Libro

Conmemoración del Premio Día Nacional del Libro 2015

Premio al dibujante Fermín "Ombú" Hontou
Conmemoración del Premio Día Nacional del Libro 2015

En 2015 la Academia Nacional de Letras decidió otorgar el premio anual al dibujante Fermín “Ombú” Hontou. 

 

Fermín "Ombú" Hontou

 

En la ceremonia de entrega del premio realizada en el IMPO, participaron el presidente de la academia Adolfo Elizaincín y el académico Ricardo Pallares

 

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Los dibujos de Fermín Hontou 

Por Ricardo Pallares 

La tarea de Fermín Hontou se consolida desde sus comienzos en México, con el diseño y las portadas de Cuadernos de Marcha y como caricaturista del periódico Unomasuno. Desde entonces se aprecia el magisterio de Guillermo Fernández especialmente en cuanto al tratamiento de la línea, el punto, las manchas, los espacios incorporados, el color y lo sugerido. Después se sumará el magisterio de Oscar Ferrando y el de Luis Camnitzer. 

Pero Hontou no solo viene de allí sino de un pasado en el que sin ir al fondo de los tiempos se encuentran Leonardo Da Vinci, Rembrant, Delacroix, Gustavo Doré y otros maestros del dibujo. En la coetaneidad también dialoga con el dibujo de destacadas figuras de nuestro medio como lo son Quino, el creador de Mafalda, (Joaquín Lavado Tejón), Peloduro (Julio E. Suárez), Glauco Capozzoli, Hermenegildo Sábat, Mingo Ferreira y Horacio Añón.

De retorno al país integra la revista Guambia, luego el semanario Brecha donde publica semanalmente, y El País Cultural donde lo hace mensualmente. Sus dibujos aparecen asimismo en Le monde El ojo clínico.

Participa en numerosas muestras colectivas y hasta el momento lleva hechas diez muestras individuales, tres de ellas con curadurías de Mario Sagradini, Osvaldo Cibils y Horacio Añón.

Esta síntesis curricular pone en evidencia que su trabajo en las artes gráficas y visuales está indisolublemente asociado a la escritura y particularmente a los periódicos y los libros. Razón más que suficiente para que la Academia lo distinga y tenga en cuenta su publicación de 2014 (Me Río de la Plata ed. pozodeagua. Montevideo, 2014).

La construcción sintáctica en el título de este magnífico libro-catálogo antepone el pronombre personal y mantiene la mayúscula en Río, con lo que no evita la trasformación del sustantivo en voz del verbo reír. Así se aproxima tanto a un hecho de habla como a la ironía porque juega con los significados y abre paso al humorismo.

La ilustración de la tapa tiene un dibujo sin título, creo que el único que no tiene identificación precisa. Es un híbrido de Carlos Gardel y La Gioconda con su mano en primer plano, que ha engordado como la de un panadero de antaño que amasaba manualmente.

El dibujo instala lo femenino-masculino con su dualidad inquietante expresada asimismo en la boca de la figura, pintada de rojo, en el pelo dibujado con dos zonas en las que el autor usa técnicas o formas disímiles y en la conocida sonrisa del tacuaremboense cuya nacionalidad uruguaya sigue siendo discutida como la identidad de la mujer pintada por Leonardo.

De alguna manera la ilustración de la tapa del libro está por la idiosincrasia y la identidad rioplatense de Uruguay. Un país hibridado por la emigración europea, con un río que se abre en estuario y se vuelve boca salada, tempestuosa e imprevisible, peligrosa como neurastenia del mar.

Un río que es río y es mar que lo penetra en estuario y entonces ya no se sabe... Un país que quiere sentirse latinoamericano pero quiere ser distinto y europeo aunque cada vez pueda menos, a la manera de un doble discurso con el que se irá cuesta abajo en la rodada y con poca plata.

Los dibujos de Ombú sobre personalidades del mundo artístico rioplatense, especialmente del mundo literario, tienen rasgos de caricatura. Por momentos se aprecia cierta parodia similar a la autorreferida en la homofonía bisílaba de su apellido y Ombú, seudónimo con el que firma y desde el cual por sinécdoque señala a la región. Es una parodia similar a la que hace el título ya citado de la selección o “antología” a la que Hermenegildo Sábat saluda en el prólogo, donde además califica al autor y a la obra como “original e inconfundible”.

En verdad muchos de sus dibujos no serían caricaturas propiamente dichas porque no tienen sátira, aunque no carecen de humorismo. Más bien estaríamos ante estudios de la silueta humana e intelectual de los creadores literarios y artísticos más significativos de nuestro medio y del mundo, a quienes el dibujo celebra y homenajea.

El trazado firme de la línea en las obras, el color -cuando lo usa- y su distribución, así como los gestos captados o atribuidos elaboran armónicas conjunciones expresivas.

Si bien los dibujos se centran en el rostro o en la imagen corporal del dibujado, siempre tienen acertada fineza para manejar énfasis, exageraciones, detalles o hipérboles como corresponde al género de la caricatura. También se trata de modos de ver al artista dibujado y de valorar su personalidad. Por tal razón el dibujo denota o sugiere asuntos que son sustantivos en la obra del creador del que se trata.

Es notorio que el dibujante ha leído e interpretado los mundos ficcionales o artísticos de los creadores a los que homenajea y que, en algunos otros casos, representa la leyenda asociada a la figura de referencia.

Estas características y enfoques de Ombú vinculan positivamente a los dibujos con las representaciones del imaginario cultural. A este vínculo lo refuerza el humorismo de calidad que emplea y que se presenta especialmente en los detalles, las proporciones, la selección, el encuadre y la acción, gesto o ademán que se recrea.

Un ejemplo de lo afirmado es uno de los dibujos de Felisberto Hernández: aquel en el que aparece con mirada seria y ausente sosteniendo una muñeca desnuda -una Hortensia- con un teclado en una nalga, en el que toca con la mano izquierda. La muñeca asocia a María Luisa de las Heras, “la espía”, pues luce a modo de insignia el símbolo de la hoz y el martillo en el brazo.

La estética de cierto naturalismo expresionista y la inteligencia interpretativa de estos dibujos participan de la construcción y consolidación del referido imaginario cultural rioplatense, con mucho de cosmopolita, y también tienen valor testimonial por cuanto dan cuenta de los modos que tiene el autor de leer y de conocer las obras de la referencia.

Se trata de dibujos que a través del tiempo han ilustrado muchas páginas de variadas publicaciones, incluidos medios de prensa escrita, y que han sido objeto de varias exposiciones. De tal forma contribuyen a acuñar personajes, perfiles y a consolidar la identidad cultural del observador y lector rioplatenses.

La vehemencia en el dibujo de Delmira Agustini, particularmente en su peinado, en la amplitud del cuello y del busto, en sus ojos de gata y en la mano-garra que esgrime un cáliz vacío, o la vehemencia en la figura de Javier de Viana, hierática, alta y escuálida, trajeada de negro, dan cuenta de ciertas zonas oscuras e intensas de los autores mencionados. Dicha vehemencia se asocia al patetismo de algunos personajes narrativos y a determinadas pasiones de las que se habla en la poesía, respectivamente.

En el de Amanda Berenguer se destaca la expresividad de una actitud que parece interpretar y trasmitir el azoramiento de la poeta ante lo real, un infinito -según Amanda- cuajado de paradojas que provocan arrobamientos como los de la ciencia cuando traza modelos, metáforas y verdades provisorias. Pero es especialmente en su mirada -plenamente captada- donde se da cuenta de un ademán de observación disciplinadora: de un rasgo de la firmeza del carácter.

Ombú le da un tratamiento especial a la mirada como centro significativo del dibujo y a través de ella a la personalidad del creador o personaje dibujado. A la mirada le asocia un sesgo, una postura, un gesto, una singularidad que fortalecen y completan la unidad del conjunto.

Lo que afirmamos precedentemente también se advierte muy bien, a modo de ejemplo, en el dibujo de Marosa di Giorgio en el que se acentúan lo insólito, lo feérico y lo satánico. En esta oportunidad el dibujante se vale de una paleta intensa para el color del vestido, del pelo y de un abalorio. También en la exageración del tamaño de sus lentes-antifaz con aspecto de mariposa verde o lechuza, que potencian la mirada con rasgos felinos, de liebre o de diabla. Pero además el retrato emerge como llama desde una mesita redonda que recuerda a las del Sorocabana, con taza de café, o que bien podría ser un pebetero con las llamas de sus pasiones e imágenes visionarias.

En el de Florencio Sánchez el ademán desgarbado junto con su juvenil desgaire, la expresión bondadosa del rostro y de la postura corporal trasmiten la visión del dramaturgo sobre el mundo y alguno de los seres que llevó a la escena. También parece que comparecen en el dibujo la rebeldía piadosa de Florencio y su obra, ya que lleva debajo del brazo un libro con título paródico: Mi hijo, el autor teatral.

El autor que hoy premiamos expuso muchos de estos dibujos en la Academia Nacional de Letras durante el ciclo de lecturas “La punta de la lengua”, de 2013. La mayoría de ellos está en la selección antológica de 2014 ya citada.

Los trabajos del autor son actualizadores del imaginario cultural en diálogo plural y polifónico, según el medio o contexto en que aparecen. Pero no por ello dejan de cumplirse como realizaciones originales y autónomas. Esta dimensión creadora del dibujo que estatuye una realidad segunda y original es, sin duda alguna, un aporte que suma a la cultura escrita y la expande.

Es muy grato para la Academia otorgarle a Fermín Hontou el Premio Día del Libro en su edición 2015, porque en su obra tiene lugar un jerarquizado ensamble del dibujo y las letras.


 

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Palabras de Fermín Hontou

Al enterarme que iba a recibir este importante premio me puse a pensar que palabras decir como agradecimiento...

Como siempre hago, me he apoyado en músicas y en lecturas, a la hora de dibujar y así fue que me vino a la memoria un capítulo de un libro que leí hace más de treinta años. Es un libro de un autor que siempre se ha mostrado interesado por las imágenes, por la belleza, por la fealdad, por la cultura popular. Se llama Umberto Eco.

La novela que recordé se llama “EL NOMBRE DE LA ROSA” y yo quería citar un capítulo en donde Guillermo de Baskerville desenmascara y acusa al monje ciego y asesino, Jorge de Burgos, quien mediante astutos asesinatos quiere impedir que un libro perdido del filósofo griego Aristóteles (el finis Africae), llegue al vulgo y difunda la nefasta y sacrílega idea de que: “... la risa, que es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne... la distracción del campesino, la licencia del borracho”. Él teme que la risa “libera al aldeano del miedo... Lo distrae, por algunos instantes, del miedo. Pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios. Y este libro podría saltar la chispa luciferina que encendería un nuevo incendio en todo el mundo; y la risa sería el nuevo arte, ignorado incluso por Prometeo, capaz de aniquilar el miedo. Al aldeano que ríe, mientras ríe, no le importa morir, pero después, concluida su licencia, la liturgia vuelve a imponerle, según el designio divino, el miedo a la muerte”.

El monje fanático, Jorge de Burgos no se siente un asesino, solo argumenta que él es alguien que hace cumplir la voluntad divina,él es solo un instrumento “que sabe que el señor lo absolverá porque sabe que ha obrado por su gloria.

Su deber era custodiar la biblioteca”.

Aunque sea una comparación muy caprichosa y además que seguramente mi abuela materna no la aprobaría, tengo que decir que fue gracias a “Chichita” Mañé Azevedo que yo me hice un lector...

Si bien ella era obsesivamente beata y católica, como Jorge de Burgos ella no era ciega y nunca trató de o envenenó a nadie...nunca custodió ninguna biblioteca y sus lecturas estaban muy lejos de los libros de la Poética o la Retórica de Aristóteles...

Ella leía con fervor y apasionamiento novelitas rosas escritas durante los largos años en que su admirado “Generalísimo” Francisco Franco gobernó España...
 

Ella no supo, o no imaginó nunca, que en aquellos domingos de fines de la década del sesenta, luego de salir de misa, adonde yo la acompañaba (temblando y castañeteando dientes al ver los Cristos y Santos con coronas de espinas), y adonde yo iba siempre esperando la visita a la panadería y al quiosco, donde obtendría mis anheladas recompensas... Era entonces, al salir de la pequeña capilla pocitense, que íbamos despacio a comprar blanquísimos merengues que extasiaban mis inocentes placeres preadolescentes, luego ella me llevaba hasta el quiosco para comprar el Capítulo Oriental (editado por el Centro Editor de América Latina) o la Enciclopedia Uruguaya, donde me tocaba recibir como alimento de lectura para toda la semana: “Muebles El Canario” de Felisberto Hernández, “El infierno tan temido” de Juan Carlos Onetti, “La gallina degollada” de Horacio Quiroga, “Los cantos de Maldoror” de Lautréamont, “El hombre que se comió un autobús” de Alfredo Mario Ferreiro, “Lo aparente y lo concreto en el arte” de Joaquín Torres García, los dibujos de Peloduro, las ilustraciones de Mingo Ferreira, las portadas de Horacio Añón...

En definitiva, gracias a mi abuela “Chichita” conocí mi país, sus escritores (y los de otros lados) y sus mundos, a los que entré con curiosidad y placer y que me permitieron, como al aldeano, escapar del miedo, de la religión y las iglesias...

Agradezco a esos años, a mi abuela materna “Chichita”, y a esas gentes que publicaron aquellos libros y aquella pequeña biblioteca. Agradezco a ustedes, la Academia Nacional de Letras, el enorme honor de premiarme en el Día Nacional del Libro...
 

 

Muchas gracias!!!

 

 

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