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Tecnoelfas del bosque cibernético

Entre lo artificial y lo orgánico, la obra escénica Ficticia, prácticas en delay encuentra un refugio en el cuerpo de la pantalla


Fotografía: Mariana Pérez

Por Nicolás Oromí

En varias pantallas, hay un bosque. Una proyección gigante hace del teatro una sala de cine. El bosque proyectado sufre pequeñas y constantes transformaciones a cada segundo, como si cayera en escalones. La dimensión del bosque nos torna habitantes de la pantalla de cine; la música insiste en una misma línea burbujeante de pequeñas e inquietas texturas que, al igual que el movimiento de la cámara, de forma sutil e infinitamente elastizada nos torna inmersos en un movimiento de punto de vista. Estamos y nos movemos. Pero esta no es la única pantalla. Lo primero que llama al ojo es el desborde, pantalla tras pantalla, pantalla sobre pantalla: ahora el cine se torna bosque, bosque de pantallas. Proyectores, celulares, televisores y computadoras forman un ecosistema de puntos de vista, algunos más grandes, más envolventes, y otros que se presentan más envueltos: la pantalla como paisaje y como cuerpo, como sujeto y como objeto.

La sala de cine es habitada también por otro tipo de cuerpos, unos seres anónimos y fotoluminiscentes de largo pelo blanco (Clara Fernández, Noel Rosas, Victoria Colonna y Paola Escotto). Ellas caminan dentro y fuera de las pantallas, las vemos operar lo que aparece en las pantallas y manipular su propia imagen proyectada: tridimensional y bidimensional ahora habitan un mismo espacio.

Algunas de ellas están sentadas al lado nuestro, operando desde las butacas; parecería haber una intención de explicitar todo movimiento que se genera a partir del contacto con la tecnología, un intento por hacer que todo dispositivo técnico se devele en su relación con los demás dispositivos en lugar de esconder su mediación: si todo está en escena, no hay medios para un fin, todo es un fin en sí. Así es como se separa esta obra de la lógica del espectáculo y del progreso tecnológico, permitiéndose trazar una búsqueda en el acto de atravesar diferentes medios y no haciendo de ese movimiento la expresión de un brillo fugaz del avance tecnológico o un escalón más en la lógica del progreso. Lo que busca el arte multimedial, al final, es traer la atención a la materia, el intento, el medio: hacerlo todo un fin. Fin interminable desbordando (in)mediatez.

La obra encuentra diferentes formas de hacer imágenes: no es solo el cine que se desborda de la pantalla principal hacia otras pantallas, sino, por ejemplo, un foco de luz que recorta la sombra de uno de estos personajes élficos sobre la pantalla de cine, prácticamente una referencia a lo que quizás sea la forma más antigua de crear imágenes sobre una superficie plana, una especie de protocine. Observar el desenvolvimiento de la relación foco de luz-performer-sombra proyectada le devuelve una relación tangible al acto de proyectar y nos acerca más a una noción de «tocar con la mirada».

Por lo general, entendemos la mirada como el diagrama ojo-medio-objeto; el problema es que, para eso, tenemos que crear un punto de vista superior a ella, separarnos del ojo y mirar tanto lo que mira como lo observado y, de paso, colocarnos precisamente en una posición invisible, objetiva: imagen total de la realidad, punto de vista sin punto de vista. Así logramos atrapar la mirada, hacer que deje de ser un proceso y se torne cristalizada, comunicable.

Pero cuando miramos una pantalla, en la experiencia, el cuerpo propio pasa a ser el cuerpo de esta y el montaje es un evento que atraviesa el mundo. Ficticia trae múltiples pantallas y nos obliga a cambiar de perspectiva, montando puntos de vista como si el cambio de perspectiva fuese el hilo dramático en sí: de un paisaje en la pantalla enorme a pequeñas pantallas, a performers en vivo, a las performers en pantalla.

Claro que mirar a una performer jugar con su sombra trae una relación lineal (foco de luz- performer-sombra proyectada). Sin embargo, el juego está entre y dentro de cada capa; no es una visión superior y analítica del circuito, sino un toque de superficie con superficie. En el encuentro del tacto con la visión, el foco abraza a la performer y la sombra es su testigo, la luz tiene cuerpo y la mirada tiene acción.

En el despliegue interminable de formas de inter/acción, Ficticia continúa desbordando por fuera de la pieza escénica hacia la videodanza, experiencias con mediación explicitada del público y prácticas de investigación en coreocinema, donde se ubica esta corriente de creadoras.

La pieza se encuentra llena de más sorpresas y formas de interactuar, que, transformando a la audiencia en espectadores-performers y técnico-poetas, demuestra que la elección sobre el qué mirar es soberanía de la audiencia y emerge, así, como una narrativa visual que se niega a la manipulación del circuito cerrado.


Fotografía de Carolina Costa.


Fotografía: Mariana Pérez.


Fotografía: Mariana Pérez.

 

 

Foto: Nicolás OromiNicolás Oromí es un artista transdisciplinario uruguayo que trabaja en la intersección del cine, la danza y la palabra. Partiendo siempre desde un intermedio, su acercamiento a la textualidad convalece cuando entra en contacto con otra disciplina en el asumido imposible proceso de traducción que, como toda creación, es desviado.
Estudió la carrera de Realización Cinematográfica en la Escuela de Cine del Uruguay y la licenciatura de Danza Contemporánea en la Universidad de la República. Actualmente, trabaja como escultor asistente en España.

 

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