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Fragmento de «La joya de vidrio (mujer amasando un pan)»

Fragmento de «La joya de vidrio (mujer amasando un pan)»

Por Marcos Ibarra

En el aire, achatadas, las ventanas y un rumor atigrado, algo de ramas rascando lomo de pared, no es el viento, no hay viento; la serpiente sinuosa se escabulle entre las hortensias, mueve contornos, habla lenguaje de mapas, los pastos largos con hocicos puntiagudos olean al paso del cuerpo rastrero: ya no se ve la serpiente, se ven los pastos acompañando el movimiento de arroyo que esta genera al deslizase entre ellos, raspando escamas contra los filos vegetales.  El calor se entiende en el canto de las chicharras que alargan las notas; un manojo de mosquitos se zambulle por la ventana del cuarto sin mosquitero: «¡hay que cerrarla para que no entren los mosquitos! No quiero tener que poner espirales», grita la mujer a alguien que se supone hará la tarea de cerrar la ventana. La mujer está amasando, va y viene la ameba blanca, rápidamente se arrolla y se estira, recuerda ejercicios en un gimnasio, parece una cara de la muerte, tiene cuerpo de momia, la mujer la domina, la mujer domina a la muerte, a la ameba, a la momia, genera un breve mar de una sola ola; ahora espolvorea un poco de harina, nieve de países lejanos que cae sobre la cosa, cenizas de un volcán en Japón que llegan cansadas de atravesar océanos: «¿cerraste la ventana?». La mujer atiende su amasar a la vez que atiende desde su espalda el resto de la casa, no ha oído que cerraran la ventana y pues, pregunta; pero no es una pregunta, es la orden reiterada de otra forma. Atilio deja su juego y va a cerrar la ventana, la madre —que es la mujer que amasa— recorre las habitaciones con la mirada de la espalda, ve a Atilio cerrando la ventana y ahora atiende otros posibles ángulos de la casa a cuidar; ha visto los trapos sucios apilados junto a la pileta del patio, la pileta gris de cemento, de las que ya no se usan, que sin embargo ella tiene y usa, «Atilio a ver si ponés los paños de piso en la pileta con agua, jabón y un chorro de hipoclorito», la mujer amasando y con su antena ve las botellas junto a la pileta de lavar, «de paso enjuague esas botellas para llevar a vender», repasa la masa vidriosa tratando de contar, las tres verdes, las cuatro marrones, la transparente ¿era solo una?, mientras cuenta, ve la coloración en el piso, una gelatina fresca que lava la mirada, los defectos de los vidrios que generan grumos en la luz, la telaraña ennegrecida por el polvo en el pico de la damajuana, ¡ah, claro!, la damajuana; armó un botón enorme de masa, lo tira una y otra vez sobre la mesada de mármol gastado, lo soba, lo vuelve a tirar, lo soba… Siente el grito del niño; deja todo y va, debajo de los paños estaba la serpiente, «pero m’hijo, no se asuste, no hacen nada, ella está más asustada que usté»; la serpiente bordea la mancha colorida del reflejo de vidrio, serpiente que ahora también es de vidrio líquido, homeostático, que busca nivelar todo el calor de la mañana avanzada ya casi en mediodía, y se va deslizando elegante otra vez hacia los pastos, flecha certera vista detrás de un vidrio esmerilado, otro agitarse de las hebras verde esmeralda, el brillar de las estrías facetadas, flecos móviles que acomodan el cuerpo al paso de la princesa de vidrio.

—¿Por qué no la matamos? 

—Pero cómo va a matar al animalito, m’hijo, no le digo que es buena, no pica a la gente.

—Pero papá mató una anteayer.

—Bueno, pero mamá no mata a estas que son buenas.

—Pero papá mató una igual a esta.

—(…) 

—Pero papá mató a una… 

—¡Sí!... Sí, ya lo escuché, ¡caramba! Vaya a meter esos trapos en la pileta como le dije.

—Ta, pero quién tiene razón, ¿vos o papá? 

—(…)

—¿Eh? ¿Eh, mamá? ¿Quién tiene razón, vos o papá?

—(…)

La mujer vuelve al botón de masa blanca opaca, lo observa leudando su equilibrio fundamental, parece inmóvil en su interno trajinar de átomos mutando, una cosa dura que es blanda, en un rato será pan. Su antena cesa de recorrer la casa, algo la ha desconectado aunque ella no está consciente del hecho. Simplemente medita sobre el pan, Atilio, la serpiente, y su esposo que ha matado a la pareja de la joya de vidrio.

 

Marcos Ibarra

 

Marcos Ibarra, (Tacuarembó, 1958) ha publicado las historietas Los Mutantes y Vuelven los mutantes y los libros de narrativa Odiario, De Las aventuras de Germán Villemel experto en fenómenos paranormales y La verdadera historia de Tacuarembó. En poesía, publicó Consisto. Todos estos textos fueron editados en Yaugurú. En edición de autor, publicó el libro de narrativa poética Niebla. También desarrolla actividades como artista plástico y es integrante de la editorial de poesía La Coqueta.

 

 

 

 

 

 

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