Ángel Curotto

Nacido en Montevideo el 21/12/1902. Fue autor, director, periodista y gestor cultural, cocreador de la Comedia Nacional de Uruguay junto a Justino Zavala Muniz en 1947.

Sillón José Enrique Rodó
 

 

Ángel Curotto 
(Discurso de Ingreso a la Academia)

 

Ignoramos si quebramos las costumbres académicas o las reglas del protocolo, pero sentimos la necesidad de decir algunas palabras, al aceptar este cargo con que se nos ha honrado.

Cuando muy buenos amigos nos hablaron de esta designación nos resistimos a aceptarla. No había en nuestra actitud falsa modestia, sino la profunda convicción de que, en el país, habían y hay otros valores intelectuales con más altos merecimientos.

Se nos argumentó, entonces, que se deseaba incorporar a esta Academia a un “hombre de teatro”. Las nuevas disciplinas artísticas, hacen que hoy los críticos, comediógrafos y directores cinematográficos y teatrales integren en el medio cuerpos similares. No es este, el momento de analizar ni de juzgar estas innovaciones que rigen el funcionamiento de las academias, cuando todo se renueva en cada amanecer.

Confesamos que, al aceptar la invitación, no lo hacemos como escritor dramatúrgico, sino como hombre de teatro. 

Desde la adolescencia, hemos dedicado nuestras horas al servicio del arte escénico nacional, trabajando, sin descanso en todas sus manifestaciones: como autor, cultivando un género popular, escribiendo y estrenando en escenarios rioplatenses, comedias, sainetes, teatro para niños y sátiras polémicas; como traductor; como cronista teatral que así le llamaban a los críticos hace medio siglo; como director artístico de distintos conjuntos nacionales, oficiales y particulares; y como promotor y guía de nuestro teatro en el exterior, llevando las obras importantes de nuestros dramaturgos y los méritos de nuestros intérpretes a escenarios de la Argentina, Chile, Brasil, España, Francia e Italia.

Estos son los atributos que hacen nos consideremos un hombre de teatro y que, como tal, aceptemos integrar, como miembro de número, esta prestigiosa institución.

El universo atraviesa hoy por uno de sus momentos más dramáticos y en el teatro, que fue siempre eco y reflejo de la vida y de las inquietudes de los pueblos, sufre el castigo de las fuerzas agresivas y represivas, padeciendo una vez más el peor de los males: la censura.

Son muchos los escritores que, en el mundo actual, no pueden expresar con libertad su pensamiento y los artistas que no pueden interpretar las obras que desean.

Ningún trabajador intelectual puede permanecer insensible y estamos seguros que nuestro pensamiento es compartido por todos los escritores independientes.

Esta Academia es testigo e intérprete de la labor de los escritores del país y al ocupar un lugar en ella, lo hacemos sabiendo que ingresamos a un centro de investigación, de discusión, de meditación y de estudio, sin barreras para el pensamiento.

Como trabajador de la escena, no estaremos en ningún momento ajenos a la hora que el teatro vive en tantos países, privado de su independencia castigado, sometido…

Entendemos que, a los trabajadores democráticos, en su labor serena, silenciosa, equilibrada, al margen de las pasiones políticas que agitan a la humanidad, corresponde desarrollar una tarea intensa en defensa de la libertad de expresión de los artistas y escritores. Tarea difícil, llena de dificultades, pero también de esperanzas…

Porque no debemos olvidar que, si todas las mañanas, la prensa escrita nos sacude y convulsiona con un cúmulo de tristes noticias – crímenes, secuestros, violación de los derechos humanos… – que en el mundo provocan minorías dirigidas, existen también gente que siembra, trabaja y cumple otro destino. 

Obreros que ganan su sustento en el campo o en las fábricas y que a la hora del crepúsculo encuentran la paz del hogar y de la familia; niños que ríen y cantan que diariamente llenan las aulas escolares; estudiantes que asisten a las facultades en procura de estudios superiores; escritores y músicos que crean nuevas obras; investigadores que en los laboratorios cumplen sus trabajos silenciosamente, con tesón y sacrificio… 

Todo un mundo sano, creador, activo, que sabrá y tendrá que imponerse mantiene viva la llama pura del espíritu.

Como bien dijera Édouard Herriot: “en las grandes crisis de la humanidad, todo se pierde y se olvida; lo único que se salva es la cultura”.

Nosotros, hombres de teatro, preocupados por los tristes avatares de la hora, tenemos profunda fe en el mañana.

Frente a la violencia, y la ola de destrucción que azota tantas naciones, frente al dolor de tantos artistas y escritores, unos prohibidos y otros marginados, seguiremos luchando. El Teatro es la vida y es el Hombre y por encima de las ideas y las pasiones, tantas

 

Montevideo, 1 de junio de 1977

 

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