Palabras iniciales
Enseñar a leer, introducir a niñas y niños recién llegados al mundo en el territorio de las letras y los libros, es una de las tareas más bellas y delicadas de cuantas una persona adulta puede emprender. Y no me refiero únicamente a quienes ejercen ese cometido como oficio, sino, en general, a todas las que de un modo u otro se relacionan con niños. Porque de esa entrada va a depender en gran medida su devenir en la vida.
Sobre ese aprendizaje, en apariencia anodino, se sostienen luego tantas cosas que abruma pensar la responsabilidad que asumimos cuando afrontamos la labor de abrir los ojos de los niños al mundo escrito, a las historias, las reflexiones, las fantasías, los saberes, los recuerdos, los poemas, las controversias, los miedos, los sueños … de la humanidad. Cada texto que leemos es una molécula de conocimiento que incorporamos a nuestra existencia sin apenas darnos cuenta.
Por eso, es tan necesario que todos, pero especialmente quienes se desempeñan como maestras y maestros, sean conscientes del compromiso que adquieren cuando asumen la tarea de enseñar a leer y escribir. De ese exitoso o fallido aprendizaje van a depender otros muchos éxitos o fracasos en el futuro, pues es imposible entender y participar en nuestras sociedades sin el dominio de la lectura y la escritura. Solemos darnos cuenta de ese valor cuando observamos las consecuencias de su carencia o su deficiencia. Cuántas humillaciones, cuántos engaños, cuántas frustraciones acumulan quienes por unas razones u otras no pudieron en su momento culminar ese aprendizaje.
Leer no nos preserva de todos los males, pero nos ofrece instrumentos para identificarlos y, si es posible, evitarlos. Alguien que lee por sí mismo, que se resiste a pensar lo que otros han pensado por él, está en mejores condiciones de enfrentarse a las calamidades del mundo que quienes sumisamente aceptan como verdad lo que otros, los poderosos, por lo general, han decidido que lo sea. No siempre leer nos garantiza la libertad, pero al menos nos predispone a imaginarla y practicarla. En una época en que mentiras, difamaciones, bulos, falsificaciones, irracionalidades … se expanden impunemente, la lectura calmada, reflexiva, profunda, puede preservarnos de las intoxicaciones y los fanatismos.
Para ello, sin embargo, hay que prepararse. La rebeldía ante cualquier tipo de abuso o tiranía comienza en realidad muchas décadas antes, cuando en una escuela modesta, en un aula pequeñita y tal vez atestada de alumnos, una maestra o un maestro abre un libro con ilustraciones y comienza a leer en voz alta una historia, y con paciencia y delicadeza va mostrando las letras y sus sonidos a quienes aún no imaginan lo que están conquistando mientras escuchan y memorizan.
Es mucho lo que hay en juego en ese intercambio, mucha la responsabilidad que contraen quienes deciden afrontar ese desafío ético, pues no se trata solo de un mero ejercicio profesional, sino de un primordial acto cívico. La conciencia de la trascendencia de esa misión debe llevar a prepararse lo mejor posible, a no dejar de pensar y estudiar y debatir, pues las acciones de quienes inician a niñas y niños en el aprendizaje de la lectura y la escritura esbozan en cierto modo su porvenir.
Juan Mata
Doctor en Didáctica de la Lengua y la Literatura, Universidad de Granada, España
Presidente de la Asociación Entrelibros