Nelly Goitiño
Nelly Goitiño
(Discurso de Ingreso a la Academia)
Señor Presidente de la Academia Nacional de Letras, Dr. Wilfredo Penco;
Señores Académicos:
Quiero, ante todo, agradecer la alta distinción de que he sido objeto merced a la generosidad de los señores académicos. Muchas ideas han sacudido mi alma a partir de mi designación como académica de número de la Academia Nacional de Letras.
En primer lugar, fue muy honda la percepción del pasaje, del devenir, esencia de la vida. En el Canto VI (146 – 149) de la Ilíada, Homero nos recuerda:
“Cual la generación de las hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas por el suelo y la selva, reverdeciendo produce otras al llegar la primavera; de igual suerte, una generación humana nace y otra se desvanece”.
Maravilla del renacer.
Pero hay en el devenir de las generaciones un misterioso retorno, una extraña circularidad que borronea la frontera de los tiempos, que confunde ecos y presagios, que nos hace sentir contemporáneos de aquellos que ya partieron.
Así, hoy, al ocupar transitoriamente este sillón augusto no puedo menos de sentir a Bartolomé Hidalgo como a un contemporáneo, contemporáneo en la pasión, en la decisión, en los valores que perfilan la existencia.
¿Por qué siento esta necesidad de homenajear la voz ardida del poeta que me cobija?
¿Por qué buscado entre las voces, por qué traer aquí sus ecos? No es solo porque es raíz de dignidad, de humildad, de lealtad, de valor sin fisuras, sino porque en su brevísima vida percibimos el legado de una sabiduría silenciosa que nos hace comprender su simultánea condición de padre e hijo de los eres de luz.
Permítanme invocarlo aquí, presencia y presente, a través de su canto para corporizar la certeza de que, si bien el tránsito es fugaz, la voz es eterna.
“Desde el principio, Contreras,
Esto ya se equivocó.
De todas nuestras provincias
Se empezó a hacer distinción,
Como si todas no fuesen
Alumbradas por un sol,
Entraron a desconfiar
Unas de otras con tesón,
Y al instante la discordia,
El palenque nos ganó,
Y cuanto nos descuidamos
Al grito nos revolcó,
¿Por qué nadie sobre nadie
Ha de ser más superior?
El mérito es quien decide,
Oiga una comparación:
Quiere hacer una volteada
En la estancia del rincón
El amigo Sayavedra.
Pronto se corre la voz.
Del pago entre a gauchada,
Ensillan el mancarrón
Más razonable que tienen,
Y afilando el alfajor
Se vinieron a la oreja
Cantando versos de amor;
Llegan, voltean, trabajan;
Pero amigo, del montón
Reventó el lazo un novillo
Y solito se cortó,
Y atrás dél como langosta
El gauchaje se largó…
¿Qué recostarlo, ni en chanza?
Cuando en esto lo atajó
Un muchacho forastero,
Y a la estancia lo arrimó.
Lo llama el dueño de casa,
Mira su disposición
Y al instante lo conchaba.
Ahora pues pregunto yo:
¿El no ser de la cuadrilla
Hubiera sido razón
Para no premiar al mozo?
Pues oiga la aplicación
La ley es una no más,
Y ella da su protección
A todo el que la respeta.
El que a la ley se agravió
Que la desagravie al punto:
Esto es lo que manda Dios,
Lo que pide la justicia
Y que clama la razón;
Sin preguntar si es porteño
El que la ley ofendió,
Ni si es salteño o puntano,
Ni si tiene mal color.
Ella es igula contra el crimen
Y nunca hace distinción
De arroyos no de lagunas
De rico ni pobretón:
Para ella es lo mismo el poncho
Que casaca y pantalón:
Pero es platicar de balde,
Y mientras no vea yo
Que se castiga el delito
Sin mirar la condición.
Digo que hemos de ser libres
Cuando hable mi mancarrón”.
Ocupo, pues, este sillón asumiendo a la vez la fugacidad y la responsabilidad que tal acto entraña.
En un segundo orden de ideas, otra voz, la voz amada de César Vallejo, nos inspira al decir en “El pan nuestro” de Los heraldos negros:
“Yo vine a darme lo que acaso estuvo asignado para otro”
“Yo soy mal ladrón… Adónde iré”.
No puedo dejar de preguntarme: ¿corresponde la presencia de una teatrista en el seno de la Academia Nacional de Letras, en un país tan rico en escritores?
¿Qué hay en el arte dramático que lo hermane con el arte literario?
¿Qué es, en esencia, un director de teatro?
Pienso que es un escritor que utiliza el espacio escénico como una hoja en blanco para hacer visibles profundos estados espirituales del ser.
Lo hace mediante un lenguaje de signos – volúmenes, palabra, luces, sonido – y siempre sometido a una rigurosa dramática espacial.
No hay diferencia de sustancia entre el lenguaje de la palabra y el lenguaje del espacio, no la hay en el misterio de la metáfora plástica y la metáfora literaria.
En ambos casos se trata del Habla, del habla con mayúscula, y nos permitimos pensar que la fuente, la raíz espiritual es – en todo caso – la misma, expresada en la rica diversidad de los signos.
El tiempo dirá si se trata de diversidad o de usurpación, de ampliación de horizonte o de senda perdida y – cualquiera sea el veredicto – indicará el camino a seguir.
En tercer lugar, adherimos al magnífico lema de la Academia vetera servat, fovet nova, conserva las cosas antiguas y promueve las nuevas.
En tiempos posmodernos, de crisis de la historia y de los valores, presenciamo s el peligroso desdén por el pasado, ignorado como fuente y despreciado como rémora.
En su estudio sobre Jorge Manrique. Tradición y originalidad, Pedro Salinas nos dice:
“En historia espiritual, la tradición es la habitación natural del poeta”.
La tradición es rectora del futuro. “Con todo lo hecho que ella representa y compendia, empuja al hombre a su hacer, a lo que está por hacer, es decir, a su realización en el futuro”. Y, al conjugar la fuerza nutricia del pasado con el impulso creador del presente, se cumple el ciclo grandioso de la tradición:
“La nueva gran obra, la criatura de lo que fue antes proyecto futuro, es ya hechos, presente; y apenas lo ha sido, ingresa en el pasado, vuelve al seno de la tradición, de donde recibió su impulso de vivir; la cual no la recogerá como tierra sepulcral sino como onda, que la lanza de nuevo hacia los que vengan, a vivir hacia adelante”.
Mucho le debe la cultura uruguaya a la Academia Nacional de Letras por su silenciosa e infatigable lucha en defensa de nuestra rica tradición literaria, así como por su apoyo a las nuevas voces.
¿Tiene conciencia la sociedad de este aporte?
En cuarto lugar, queremos compartir con los señores académicos nuestra preocupación por la pérdida de los valores culturales, preservados a través del tiempo por la Academia. Vivimos una época en que los valores del mercado – rendimiento cuantitativo, competitividad, señorío del marketing – han desplazado a los valores culturales.
Sin desconocer la importancia de la infraestructura económica de toda actividad cultural, no podemos admitir la desviación del centro de gravedad de dicha acción. Tenemos la alta obligación de levantar una sociedad humana donde el hombre no sea una mercancía, un número (recordemos “Tiempos moderno” de Chaplin), donde se haga realidad el anhelo de Paul Ricouer de ofrecer al hombre “una vida buena, con el otro, en instituciones justas”, una sociedad donde se cultiven la capacidad de pensar por sí mismo, de desarrollar la comprensión y la tolerancia que – obviamente – no implican abdicación, de vivir la cultura como “un modo de comprender y ejercer la vida”, en palabras de Antonin Artaud.
Finalmente, en esta hora tan rica para mí – permítanme expresar una inquietud por el deterioro del lenguaje cotidiano, plagado de latiguillos: “viste”, “como que”, “ta”, etc –.
Denotan pobreza de pensamiento, facilismo, pero su aceptación subliminalmente implica la aceptación colectiva de la pérdida de creatividad, reflexión, de amor por el idioma, instrumento de expresión de la cultura.
En el ámbito teatral, un lenguaje escatológico ha invadido la escena enmascarado bajo una pretendida espontaneidad.
La decadencia espiritual se hace presente en estos lamentables indicios de cuya presencia somos responsables todos.
Los tiempos difíciles reclaman una actitud espiritual de vigilia, actitud que se hiciera en Las mil y una noches el diálogo de Scheherezade con su hermana que le preguntaba:
¿Duermes, hermana mía? Y a quien Scheherezade respondía: “No duermo, hermana mía”.
Esta actitud de vigilia ha caracterizado a la Academia Nacional de Letras desde su creación en el ya lejano 1943. Ese es su legado, esa es la deuda de una sociedad distraída frente a una institución que la honra y la defiende.
Quieran aceptar los señores académicos nuestro agradecimiento por su labor y diciéndoles que aquí estamos – teatrista empecinada – para trabajar codo a codo entre luces que son letras y letras que son luces.
Gracias.
Montevideo, 30 de agosto de 2006