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Fragmento de «El diario de sueños de Marina»

Fragmento de El diario de sueños de Marina

Por Selene Hékate

Anoche tuve otro sueño. Había un tsunami. En realidad dos. El primero se había llevado a alguien a quien quería mucho aunque en el sueño no quedaba claro a quién. Entonces mi placer más grande, la playa, se había transformado en el peor de mis miedos. Pero yo volvía. En el sueño entonces estaba en la playa con el recuerdo de un tsunami, de una ola del tamaño de una montaña, y yo, como todos los demás, había corrido sin pensar, sin asegurarme de que la otra persona que había estado a mi lado esa vez corría conmigo, porque el miedo a morir es egoísta. Estaba bajo el sol de la tarde en una playa llena de gente, pensando que lo mejor era haberme muerto también, en lugar de quedarme sola. El cuerpo de esa persona no identificada no había aparecido, no era como en el sueño donde murieron papá y el tío. Parece que habían rascado y revuelto las arenas con monstruos mecánicos, una vez el agua se retiró, para ver si algunos de los cuerpos desaparecidos habían quedado enterrados, pero no encontraron ninguno. Y entonces yo estaba ahí de nuevo, sola entre toda la gente resplandeciente, dorándome al sol. Jugaba con la arena entre mis manos y puede que esperara a que el agua me vomitara lo que se había llevado sin permiso. Es un crimen estar triste en un día de sol en una playa. Pensaba en eso cuando soñaba, en que estar triste en un día y un lugar así está mal y no podía dejar de acordarme de la ola anterior y de pronto, así de la nada, como si yo la hubiera llamado con mi pensamiento, vino la segunda. Empezó a acercarse desde el horizonte, lentamente, tomando cada vez más altura, como una pared viva que no para de crecer y a la vez de acercarse, amenazante, con ganas de succionarnos, llevarnos lejos, hacernos desaparecer antes de azotarnos, casi como si precisáramos que nos castigaran por algo. Todos entrábamos en pánico, muchos llamaban a sus seres queridos, yo no porque esa vez no tenía a nadie a quién llamar así que le decía a una señora que tenía al lado que era en vano que gritara, que los que se estaban bañando ya perdieron, usted corra, señora, corra con todas sus fuerzas, en esta lucha contra la naturaleza lo que hay que hacer es correr y salvarse o perecer, y no preocuparse de nadie más que de uno mismo. Correr mientras el aire te chupa hacia adentro no es fácil, hay que tener piernas fuertes y mucha desesperación. En el sueño yo era tremendamente fuerte y ágil y ya lejos de la playa me subía a un árbol y trataba de ser solidaria, así que le gritaba a una chica que tenía al lado que hiciera lo mismo y hasta le tendía la mano y la ayudaba a subir. Ayudar al prójimo no es un instinto, a veces es culpa. Pero el agua esa vez nos alcanzaba a todos. La ola era mucho más poderosa que la anterior y parece que crecía hasta ocupar todo el planeta. Yo me aferraba bien fuerte al árbol, pero para mi sorpresa, el agua no me arrancaba de las ramas, sino que pasaba medio que abrazando, o mejor dicho lamiendo hasta un poco gentilmente, con su lengua fresca y retrocedía. Se retiraba del árbol donde yo estaba, del cielo, de la tierra, de la plaza, de la rambla, de la playa, y no volvió. Y al hacer eso borró todo. Borró el cielo y quedó negro. Sin estrellas, solo negro, y cambió todo lo que había en la Tierra. El árbol donde yo estaba se había transformado en una mujer gigante y desnuda. Entonces me miré y comprobé que el agua se había llevado también mi ropa, pero no me daba vergüenza. La otra mujer que yo había ayudado subir al árbol también estaba desnuda, pero sintió que era una falta de respeto estar así y trepada a otra mujer desvestida y se bajó. La mujer-árbol despertó como bostezando de un letargo y le dijo que no había problemas, que para eso estaba ella, para anidar a otros y que siempre había estado ahí y que ahora no por mostrar su forma de verdad, por tener otra apariencia debíamos tratarla diferente. Así que yo me quedé ahí sentada. Pero la otra mujer no, tenía miedo y se fue y la perdí de vista. Me puse a observar mejor a la mujer árbol gigante y descubrí que en lugar de brazos tenía muñones. Me contó que la habían podado un par de veces porque sus ramas intervenían los cables. Estando ahí desde la altura miré a la playa. Estaba el agua, pero mansa, incluso más mansa que la nueva tierra que ondeaba, subía y bajaba y tenía un ombligo. El mundo era una gran panza de mujer y justo unos metros más allá estaba su ombligo que subía y bajaba en su conversación con el oxígeno cuando inhalaba y exhalaba. Había una marca en la piel de la panza, una línea que era el límite que no debía cruzar el agua, es decir la orilla. Además había cubos de carne, gigantes. Tardé en entender que esos cubos eran las casas y los edificios y que ahora estaban formados de gente también desnuda y apelmazada.  Algunos cubos se movían, mientras que otros estaban quietos. Todo estaba hecho de gente desnuda pegada, los árboles, las casas, los autos. Todos estaban felices. Y no había más nada: lo único que existía era el agua y el cuerpo humano en desnudez y parecía que a partir de ese momento no íbamos a precisar más nada. Mi cuerpo no estaba pegado ni entrelazado con nadie y no sabía cómo sentirme con respecto a eso. Entonces oí las voces de unas personas que tapaban sus desnudeces, a mi derecha iban con capas blancas, tenían cabezas de gallina y llevaban velas y a la izquierda tenían capas negras, cara de gato y llevaban báculos. Trajeron un tronco de árbol cortado, lo pusieron sobre la panza ondeante y nos llamaron a todos para iniciar la misa. Se estaba formando una religión nueva donde al gran Dios se le llamaba La Ola. A todos los que estábamos desunidos nos pusieron las túnicas, yo les dije que prefería blanca y me levantaron y me pusieron en el tronco cortado, como si fuera una silla o escenario o púlpito o altar y empecé a decir cosas. Querían que les contara cómo había sido esto de ser tocada por la Ola dos veces.  Había que registrar el acontecimiento y La Ola tenía que escribirse así, en mayúsculas.

 

Selene Hekate

 

Selene Hékate tiene pesadillas y las escribe o las actúa o las baila o las canta. Profesora de Literatura egresada del IPA, se formó como artista en la Escuela Nacional de Arte Lírico del Sodre y en otras instituciones donde hizo teatro y ballet. Fue parte de la Usina Literaria de Daniel Mella y es cantantautora de rock experimental en La Invención de Morel. Descendiente de olimareños y nacida en Buenos Aires en 1988, transcurrió su infancia y adolescencia en el balneario Pajas Blancas, experiencia que inspiró este libro.

 

 

 

 

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