDES en base a ECH, 2018.

Conforme al gráfico, la brecha de género en el empleo en el medio rural, alcanza un 27,4% y, a su vez, la tasa de empleo de las mujeres rurales es inferior a la media femenina nacional. Por su parte, los niveles de desempleo de las mujeres en las zonas rurales son significativamente más alta a las de sus pares varones.

Debe desatacarse, asimismo, que entre las poblaciones identifcadas como inactivas de 14 y más años, el 17,8% de las mujeres rurales y el 18,3% de las mujeres de localidades de menos de 5 000 habitantes declaran dedicarse a los quehaceres del hogar, categoría que no alcanza al 1% de sus pares masculinos (SIG-INMUJERES, en base a ECH 2018).

Si analizamos los puestos de trabajo agropecuarios, acorde a los datos de la Oficina de Estadísticas Agropecuaria (DIEA, 2020), las personas ocupadas en la fase primaria en el sector en 2019 representaban el 8,5% de las personas ocupadas del país, con un total de 140 674 puestos de trabajo considerando personas dependientes y personas ocupadas en empresas propias. La agroindustria adiciona otros 79 680 puestos de trabajo vinculados al sector agropecuario, concentrando la fase primaria y la agroindustrial el 12,4% de los puestos de trabajo identificados en ese año.

La ganadería en la fase primaria, y esta y la agricultura en la agroindustria, constituyen los principales rubros de ocupación. La participación de las mujeres en los puestos de trabajo alcanza el 20,4% de la fase primaria y el 30,4% de la agroindustria, siendo la ganadería y la agricultura36 los rubros con mayor presencia de mujeres, como lo refleja el Cuadro 4.1.

Cuadro 4.2. Puestos de trabajo por rubro y participación de mujeres

Fuente: DIEA (2020).

Como lo evidencia el cuadro, se observan brechas de género sistemáticas en el acceso a los puestos de trabajo en el agro. Estas brechas se conforman a partir de estereotipos de género reseñados en documentos antecedentes y ratificados en las consultas ciudadanas y al funcionariado.

En primer término, la concepción de la masculinidad está fuertemente asociada a roles de género rígidos, vinculados a ser el responsable de las decisiones y la economía, la asunción de conductas riesgosas y el desarrollo de actividades altamente supeditadas a la fuerza física. La concepción de la fuerza física como requerimiento privativamente masculino e inexorable para el trabajo agrario obstaculiza la reflexión en torno a la revisión de los patrones de carga, fuerza y riesgo en todo el trabajo agrario, y de la relevancia de innovaciones y desarrollos tecnológicos a escala humana (Elizalde Hevia, 2000). Esta construcción de la masculinidad afecta a varones y a mujeres, y es reforzada culturalmente a nivel familiar, empresarial, comunitario e institucional.

Por su parte, la feminidad también está fuertemente estereotipada. La asociación de las mujeres con la maternidad y con la sensibilidad, así como una concepción que al mismo tiempo las ubica como cuidadoras naturales y sujetas a proteger, emergen como relatos recurrentes en las consultas ciudadanas y al funcionariado. De esta manera, tras la concepción de que las mujeres deben, en primera instancia, cubrir las tareas reproductivas, se eluden dinámicas de corresponsabilidad de los cuidados, arreglos intrafamiliares más paritarios y el componente electivo de la maternidad y la paternidad. Asimismo, se asigna a las mujeres una carga social negativa como trabajadoras, sustentadas en supuestas necesidades de protecciones diferenciales (Molpeceres e Infante, 2020). En sus versiones extremas, la presencia de mujeres en ciertos ámbitos está culturalmente vedaa y cargada de connotaciones discriminatorias.

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