¿Qué es leer?
Un texto es solo un picnic en el que el autor pone las palabras y los lectores ponen el sentido.
Tzvetan Todorov
Leyendo las diferentes acepciones que nos ofrece la Real Academia Española del verbo leer, se entiende que se trata de descifrar, comprender e interpretar signos, en nuestro caso lingüísticos. Estas son acciones sumamente complejas que implican un gran número de funciones cognitivas y emocionales.
Leer es un acto que supone percibir relaciones entre el texto y el contexto y, a partir de ahí, crear sentido. Es un diálogo permanente entre lector/a y escritor/a, de modo que el texto solo tiene sentido si existen lectores y lectoras que construyan su propio significado, a partir de sus conocimientos previos y de un propósito a alcanzar con el nuevo texto con el que dialogan. La lectura es, en palabras de Daniel Pennac, «[…] un acto de creación permanente». (1992,16)
Pero, para que ese diálogo fluya, es necesario que la lectura se convierta en un acto voluntario que constituya un estilo de vida. Y para que esto suceda debe haber una satisfacción personal, es decir, la lectura necesita dejar de ser solo funcional y pase a ser una experiencia significativa, donde el lector/a sienta que el esfuerzo vale la pena porque le permite formar parte del entramado social.
Son múltiples las razones que los lectores podríamos argumentar para leer; no hay una sola y todas son lícitas. Por ejemplo, para obtener información y adquirir nuevos conocimientos, para ampliar el vocabulario y así enriquecer nuestra conversación y nuestra escritura, para divertirnos jugando con la fantasía, para viajar a otros mundos, pero, por encima de todo, la lectura nos aporta a nuestra construcción como seres humanos porque, como señala Petit (2015), «[…] somos seres de relatos». Pero para la persona que no ha adquirido ese hábito de lectura, porque no ha tenido un contacto fluido con la palabra, probablemente ninguna de ellas sea una justificación para dedicar su tiempo a una actividad que no es para nada simple. Es ahí donde el mediador debe crear las condiciones para generar experiencias vitales con la oralidad, la lectura y la escritura.
Obviamente que no somos malas personas porque no leamos, pero sí es verdad que la falta de lectura dificulta la participación activa en la sociedad como agente de cambio. Leer, sobre todo textos literarios, implica cambios significativos en la estructura cerebral y favorece la concentración y la memoria. Asimismo, mejora las habilidades comprendidas en la teoría de la mente[Nota al pie] y aumenta la capacidad de comprender y predecir los pensamientos y la forma de actuar de los otros, haciéndonos seres más empáticos y flexibles, capaces de pensar desde distintos ángulos. Por si eso fuera poco, también activa y altera las emociones del lector, no solo mientras lee, sino incluso cuando la lectura ya ha concluido.
Sin embargo, leer no es una actividad natural ya que la escritura es una invención relativamente reciente en la historia de la humanidad. Nuestro cerebro no viene al mundo con un circuito específico para la lectura. Para aprender a leer debe haber un reciclaje neuronal que implique un entrenamiento y que ponga en funcionamiento muchos procesos cognitivos como la memoria, la atención y la percepción. Dicho proceso supone tiempo y esfuerzo y solo puede iniciarse cuando nuestro cerebro está preparado para hacerlo. Pero, si bien empezamos a leer alfabéticamente a los seis-siete años, el proceso se inicia mucho antes porque se aprende a leer antes de leer: escuchando hablar y hablando y jugando con la palabra.
Aunque hay distintos métodos de enseñanza de la lectura, las neurociencias han determinado que el óptimo es la conciencia fonológica, es decir, la capacidad de identificar los sonidos que se combinan para formar palabras. Después aprendemos a asociar esos sonidos con sus grafemas, y de ahí pasamos a las sílabas, las palabras y, por último, las oraciones y el texto. Cuando el niño/a domina el sistema, su lectura será cada vez más fluida, ya no necesitará pensar porque habrá automatizado el proceso, de modo que liberará espacio de su cerebro para la comprensión y la interpretación.
No obstante, para llegar a ese punto, hay un largo recorrido que empieza incluso antes de nacer y, obviamente, no todos han tenido a su disposición los mismos recursos, ni parten de la misma capacidad ni tienen la misma motivación. Por eso, se hace tan necesario el papel del mediador/a que oriente y motive, sobre todo en contextos más desfavorecidos.
Dehaene (2015) habla de la necesidad de un compromiso activo por parte del lector, pero también de atención y disfrute, donde la mirada de los otros es una motivación más. Por eso, es tan importante empezar cuanto antes con la lectura en voz alta y compartir un vínculo afectivo que acerque al niño/a a esa práctica estética que le abrirá muchas puertas a la sociedad.
[Nota] El concepto de teoría de la mente (ToM) se refiere a la habilidad para comprender y predecir la conducta de otras personas, sus conocimientos, sus intenciones y sus creencias.