La pregunta como destino
Según Duthie (2017), es importante pensar en la pregunta como destino y no como medio para una conclusión previamente diseñada. Es necesario que los lectores sean capaces de entrar «[…] en un estado de curiosidad y de necesidad de preguntar, con el foco puesto en la generación de preguntas: en la pregunta como destino y no como punto de partida, como respuesta».
Tomar las preguntas como respuestas implica la modificación de ciertas perspectivas escolares con las que nos topamos a menudo a la hora de mediar. El lector debe sentir que nos interesa escucharle, reflexionar, debatir y no únicamente calificarlo. Para eso es necesario descontracturar ciertas prácticas que a veces hacemos solo por inercia.
Una de ellas es el análisis literario; la idea de que el texto, una vez leído, debe ser analizado de manera formal reconociendo elementos, líneas argumentales o procedimientos retóricos. La otra es la perspectiva relacionada con el autor, en la que el texto es una suerte de extensión de aquel y los lectores realizan esfuerzos por desentrañar qué quiso decir el/la escritor/a. Se incluyen también aquí ciertas perspectivas biografistas en las que se relacionan aspectos de la ficción del texto con hechos ocurridos en la vida del autor.
Duthie (2017) se pregunta: «¿Qué es una pregunta? ¿Y qué no es una pregunta? […] ¿Por qué hay preguntas que dan miedo? ¿Cuántas de las preguntas que les hacemos a los niños son genuinas?» La propia autora se responde que «[…] las buenas preguntas son impertinentes, incómodas, sacuden, hacen tambalear los cimientos». Asimismo, cabe agregar a estos planteos uno referente a la responsabilidad: ¿quién responde a esta pregunta? Es posible que no haya un quién, sino un cómo o, lo que es lo mismo, un tipo de mirada, una manera de cuestionar las lecturas sin que el final sea concluyente o unívoco.
A su vez, también es necesario respetar el derecho de todo lector, que reconoce Pennac (1993), de guardar silencio. La lectura es un acto social, pero también íntimo y quizás haya lectores que están procesando la lectura y no quieren compartir los pensamientos y emociones que el texto ha despertado en ellos, y es lícito y lo debemos aceptar. Según Duthie (2017), es necesario reconstruir una relación de confianza en torno a la pregunta. Para que este vínculo sea posible, es necesario entender la pregunta como horizonte y no a partir de una determinada respuesta ya estipulada. Nos interesan las respuestas, sean cuales sean.
Cuando el mediador hace preguntas, tanto sea en una clase, un taller o un club de lectura, está mostrando una forma de cuestionar al mundo. El objetivo final, nuevamente, no son las respuestas de los participantes (aunque estás pueden ser muy buenas), sino que ellos sean capaces de hacer preguntas provocadoras y que esa cadena los conduzca a ampliar su horizonte. Resulta imprescindible focalizar en los diferentes aspectos que tienen las preguntas, su formulación y reformulación, su propósito, la capacidad de la pregunta para abrir el texto a nuevas interpretaciones.
Se trata de valorar la reflexión haciendo énfasis en la capacidad de los mediadores para transmitir una impronta lúdica y cuestionadora de los participantes con el texto y de los participantes entre sí. Preguntar, desde este punto de vista, no sería confrontar, sino darle continuidad a un razonamiento.
Queda claro que para trabajar esta perspectiva es necesario volver a tejer un hilo de confianza en torno a la pregunta. Esto implica que ella no tenga una intención confrontativa, aunque no por eso sea evasiva y que, a la vez, persiga un efecto provocador con especial cuidado de lo que remueve.