Transformando el territorio educativo: experiencias inclusivas y accesibles en Cecap

Marco conceptual de la Educación Inclusiva

La educación actual está convocada a construirse a partir de una realidad heterogénea, plural, dentro de un entramado complejo y dinámico. La Educación Inclusiva representa un enfoque que examina cómo transformar los sistemas educativos y los entornos de aprendizaje, con el fin de incluir a la diversidad del estudiantado. Supone el trabajo en equipo de toda la comunidad educativa, requiere transformación y se entiende como oportunidad para que las sociedades sean más justas y participativas.

La perspectiva inclusiva nos invita a destacar la potencialidad de cada persona, mejorar la calidad de vida y fomentar la autonomía, movilizando dimensiones cognitivas, emocionales y éticas de la educación. Para ello es necesario poner en acción valores como el respeto a los derechos humanos, la justicia social, la sostenibilidad.

En este sentido, legitimar la diversidad implica hacer visible la singularidad de cada persona y comunidad, haciendo énfasis en las interseccionalidades que refuerzan las inequidades manifiestas en el acceso, permanencia y progreso desigual en la educación.

Por ello, la noción de Educación Inclusiva se configura en base a cuatro aspectos claves (Ainscow y Booth, 2011):

  • La inclusión es un proceso

La Educación Inclusiva se configura como un proceso continuo que implica cambios y modificaciones en los enfoques, estructuras, estrategias y contenidos del sistema y de cada comunidad educativa. Esto significa que los cambios son graduales, que las acciones deben orientarse a superar barreras multidimensionales y que requieren de una revisión constante de los paradigmas predominantes. El ejercicio, por tanto, es de permanente identificación de barreras y de búsqueda de estrategias para eliminarlas o disminuirlas.

  • Presencia, participación y logros en el aprendizaje

Un sistema educativo inclusivo que funcione adecuadamente requiere políticas que aseguren la presencia, la participación y el logro del aprendizaje de todas las personas. El término “presencia” apunta a que todas las personas asistan a las actividades y situaciones de aprendizaje que se desarrollen con el grupo de referencia. Sin embargo, la mera concurrencia no es suficiente; se requiere que el estudiantado tome parte activa de las experiencias planificadas, lo que no implica que todas las personas participen de la misma manera. Por ello debe ofrecerse un abanico de posibilidades para habilitar la participación y el aprendizaje de calidad de todas las personas involucradas.

  • Identificación y eliminación de barreras

Las barreras para el aprendizaje y la participación pueden ser de muy diversa índole. Se trata de los obstáculos presentes en las culturas, las políticas y las prácticas educativas que generan exclusión o discriminación al interactuar con las condiciones personales o sociales de los sujetos o colectivos, impidiendo el pleno ejercicio de sus derechos, en este caso, relativos a la educación.

  • Énfasis en quienes se encuentren en mayor riesgo de exclusión, como es el caso de estudiantes con discapacidad, buscando que todas las voces sean escuchadas y contempladas.

Por su parte, Booth y Ainscow (2000) proponen tres dimensiones de análisis que son constitutivas de la Educación Inclusiva: culturas, políticas y prácticas.

Una cultura inclusiva contempla las características de la comunidad educativa en su conjunto, considerando necesidades y fortalezas del estudiantado, las familias, el equipo educativo, directivo y administrativo. Consiste en construir el centro educativo a partir de las fortalezas de cada persona, entendiendo que todas tienen algo valioso para aportar.

En lo que se refiere a la convivencia, los centros educativos inclusivos se conciben abiertos a todo el estudiantado y promueven la tolerancia y la empatía como horizonte. El respeto a las diferencias se aprende conviviendo, compartiendo y habitando los mismos espacios. De hecho, lo esperable es encontrarnos con centros educativos con poblaciones heterogéneas que tienen el potencial de generar experiencias enriquecedoras y la ayuda mutua entre todas las personas.

Por su parte, tener un horizonte de política educativa inclusiva implica intervenir en un corto plazo, implementando acciones afirmativas para responder a las situaciones particulares de discriminación y exclusión. Pero al mismo tiempo, implica actuar a mediano y largo plazo, consolidando un marco de referencia efectivo para que todas las personas gocen de sus derechos, con autonomía y sin restricciones discriminatorias.

Se entiende que el rol docente en las comunidades educativas es fundamental como figura promotora de buenas prácticas en la atención a la diversidad. Las mismas repercuten en la calidad de vida del estudiantado, al propiciar la construcción de aprendizajes en un clima de respeto y buena convivencia. Del mismo modo, la mirada crítica y reflexiva de los equipos docentes es fundamental para repensar sus prácticas, buscando que todas las personas puedan aprender en un mismo centro educativo mediante el reconocimiento cabal de la diversidad humana en todas sus manifestaciones: social, intelectual, cultural y de género, entre otras.

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