Plan Nacional de Género en las Políticas Agropecuarias

4.2.4. Producción agropecuaria y división sexual del trabajo

El CGA 2011 muestra que un 33% de las trabajadoras permanentes de los predios declaran ser “trabajadoras familiares sin remuneración”, frente al 10% de los varones (Mascheroni, 2016).

Al interior de los predios, la distinción de mujeres y varones en los espacios de producción agropecuaria y comercial se ha identificado tanto en las consultas ciudadanas como en antecedentes cuantitativos. Bernheim (2018) señala para la lechería, horticultura y la ganadería, que los roles al interior de los predios presentan concentración de unos y otras en tareas claramente diferenciadas por estereotipos de género, como lo muestra el Cuadro 4.1.

(37)(38)(39)

“Para acceder a créditos, hay que tener capital y la tierra y los animales están a nombre de los varones”.
“Si una mujer pide un crédito en microfinanzas del BROU el marido tiene que firmar, pero si lo pide un varón, no tiene que firmar la esposa...”.
(Consultas ciudadanas)

Otros antecedentes de segregación laboral muestran la escasa participación de mujeres en cargos como administración de establecimiento o capataz, el trabajo con maquinaria y de tractorista (Mascheroni, 2016), y la reducida presencia en tareas vinculas a la aplicación de agroquímicos (Peaguda, 1996; Mascheroni, 2016).

Adicionalmente, los estudios evidencian una concentración del trabajo doméstico y de cuidados en las mujeres de los sistemas productivos. Batthyany (2013), a partir de un estudio de caso en ganadería de Lavalleja y Canelones, constata que el trabajo de cuidados y doméstico se concentra en las mujeres de los predios ganaderos estudiados. Estos mismos hallazgos son señalados por Grabina (2016) en relación a un estudio de caso en una colonia lechera del departamento de San José. En el mismo sentido, Bernheim (2018) identifica que mientras la tasa de participación femenina en tareas domésticas y de cuidados es de 94 a 99% en los predios encuestados, la participación masculina oscila entre 36% y 83% según la tarea, con una mayor participación masculina en
tareas como juego o traslado de niños/as.

De las consultas ciudadanas se desprende, asimismo, que en el contexto de la emergencia sanitaria por COVID-19 se incrementaron las cargas de cuidado y que las mismas fueron asumidas por las mujeres, en consistencia con lo identificado a nivel nacional (ONU Mujeres, 2020c). 

Consultas ciudadanas: Percepciones relacionadas a la división sexual del trabajo

Fuente: Elaboración propia en base a consultas ciudadanas, año 2020.

Limitaciones identificadas

  • El trabajo productivo desarrollado por las mujeres es frecuentemente considerado “ayuda” o “colaboración”, con lo que se resta valor económico e incidencia en el predio o la pesca.
  • Existen tareas que se asignan a las mujeres y otras para las que se limita su acceso. Ámbitos y roles como la aplicación de agroquímicos, la asistencia a ferias y remates, el manejo de maquinaria, la pesca en mar, son altamente masculinizados.
  • La distribución desigual del trabajo, carga a las mujeres con la mayor proporción del trabajo no remunerado y de cuidados, restando posibilidades de incidir más en las explotaciones y desarrollar acciones gremiales, de formación y organización.

Potencialidades identificadas

  • Se identifica que el acceso a formación específica agropecuaria, técnica o profesional, constituye una oportunidad para que las nuevas generaciones de mujeres puedan reincorporarse al predio y a las decisiones.
  • Desnaturalización y cuestionamiento de las nuevas generaciones acerca del traspaso de hecho de las explotaciones únicamente a varones.
  • Cambios culturales en las familias y en el entorno han permitido nuevos arreglos en la gestión y la producción compartida.

En las consultas ciudadanas se identifica la repartición de roles y tareas en función del género, con niveles variables de satisfacción sobre esta división. Predomina la percepción de que el trabajo productivo de las mujeres es poco valorado y considerado una colaboración. Al mismo tiempo se observa un progresivo reconocimiento de este trabajo y del reproductivo, a raíz de procesos más amplios de transformación cultural.

Un aspecto especialmente destacado al respecto lo constituye la figura de aportación “cónyuge colaborador”, ampliamente difundida en el medio rural y especialmente utilizada como forma de aportación de las mujeres (Santos, 2016). Esta forma de aportación implica vincular la protección social a la relación de parentesco y
si bien permite el acceso a jubilación y a otras formas de cobertura por trabajo, al mismo tiempo supedita una figura a la otra, limitando la actuación de las mujeres como titulares de la explotación (González y Deus, 2010; PNUD, 2014).

Al respecto se señala que la esta figura de aportación comunica per se un carácter complementario o colaborativo del trabajo de las mujeres, y se advierte la tensión entre garantizar el acceso a jubilación con bajos costos relativos (40) y la sujeción de esa situación a una segunda persona. (41) Los elementos antedichos limitan la autonomía económica de las mujeres y su posibilidad de ser reconocidas como productoras y acceder a políticas públicas de asistencia técnica, apoyo productivo y crédito.

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